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Vindicación de Anastasio Aquino, rey de los nonualcos

Vindicación de Anastasio Aquino, rey de los nonualcos

Opiniones divergentes aún atraviesa el recuento de las proezas de Anastasio Aquino, miembro de la familia de los pipiles nonualcos, quien encabezó la primera rebelión organizada de los indígenas en El Salvador, a finales de 1832 y comienzos de 1833.

La gran mayoría lo considera un héroe, figura central en la historia del país y precursor de las revueltas ocurridas una centuria después bajo similares gritos de tierra y libertad, pese a ser calificado por algunos retrógrados de bandolero.

No obstante el logro de la independencia del dominio colonial español en 1821, los pueblos autóctonos seguían explotados por oligarcas y terratenientes criollos en minas y haciendas, obligados a enrolarse en las fuerzas creadas por ellos para guerrear entre sí.

El levantamiento de Aquino ocurrió en ese contexto y es considerado una de las tantas respuestas de los indígenas contra el mantenimiento de la explotación sobre el sector en el territorio.

Para otros, demostró la inconformidad de un alto porcentaje de la población en el período por el sostenimiento del status quo legado de la otrora metrópoli, mientras ciertos grupos procuraban acelerar a cualquier riesgo la integración regional.

Versiones que llegan hasta nuestros días plantean que él irrumpió con sus seguidores en el templo católico El Pilar, de San Vicente, tomó la corona del santo José, venerado allí, y tras colocarla en su cabeza, se autoproclamó Rey de los Nonualcos.

Detractores de Aquino insisten en la supuesta ofensa a los católicos o señalan como causa principal de la revuelta el amor de este por una ladina o blanca llamada Matilde Marín, o que el patrón de la hacienda La Jalponguita tenía a su hermano Blas en el cepo.

De acuerdo con defensores, el valor demostrado en el campo de batalla por el nacido en abril de 1792, en Santiago Nonualco, le granjeó el reconocimiento como rey por parte de los indígenas sin necesidad de agenciarse una corona prestada.

Historiadores salvadoreños concuerdan en que el cuartel general de Aquino estaba en una enorme cueva en el caserío de Los Lobatos, cantón de Santa Cruz Loma, y que tuvo otras sedes en un accidente geográfico similar del Cantón de San Sebastián o en el Cerro de Tacuazín.

El avance de las fuerzas del también autotitulado Comandante General de las Armas Libertadoras Indígenas hacia Olocuilta sólo pretendía la recuperación de las tierras arrebatadas por los terratenientes, del trato humano y la liberación de la servidumbre.

Roque Dalton, en su monografía El Salvador (1965), asegura que al llegar a Tepetitán, el nonualco prohibió cobrar impuestos y deudas, la fabricación e ingestión de aguardiente y los reclutamientos forzosos de aborígenes.

También estableció severas penas contra el robo, el pillaje, la violación y otras, lo cual desmiente otras tesis sobre la presumible condición de Aquino de asaltante de caminos y abusador de mujeres, opinó el poeta salvadoreño.

Al mismo tiempo demandó el reconocimiento y autonomía política del territorio liberado por su ejército, que comprendía los departamentos de La Paz y San Vicente.

La primera rebelión indígena en Cuzcatlán duró casi siete meses por la falta de abastecimientos, dinero y las maniobras de los oligarcas para aniquilarlo.

La ofensiva desatada contra los sublevados rindió sus frutos hacia febrero de 1833 y dos meses más tarde el líder fue capturado tras la delación del párroco Juan Bautista Navarro, recibido antes por Aquino en los territorios bajo su control.

El Rey de los Nonualcos padeció prisión, lo obligaron a recorrer con grilletes desde el centro de San Vicente hasta la Cuesta de los Monteros y después de fusilarlo, decapitaron su cadáver.

Cuentan que la cabeza del artífice de la gesta indígena fue hervida en aceite, paso previo a su exhibición en una jaula de hierro para intimidar a los revoltosos.

La familia de Aquino sufrió similar persecución y tuvo que esconderse en las montañas de la zona, mientras los despojos del héroe terminaban en el cementerio sin que se descubriera por obra de quién, relató el historiador salvadoreño Julio Alberto Domingo.

Sólo en julio de 1984, en pleno apogeo de la guerra interna extendida hasta 1992, varios vicentinos ubicaron la sepultura, colocaron una placa y levantaron un pequeño monolito en su honor.

La opinión pública conoció del sitio y de la acción de los citadinos miembros del Patronato Cultural cerca de 22 años después por el empeño de Oscar Martínez, director de la UFG-Editores, de la Universidad Francisco Gaviria.

 

4 comentarios

moran -

a si ba maje

Ana -

hahahahahah mil gracias me sirvio tanto!

moran -

sepa cual es

Ana -

Me pueden dar la informacion de la imagen que sale arriba porfavor.