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Cultura de guerra en primer plano

Cultura de guerra en primer plano

En el siglo de los vientos, como identificó a la vigésima centuria el ensayista y poeta uruguayo Eduardo Galeano, tuvieron lugar cientos de conflictos armados que redundaron en la destrucción de ciudades completas y en la muerte de algo más de 187 millones de seres humanos.

Las víctimas civiles de estas confrontaciones oscilaron entre 80 y 90 por ciento, en tanto ganaba terreno una cultura de guerra con el respaldo de los grandes consorcios de la información, la comunicación, publicitarios y el cine, por solo citar algunos.

De acuerdo con los filósofos de la Ilustración, cultura puede ser entendida como civilización y sugiere un criterio o patrón con el cual puede medirse el grado de progreso de una sociedad a tono con la vida civil, la política y el sistema de gobierno, entre otros aspectos.

En correspondencia con ello, es cuestionable la expandida a partir del siglo pasado, que nubló las fronteras entre realidad y fantasía, guerra y paz, libertad y sumisión, desarrollo económico y privatización, justicia y venganza, vida y muerte.

Pese al hambre y otras tragedias diseminadas por el mundo, urgidas de solución, esta corriente implicó la inversión de considerables recursos en la captación de científicos de diversas áreas del saber, en la recopilación de fuentes históricas, literarias y enseñanzas de los guerreros de antaño.

También incidió en la dedicación de cuantiosos fondos a la reorientación de numerosas investigaciones en función de la guerra, en el fomento de la asimilación de valores, teorías militares y concepciones sobre las razones de su despliegue y prevalencia.

La aspiración de políticos, accionistas de la industria de armamentos y de otros sectores -de abarcar mayor cantidad de poder y capital-, impulsó la creación de artefactos más potentes y destructivos, millones de muertos, desplazados, heridos, y la destrucción de la naturaleza.

La cultura de guerra está emparentada con la idea de que los seres humanos somos violentos por naturaleza, aunque no lo reflejemos del todo en el diario, por la sujeción a determinadas reglas sociales preestablecidas.

En su origen subyace, además, la convicción de algunos en que nuestra especie sólo puede resolver las diferencias a través de la coacción.

-Carácter multidimensional de la cultura de guerra

El repaso de pesquisas anteriores acerca de la problemática refuerza el criterio de la necesidad de romper con la reducción del análisis al tratamiento de los aspectos meramente militares y explorar otras aristas relacionadas con la cultura guerrerista en boga.

Rodrigo Zalaquett, académico chileno, concuerda con varios autores en que el asunto debe abordarse como un fenómeno social cuya permanencia sigue pendiente de explicación y no como un caso patológico o una enfermedad política.

Es preciso considerar que vivimos en sociedades violentas y violentadas, que reproducen lógicas de poder, donde lo "maquivélico" se impone a los valores, donde "todo tiene precio y nada tiene valor", sugiere el investigador Orlando Castillo.

La cultura de guerra se sustenta en el autoritarismo y se manifiesta en una lógica antagónica, basada en la relación amigo -enemigo, y en otra de poder: se tolera a quien tiene más y se castiga al que tiene menos.

Lejos de convivir en sociedad, las personas compiten en medio del auge del belicismo y son capaces de propiciar la anulación pública de sus adversarios y hasta su desaparición física.

Esta lógica de imposición induce a que los conflictos intrafamiliares se resuelvan de forma violenta, en tanto abunda la convicción de que es el único modo de resolver los problemas y no procurando dialogar, arribar a puntos de acuerdos o cediendo posiciones.

"De esta manera la victoria es entendida como eliminación o humillación de otro. Existe una identificación del conflicto con los actores que participan en él y no con el hecho objetivo que lo genera, por lo que se tiende a eliminar a las personas involucradas y no a resolverlo", opina Castillo.

La uniformidad social propulsada por la globalización neoliberal es otro elemento que supone el predominio de la cultura militar: incurre en un pecado mayor quien se atreve a desafiar los cánones impuestos por obra de un mercado deformado y de los medios de comunicación.

La idea es que todas y todos vistamos igual, comamos lo mismo, andemos con cabelleras rubias, delgados, depilados, y pendientes de los productos tecnológicos de última generación, sin importar la utilidad particular que puedan reportarnos.

Es como si la sociedad marchara a ritmo militar y funcionara como un cuartel en el cual apenas existen subordinados obligados a acatar órdenes, no a cuestionarlas, coincidimos con la manera jocosa de verlo Castillo.

La espada de Damocles pende en ese entornos sobre la cabeza de quienes abogan por lo plural, lo diferente, independientemente del objeto o fin de sus demandas, y las condenas a su disidencia puede llegar a las manifestaciones más crueles.

