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El drama indio y la pasión martiana por el liberalismo en Guatemala

El drama indio y la pasión martiana por el liberalismo en Guatemala

Probablemente una de las más controversiales obras del cubano universal José Martí es Patria y Libertad (Drama Indio), escrita para una representación teatral a propósito del día de la independencia en Guatemala, en 1877.

   La presunta pasividad del indígena, reflejada en su supuesta condición de niño o a partir de recursos metafóricos como el letargo y el sueño, es quizás lo que más despierta enconados debates académicos en torno al ideario martiano en una época signada por el predominio del pensamiento liberal.

   Pero más allá de esa mirada habitual al hombre de estas tierras, al peregrino humilde –como se autoproclamó en su ensayo Guatemala (1878)- se le imputa propugnar la anulación del originario mediante su entrecruzamiento con quienes resultaron de la mezcla de estos con los conquistadores españoles.

   Respecto a Patria y Libertad los críticos parten justo de esos términos, harto esgrimidos en el contexto liberal de la segunda mitad del siglo XIX por quienes adoptaron políticas que redundaron en el afianzamiento de la violencia, el desprecio y la subordinación al indio, claves del drama real de estos pueblos.

   En esta pieza el mestizo de alma fiera llamado Martino distingue al buen español, capaz de morir defendiendo los derechos de los americanos, al punto que “lo honraré en mi casa y le daré a mi hermana por esposa” y riposta a Indio porque no entiende por qué llamarles hermanos a esos extranjeros.

   Para el protagonista, el amor a la libertad debía ser lo que nos uniera “en este continente de Bolívar”, y que se abrieran por ello “los brazos generosamente al español”.

   Mas para sellar el pacto de la nueva república el mestizo contrae matrimonio con una mujer indígena y con ello crea las condiciones para el consenso a nivel nacional:

   “Patria libre, Coana, esposa mía, la inmensa procesión que se levanta, marca la feliz ruta del futuro. Ya veo el porvenir que se agiganta, Ya veo el porvenir amplio y seguro. Hombres libres serán los descendientes de tu amor y del mío”, preconiza a través de Martino el cubano.

   La concepción martiana subyacente en esta obra, más los vínculos del autor con los máximos exponentes de la revolución liberal guatemalteca del siglo IX -Miguel García Granados (1809-1878) y Justo Rufino Barrios (1835-1885)-, son esgrimidos por sus detractores.

   El empeño en demostrar que ese Sol del mundo moral –como lo llamó uno de los más reconocidos seguidores de su obra, Cintio Vitier- igual tuvo manchas mueve los ánimos de estos cazadores de sombras, los cuales insisten en la presunta parcialidad de Martí a favor del proyecto económico liberal de Barrios.

   El gobernante de Guatemala (1873-1885) priorizó el establecimiento de un sistema de plantación cafetalero, a partir del cierre de terrenos baldíos y de la usurpación de los terrenos heredados al clero por sus devotos, pero asimismo de los ocupados desde tiempos ancestrales por las comunidades indígenas.

   Fuentes históricas recuerdan que todo aquel que no mostrara un título de propiedad en esa etapa, así hubiera vivido toda su vida en ellos, era despojado de sus tierras y como la mayoría de los originarios carecían de dinero se vieron imposibilitados de comprar sus pacerlas en los 18 meses que les dio el Estado.

   En consecuencia, la mayoría de los indígenas fue expulsada de sus propiedades ancestrales y se vio forzada a trabajar en las plantaciones de los colonos, práctica que persiste en la Guatemala del siglo XXI.

   Tanto Granados como Barrios abrieron una nueva etapa en el devenir de este país centroamericano, al soltar las amarras que frenaban el progreso económico, pero ello conllevó decisiones polémicas como la estimulación sutil al mestizaje de la sociedad, a través del aliento a la inmigración extranjera.

   El reclutamiento de profesores foráneos y la normalización del matrimonio con ciudadanos de otros países devinieron puntales de esta política, al amparo de la cual llega Martí en marzo de 1877 y enseguida consigue trabajo como profesor de literatura y gramática en la Escuela Normal Preparatoria de Ciudad Guatemala.

   La institución estaba dirigida entonces por su compatriota José María Izaguirre, quien había sido contratado por el gobierno de Barrios en Nueva York y, admirado por la capacidad de oratorio e inteligencia del joven de 24 años de edad, lo introdujo en los círculos literarios de la capital.

   Pese a su decisión de retornar a México para casarse con Carmen Zayas Bazán y a las diferencias que tuvo a su regreso a Guatemala con el gobernante, por destituir a su amigo del puesto de director de la Escuela Normal, Martí deja por escrito su complacencia con lo que en su opinión fueron logros de los liberales.

   Guatemala, ensayo de su autoría que data de 1878, abarca la realidad integral de un país a través del poder condensador e intensificador del símbolo y ofrece una suerte de síntesis muy sugerente de la visión del mundo nuestro americano que se forja de modo tan temprano Martí.

   El joven maestro expone en ese texto los elementos que considera promisorios de un buen porvenir para el país, al cual le augura un destino de civilización superior, gracias a la impronta liberal de Granados y Barrios.

   Entre estos destaca “anchos caminos, naturales esplendideces; bondadoso carácter, benévolo gobierno, inquietud por mejora y por riqueza; mujeres americanas y cristianas, hombres inteligentes y afectuosos, viejo arte, ansia creciente, señorial ciudad, deleitoso clima, pintorescos pueblos, seguro bienestar, fantástico crecimiento de fortuna”.

