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Cosmopolitismo y presencia estadounidense en Isla de Pinos

Cosmopolitismo y presencia estadounidense en Isla de Pinos

El cosmopolitismo distintivo de la otrora Isla de Pinos cobró impulsos desde finales de la centuria decimonónica, desde que las miras estadounidenses se dirigieron a hacia ese territorio situado al sur de la provincia habanera.

Para entonces, el Congreso norteamericano valoraba la construcción de un canal interoceánico por Nicaragua o Panamá- optando finalmente por este último- y resultaba impostergable la creación de una base naval estratégica para resguardo del mismo.

La privilegiada posición de Cuba, a pocas horas de navegación de las costas del país norteño, a la entrada del Golfo de México y la desembocadura del Mississippi, unido a la cercanía de la sureña ínsula de nuestro archipiélago a la vía istmeña incidieron en su elección como enclave.

A partir de ese período, la ahora Isla de la Juventud alcanzó un notable protagonismo socioeconómico y político, en el cual influyó sobre manera la estructuración de varios poblados con rasgos muy similares a los diseminados por distintas regiones de Estados Unidos.

Desde su llegada a ese espacio geográfico, los pioneros de la colonización estimulada desde Washintong procuraron la americanización del lugar y promovieron la fundación de nuevas poblaciones, que la distinguieron del resto de la República.

El modelo arquitectónico traspolado por los estadounidenses, diferente de manera total del español, incluía la construcción de casas de madera, hasta en sus pisos, asentadas sobre pilotes.

Los denominados bungalows, también con techos altos a dos aguas, ventanas de cristal y amplios portales cubiertos en sus alrededores, caracterizaron desde esa época parte del singular panorama pinero.

Ellos contrastaban con el batey característico del resto del campo cubano, muy ligado desde sus raíces a la industria azucarera y al casi imperceptible legado de la población autóctona nacional.

El proceso de urbanización en cuestión trajo consigo además el establecimiento de agencias bancarias, comercios, hoteles, medios de transporte, y otras dependencias a través de las cuales se garantizaban las condiciones elementales para el desenvolvimiento de esas comunidades.

Testimonio de aquellos años fueron los poblados de Columbia, Mc Kinley, West Port, Santa Bárbara, Los Indios y la reanimación que experimentaron Santa Fe y Nueva Gerona, principales núcleos urbanos de la localidad.

El más antiguo de esos poblados, fomentados alrededor de la cultura del cítrico, al decir de la escritora norteamericana, Irene Wright, fue el norteño Columbia, cuya conformación se atribuye a la Isle of Pines Land and Development Co.

Esta firma y la Isles of Pines Co., ambas fundadas en 1901, junto a la Cañada Land and Fruit Co., la Santa Fe Land Co. y la Almacigo Land Co., creadas en 1903, fueron las promotoras y controladoras del negocio de la compraventa de suelos de la pequeña ínsula por parte de ciudadanos de origen estadounidense.

La avalancha de granjeros de ese país, anhelantes de hacer fortuna, y la tentadora política de ocupación alentada por esos monopolios redundó en que hacia 1903 sumarán más de 300 los colonos norteamericanos residentes en Isla de Pinos.

Mientras, otros 200 habían adquirido terrenos bajo régimen de propiedad, en los cuales aún no se decidían a radicar, pero mantenían en explotación.

El incremento de las plantaciones citrícolas, cuyas producciones eran destinadas a la exportación; de la actividad especulativa, comercial; y de la explotación de los recursos madereros y minerales de la pequeña isla estuvieron aparejados a ese proceso.

Y aunque la migración estadounidense comenzó a declinar hacia 1922, con el descenso progresivo del número de ventas por año y la creciente inestabilidad de los precios, ya podían darse por satisfechos los instigadores de la colonización.

En Isla de Pinos, cedida a Estados Unidos por España en virtud del Tratado de París de 1898, lo cual fue ratificado en el articulado de la posterior Enmienda Platt, habitaban 44 cosecheros de toronja en 1933, más del 80 por ciento de ellos provenientes de suelo norteamericano.

También hacia la fecha funcionaban numerosas asociaciones, clubes, instituciones educacionales, asistenciales, eclesiales, medios de prensa e, incluso, cementerios, destinados de manera exclusiva a los oriundos del país del norte o de otros de habla inglesa, quienes se habían asimilado a ellos.

Cuba constituía una vía de acceso importante para asentarse en Estados Unidos por las medidas migratorias de entrada a ese territorio y la presencia de una comunidad proveniente de esa nación constituían un atractivo incuestionable para hombres y mujeres interesados en trasladarse en un futuro a suelo norteamericano.

Por esas razones, y ante la posibilidad de gozar de las mismas ventajas que los americanos residentes en el territorio, cuando se redefiniera de una vez la jurisdicción estadounidense sobre el mismo, mucho extranjeros se asentaron en sus tierras y trataron de integrarse a los círculos norteños que la habitaban.

Emigrados de Antigua y Barbuda, Caimán y otras islas caribeñas, pero también alemanes, italianos, húngaros y europeos de toda laya- quienes solían hacerse llamar americanos o eran identificados como tal por sus similitudes étnicas- se mezclaron con los norteamericanos hasta diluirse en el imaginario popular como tales.

De tal modo, el cosmopolitismo acrecentado con la llegada de esos hombres y mujeres, que se sumaron a los de la colonia estadounidense, nativos y pobladores españoles en el lugar, favoreció la reedición del carácter multinacional de la sociedad civil pinera.

A pesar de eso, la influencia ejercida por los norteamericanos en el orden cultural ayudó a distinguir aún más el localismo predominante, al imponer en los campos estilos constructivos a la usanza norteña con señales distintivas de sus regiones de procedencia.

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