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El guardían de las buenas personas

El guardían de las buenas personas

Las buenas personas y trabajadoras tienen un guardián en El Salvador: un perro delgado, de cola larga, dientes afilados y ojos rojos, conocido como el cadejo blanco.

Contrario a lo que relatan otros mitos populares, este ronda por las noches y aunque sus pasos suenan como cascos de cabro, sólo aparece para proteger de cualquier peligro al caminante.

En ese afán, el can de hocico puntiagudo se pelea hasta con el cadejo negro, que supuestamente es el mismo demonio encarnado en un perro de ese color.

Contada para condicionar la forma de ser, pensar y actuar de infantes y mayores, como el resto de las leyendas que corren por estos países, la referida asegura que el can más claro vela por quienes son respetuosos de sus congéneres y salen casi de madrugada a trabajar.

Otra versión señala que el cadejo blanco también cuida a los borrachos en la calles, para que no les ocurra nada y sus familias no tengan que padecer por ello, mientras otra defiende que este sólo aparece cuando se trata de mujeres y el negro, ante los hombres.

Pero la mayoría coincide en que el relato mitológico se originó a partir de lo ocurrido a una pareja de campesinos salvadoreños a raíz del nacimiento de sus dos hijos: uno blanco y otro negro.

Según la leyenda, los gemelos de diferente color eran identificados por los vecinos por el color de su piel y muchas veces criticados por lo poco que ayudaban a sus progenitores.

Más bien, estos se la pasaban vagando por las calles sin hacer nada desde muy pequeños y solían divertirse escondidos entre los matorrales y asustando a los jóvenes que venían o iban a fiestas a media noche.

Un buen día, los hermanos trataron de atemorizar a una pobre viejita que pasaba por el lugar y ella les echó una maldición: "vagos, si les gusta asustar a la gente indefensa, pues lo seguirán haciendo por el resto de su vida".

Los gemelos no le dieron importancia a lo expresado por la señora y regresaron a sus casas para satisfacer sus ganas de comer, donde horas después fueron encontrados por sus padres transformados en perros y lanzando terribles aullidos.

La pareja nunca logró imaginar que ambos animales, uno negro y otro blanco, eran sus hijos y ante los chillidos espantosos que hacían decidieron cerrar la puerta del hogar y marcharse para siempre.

Desde entonces, cada media noche ambos siguen a los caminantes como perros pacíficos, mas si les tiran piedras, crecen al tamaño de un hombre y les ponen sus ojos rojos como de fuego.

Transformados en una suerte de toro salvaje, este

El cadejo, sea blanco o negro, no ladra solo silba y acompañan a los trasnochadores hasta sus destinos pero no los lastiman, siempre que no atenten contra ellos.

Muchos salvadoreños creen además que este sabe lo que las personas piensan durante su andar y cuando se sienten bien con ellas, las cuidan hasta el cansancio.

Incluso, velan llegan a dormir junto a ellos para cuidarle de los malos espíritus o de alguna persona que quiera hacerle daño, de modo similar a como lo haría un fiel guarda espaldas.

En relación con esta creencia, también corre en El Salvador la historia de un joven que vivía cerca de las costas y visitaba todas las tardes a su novia en un pueblo vecino hasta que se le apareció en el camino una gran chanchona (cerda).

Al ver a esta en el centro de la calle, en actitud desafiante, el muchacho sintió miedo y con cuidado desenvainó el machete, pero pese a lo afilado de este, no logró inflingirle ninguna herida al animal.

Días después, sintió unos pasos muy leves cerca de él y de repente vio a la par un pequeño animalito oscuro con pezuñas como los cabros: era el cadejo, empeñado en protegerlo.

Aún después de casado, y sin que recorriera largas distancias, el hombre tenía la certeza de andar acompañado por el curioso perro, símbolo de los espíritus que supuestamente rodean a los seres humanos.

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