   “He aquí todo lo que al mundo ofrece Guatemala, fertilísimo campo, California agrícola”, concluye, con base en la experiencia aportada por su estancia al calor de las transformaciones posteriores a la revolución de 1871.

   Más advierte que “la redención de esta vastísima tierra se verá consumada cuando se supere favorablemente la dialéctica entre falsa erudición y naturaleza propia, que es la clave del conflicto que otros pensadores americanos definieron, con menor precisión y peor fortuna, como Civilindón frente a barbarie”.

   La redistribución de la tierra, la implementación de un modelo agrícola capaz de propulsar la competitividad y una inserción mejor en el mercado internacional, la profesionalización alentada por la política educativa y otras reformas posibilitaron en sus inicios un desarrollo armónico a Guatemala.

   El pensamiento aguzado de Martí percibe esto, quizás ello explica el optimismo desmesurado y las limitaciones para comprender que más allá de los magníficos aires que soplaban en esos días, otros problemas arrastraba la nación bajo la tutela de los gobiernos que sucedieron al colonialismo español.  

   En última instancia es Guatemala el lugar que el político, empeñado en liberar a su patria oprimida, elige para estudiar “las causas de nuestro estado mísero, los medios de renacer y de asombrar”, con el fin de derribar el cacaxte de los indios -gran cesta para cargar mercancías a la espalda- y poner en sus manos el arado, y en su seno dormido la conciencia.

   Martí deja por sentado su confianza en el papel de la educación, en el equilibrio armónico de la naturaleza americana con los seres humanos que pueblan en su entorno, y en la apertura de los intelectuales guatemaltecos a la captura del saber inspirador producido afuera para beneficio de su nación.

   En ese sentido reconoce el primer Código Civil de la República de Guatemala, que entró en vigencia el 15 de septiembre de 1877, y a quienes como su prologuista Lorenzo Montufar “dejan de ser los abogados augures para comenzar a ser sacerdotes”.

   “Se ha aprovechado para el código todo lo nuevo, se ha repelido todo lo intrincado, lo repetido, lo laberíntico, lo añejo”, destaca y menciona el seguimiento previo a las prescripciones del Código Alfonsino o a las Ordenanzas de los reyes españoles.

   E insiste que con este nuevo reglamento jurídico tales mandamientos coloniales “han venido a tierra precedidas de un vigoroso informe, bello en la forma, sintético en la expresión, perfecto en el método, debido a la instrucción jurídica y reformador anhelo de Montúfar”.

   Pero el éxtasis no nubla del todo la visión del maestro, quien advierte que “lo que de veras ha de preocupar a las gentes honradamente ambiciosas, es el seguro bienestar que se conseguirá en aquellas tierras dando incremento a la ganadería”.

   Porque durante su estancia aprendió, además, que el ganado escaseaba y era solicitado, se le compra barato y se le vendía caro, lo cual podría remediarse fomentando su desarrollo dentro del territorio.

   “No hay en la tierra más vía, honrada, que la que uno abre con sus propios brazos. Así lo entienden los franceses que por Gualan tienen café, los americanos que por Salamá hacen vino, los ingleses que por Izabal tienen ganado”, refirió como ejemplo.

   La revolución liberal tendió telégrafos, contrató ferrocarriles, abrió caminos, solicitó educadores, subvencionó empresarios, fundó escuelas, reflexiona Martí, más propugna “siémbrense química y agricultura, y se cosecharán grandeza y riqueza!”.

   “Una escuela es una fragua de espíritus: ¡ay de los pueblos sin escuela! ¡ay de los espíritus sin temple!”, cree firmemente el cubano, que no pierde oportunidad para reiterar que la tierra guatemalteca es rica por sí y por los honrados hábitos de los que la viven, así como por la enérgica voluntad de los que la gobiernan.

   “Crear, extender, vivir, esto se quiere. El país no opone resistencia. Ama la limpieza, está acostumbrado a la sobriedad, gusta del trabajo. Naturalmente artístico, una vez despierto el gusto, buscará con amor todo lo bello”, apunta.

   Vivencias posteriores y el crecimiento natural de quien dedicó todas sus fuerzas a planificar la independencia de Cuba llevaron con posterioridad a ideas más preclaras en cuanto a los alcances del liberalismo, pero sobre todo respecto a la situación del indígena y su papel en el espacio nuestro americano.

   Madre América, discurso pronunciado en la Sociedad Literaria Hispanoamericana, en diciembre de 1889; así como el ensayo Nuestra América, publicado inicialmente en la Revista Ilustrada de Nueva York, el 1 de enero de 1891, dan fe de ello.

   Ambos deben ser lecturas obligadas en edades tempranas en este continente, porque en ellos están resumidos principios básicos de lo que puede llevar a la verdadera emancipación latinoamericana, en particular el orgullo por las raíces indígenas y negras de estos pueblos y la independencia en el plano de las ideas.

   “¿Ni en qué patria puede tener un hombre más orgullo que en nuestras repúblicas dolorosas de América, levantadas entre las masas mudas de indios, al ruido de pelea del libro con el cirial, sobre los brazos sangrientos de un centenar de apóstoles?”, subrayó en el segundo.

   Y fue más lejos “la universidad europea ha de ceder a la universidad americana. La historia de América, de los incas acá, ha de enseñarse al dedillo, aunque no se enseñe la de los arcontes de Grecia. Nuestra Grecia es preferible a la Grecia que no es nuestra. No es más necesaria”.

   “Injértese en nuestras repúblicas el mundo; pero el tronco ha de ser de nuestras repúblicas. Y calle el pedante vencido; que no hay patria en que pueda tener el hombre más orgullo que en nuestras dolorosas repúblicas americanas”, remarcó.

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