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Caribe: los hermanos de la costa

Caribe: los hermanos de la costa

Mezclar el vino con agua es un sacrilegio, enseñaron los bucaneros, rudos hombres de mar europeos que quizás cansados de sus correrías terminaron en suelo caribeño dedicados a cazar, comer y beber en exceso.

Pero entre col y col, lechuga, enseña el refrán popular. Los hermanos de la costa, como también fueron identificados, devinieron expertos en preparar el sabroso boucán o cecina, tan codiciado por las tripulaciones de las naves piratas y corsarias, de paso por la zona.

Práctica común entre ellos fue negociar con los marineros que rondaban el área, dueños de suficientes mercancías para pagar el exquisito plato de cerdo asado, rociado con jugo de limón, pimienta, orégano y hierbas aromáticas.

Cientos de hombres de mar, cansados de guerrear contra los buques españoles para quitarles el oro y la plata -arrancados antes a los indígenas americanos-, probablemente sintieron muchas veces llegar al paraíso de los cristianos al atracar en isla Tortuga, en Haití.

Los bucaneros, mayoría en el lugar, los esperaban con barriles enteros de vino y ricas postas de carne de cerdo, pero también de codornices y palomas torcaces.

Las aves eran colocadas en el vientre del primero y asadas hasta que la piel del chancho quedara crujiente y dorada, lista para el festín.

Además de cazar animales salvajes para preparar esos platos, los bucaneros traficaron pieles, carne salada, tabacos y algunos objetos de plata labrados, afirmó el historiador cubano José Luciano Franco.

Cuando los primeros de ellos tomaron posesión de isla Tortuga, ni Inglaterra ni Francia hicieron esfuerzos financieros ni militares por ejercer el dominio en las Antillas, según el autor de la Historia de la Revolución de Haití (1965).

La pequeña guarnición española en la ínsula, casi sin contacto con los suyos y carente de auxilio, pronto abandonó el lugar sin resistencia a los aventureros interesados en asentarse en él para convertirlo en base de operaciones en la región.

Luego comenzó la disputa entre ingleses y franceses por controlar el territorio, y conllevó a la expansión de los segundos hacia las costas occidentales de La Española a inicios del siglo XVII.

La división de labores en las comunidades establecidas en estas tierras por los franceses incidió en que los cazadores fueran llamados bucaneros; los dedicados al corso, filibusteros; y los labradores, habitantes.

Mientras unos acopiaban cueros de buey a montones, otros llevaban a la Isla un botín considerable, lo cual los colocó en condiciones de negociar con decenas de buques que arribaron a las costas.

La fama de la bonanza económica disfrutada por los habitantes de Isla Tortuga atravesó el Atlántico, en particular durante la gestión como gobernador del francés Bertrand d’Oregon.

Este, por ser uno de los principales instigadores de la piratería contra las colonias españolas en el Caribe, alentó la inmigración desde Francia y ofreció créditos a los decididos a viajar a la Isla.

D’Oregon trató de mantener la paz y el crecimiento poblacional a través de estrategias tales como contratar mujeres dispuestas a servir de esposas a los hombres de mar asentados allí.

Bajo su égida, los franceses poblaron casi todo el norte de La Española. Durante su administración, el surgimiento de las habitaciones del Cul de Sac, en Santo Domingo, atrajo igualmente a muchos antillanos y franceses al otrora cuartel general de piratas y filibusteros en el Caribe.

 

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