Los conflictos generacionales, o entre mujeres y hombres, o entre adultos y menores de edad, o entre indígenas y mestizos, o entre ricos y pobres, son focos de tensión avivados por este sistema autoritario y verticalista.

Por otro lado, las instituciones públicas, la familia, las organizaciones sociales, movimientos sociales, entre otros, reproducen con harta frecuencia formas de organización, de toma de decisión, composición de sus direcciones muy parecidas a la estructura militar, o con la rigidez de los valores militaristas.

Más, el hogar y la escuela son los lugares por excelencia para la reproducción de la fe y de todo tipo de ideologías. En ellas se crea un universo, una dimensión cultural, un imaginario simbólico, que luego sirve como mecanismo de regulación social.

El militarismo es concebido como parte esencial de la cultura de guerra y su intención es dominar la cultura, la educación, la política y la economía en detrimento de la institucionalidad civil.

Esta doctrina contempla la imposición física, abarca el desarrollo de la industria y comercio de armas, la preparación de y para la guerra, pero sobre todo, el estímulo a la asimilación y aplicación de valores militares.
La aceptación y obediencia voluntaria de la sociedad son el fin principal de los militaristas, afirman seguidores del tema, quienes consideran señales de alerta la desobediencia e insubordinación de la corporación militar a la autoridad civil y el exceso en sus funciones legales.

Los primeros pasos en la conformación de esta ideología datan de la Europa decimonónica y su nombramiento es atribuido a los liberales de la época, afectados por las grandes diferencias entre sus intereses burgueses con los de los oficiales aristócratas.

Historiadores concuerdan en que el Estado Espartano, el Japón de 1931 a 1945, y la Alemania hitleriana, son los modelos ideales de militarismo, entendido como una desproporción entre funcionarios civiles y de origen militar en el mando de un Estado.

Para otros especialistas, el militarismo valora positivamente la guerra y atribuye a las fuerzas armadas primacía en el Estado y la sociedad, exalta una función, la aplicación de la violencia, y una estructura institucional: la organización militar.

Este implica a su vez una orientación política y una relación de poder, en la misma medida en que el uso de la violencia militar bajo su impronta esta relacionada con la política exterior y no en el ámbito interno.

El militarismo se apodera de la ciencia, del arte, y subordina la investigación científica a los fines de las confrontaciones armadas, frente al reacomodo de la economía a esta, en consonancia con el avance del capitalismo y la incesante búsqueda de capitales.

Borísov, Zhamin y Makárova, definen que en el contexto de la cultura de guerra, se recrudece la propaganda de odio a la especie humana y el progreso cultural de los pueblos choca con nuevos obstáculos.

-Arraigo de la ideología militarista

"El militarismo es una ideología cuya pervivencia depende de que se busque y encuentre enemigos continuamente. Esta demonización del otro nos lleva a una visión vital negativa, que ve el conflicto como un ataque y no como una oportunidad de diálogo", expresa el académico chileno Guillermo Cortes Lutz.

Esta concepción logró extenderse y ser aceptada por la mayor parte de la población, de forma consciente o inconsciente, a pesar de que implicó la militarización de muchísimos aspectos de la vida personal, social y política.

La problemática alcanzó tales raíces que, en opinión de Cortes Lutz, parece imposible alguna alternativa o, simplemente, alguna línea de crítica asumible por las mayorías.

De acuerdo con Martin Shaw, Anthony Giddens, y otros autores, los militares no son los únicos responsables y exponentes de la ideología militarista.
La conjugación de factores sociopolíticos, económicos y un cúmulo de acciones consientes, posibilitan la entronización en el imaginario social de esta corriente, mientras políticos, intelectuales y otros civiles, apoyan y hasta dirigen programas de distinta naturaleza con tales enfoques.

El meollo de la cuestión, en última instancia, está en el afán de dominación de unos individuos sobre otros y no sólo en lo meramente militar.

Pese a las intensas campañas en su contra, el militarismo está infiltrado en las bases culturales de nuestras sociedades y subyace en gran parte de las prácticas políticas habituales en cada una de estas, en el siglo XXI.

Propuestas atravesadas por la lógica belicista -no siempre encausadas para bien de la defensa de las naciones-, completan las políticas económicas nacionales, internacionales, de producción, investigación y desarrollo, cooperación internacional, y resolución de conflictos, independientemente de sus orígenes.

En otros términos, esta doctrina logró tal incidencia en las agendas públicas e individuales en este amanecer de siglo, que resulta un pecado imperdonable desatenderse del asunto y virar la espalda a los movimientos empeñados en contrarrestarlo.

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