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Ike, el terrible

Ike, el terrible

Ike restó alegría a la gran familia cubana: siete personas murieron, más de 200 mil casas resultaron dañadas y de ellas, 30 mil se derrumbaron, al paso del terrible huracán por la mayor de las Antillas.

Y a riesgo de ser radical, confirmo, la negligencia humana volvió a ser la causa principal de los decesos en el ámbito de un meteoro en un país donde, las autoridades, garantizaron la evacuación de más de 2,5 millones de personas con el empleo de más de diez mil medios de transporte.

Múltiples llamados a guardar las debidas precauciones y una larga data de clases educativas, spot publicitarios y programas preventivos, hicieron de la población cubana una de las más preparadas para enfrentar tales eventos naturales.

Secreto a toda voz es que en vísperas de tormentas tropicales, huracanes o ciclones, las tiendas, panaderías y mercados en general, se abarrotan de personas en busca de velas, comidas enlatadas, panes y otros alimentos o útiles que pueden servir para pasar los peores momentos.

Sin embargo, siempre quedan quienes desatienden cualquier consejo y rechazan los ofrecimientos de albergue en lugares seguros, arriesgan hasta la vida por salvar algunas de sus pertenencias materiales, o apuestan por una fuerza mal entendida contra la naturaleza.

La muerte de Pascual Villafaña, de 35 años; de Carmelina Diéguez, de 74 años; Antonio Mendoza, 55 años, y de Pedro Pablo Guetiérez, de 55 años, así lo sugieren:

-El primero abandonó- en medio de la noche y de las ráfagas de viento huracanadas- la casa de un familiar donde estaba protegido y retornó a la suya, que carecía de condiciones para su seguridad.

-La segunda se negó a evacuar, pese a la insistencia de las autoridades locales.

-El tercero se lanzó a un arroyo crecido para regresar a su casa y terminó asfixiado por inmersión

-El cuarto quedó bajo los escombros del edificio donde residía, en el malecón capitalino, cuando regresó - sin la autorización oportuna de los encargados- del refugio donde estaba con su familia.

Otra es la lectura ante las muertes de Pedro Corso, de 76 años; Ángel Sánchez, de 35 años; y Carlos Velásquez, de 53 años

-Antes de la influencia de los vientos del huracán, los dos primeros murieron electrocutados al desmontar una antena, la cual cayó sobre el tendido eléctrico

-Velásquez, miembro de una comisión de evacuación, retornó a descansar tras el ajetreo del día y falleció dormido, al caer sobre el techo de su casa una pared en construcción en los altos de la de su vecino.

La muerte siempre tiene la cara fea y sus causas pueden ser interpretadas de miles de manera, pero algo está demostrado una vez más: pocos resultarán siempre los cuidados con tal de preservar la vida en medio de los ciclones tropicales, a los que estamos acostumbrados entre los meses de junio y noviembre de cada año.

Ante la fatalidad geográfica con respecto al tema, también es sabia la decisión de las autoridades del Instituto Nacional de Vivienda y de la máxima dirección del país de destinar materiales más resistentes para restablecer las casas ubicadas en los lugares donde los huracanes son más frecuentes.

De acuerdo con datos oficiales, la población es la ejecutora del 70 por ciento de las viviendas que se construyen en todo el territorio, por lo cual esa entidad prevé un sistema de asesorías y control de la calidad para guiar a los constructores- en ocasiones empíricos- y evitar daños masivos como los apreciados.

Según el presidente de la institución, Víctor Ramírez, nadie quedará desprotegido y las soluciones se irán dando según las características de cada lugar.

En medio de tantas calamidades, sólo compensa la certeza de tener un Estado que hará lo indecible por resarcir a los afectados de lo mínimo indispensable para contrarrestar las pérdidas causadas por Ike, la peor epidemia que azotó en el último medio siglo a Cuba.

 

 

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