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Machismo con matiz religioso

Machismo con matiz religioso

Páginas oscuras arrastra en su historia la Iglesia Católica, pero quizás ninguna ellas tenga tan presencia en la contemporaneidad como las relacionadas con la concepción estrictamente masculina del dogma basado en la triada.

Al considerar hombres a Dios, a su hijo y al espíritu santo, los creadores de esta religión propugnaron la supremacía de ese género como extensión del orden divino y legaron argumentos a los atacantes de sus contrapartes en distintas épocas.

Especialistas en el tema coinciden en que la misoginia católica se remonta a la Primera Epístola de San Pablo a los Corintios (7:1), en la que este intenta explicar el predominio de sus congéneres a través de la creación de ambos personajes mitológicos.

"El varón no procede de la mujer, sino la mujer del varón", señaló el apóstol y luego desplegó la archidifundida leyenda de la costilla desprendida del torso del ejemplar del supuesto sexo fuerte.

Siglos después apareció en escena Tertuliano de Cartago (150-230), identificado por los historiadores de su tiempo como el azote de los herejes y uno de los adalides de esa visión.

Tras una vida plagada de placeres y vicios, este se convirtió al cristianismo en el año 195 de nuestra era y definió como perversas a las mujeres.

¿Por qué? Pues porque, en su opinión, estas eran lo suficientemente audaces para enseñar, disputar, ejecutar exorcismos, emprender curas y bautizar.

Otro libertino de antaño, quien se desató en disfrutes de la carne y tuvo un hijo al que nunca reconoció, devino en obispo de Hipona y escribió en la misma sintonía a inicios del siglo V.

Un esposo está destinado a gobernar sobre su esposa así como el espíritu gobierna sobre la carne, legó a sus sucesores San Agustín (354-430).

Tales preceptos fueron esgrimidos por los asesinos de Hypatia, erudita nacida en Alejandría en el año 370 de la era cristiana, quien fue martirizada hasta la muerte por su saber, excepcional en la época.

La autora de una cuarentena de textos sobre aritmética, geometría, mecánica, astronomía y otras disciplinas; diseñadora del astrolabio plano e inventora del planisferio y de un destilador de agua, no había sido bautizada de niña ni era apreciada por el Arzobispo Cirilo.

Este, quizás celoso del prestigio alcanzado por la maestra de matemáticas y filosofía, alentó la confusión entre los vecinos del lugar y provocó el crimen de Hypatia: en marzo de 415, mujeres y hombres de pueblo la atacaron, la desnudaron y cercenaron su cuerpo.

Como si no bastase, los despojos de la sabia fueron quemados junto con sus libros, mientras el que llegó a ser Cardenal de Alejandría por 37 años trataba de justificar el crimen.

Ella había presumido de enseñar a los hombres, contrariando los mandamientos de Dios, alegó Cirilo, quien fuera canonizado y hasta declarado Doctor de la Iglesia por el Papa León XIII (1882).

La publicación de El Martillo de las Brujas, en 1486, demostró la supervivencia de esas concepciones y la disposición de los inquisidores a defenderlas a toda costa.

En un ámbito marcado por el ataque a toda postura progresista, bajo el matiz religioso, Heinrich Kramer y Jacobus Sprenger sostuvieron que las mujeres eran más proclives a convertirse en brujas que los hombres y a las "cosas de la carne".

Ellas son animales imperfectos y torcidos, mientras que el hombre pertenece a un sexo privilegiado de cuyo centro surgió Cristo, enfatizaron.

Casi cinco siglos después, ante el incremento de los cuestionamientos acerca de la marginación de estas de la jerarquía católica, el Papa Paulo VI declaró que las mujeres están excluidas del sacerdocio porque "nuestro Señor fue un hombre" (1977).

Esos pronunciamientos resultaron poco novedosos para los entendidos en un creo que, desde sus orígenes, consideró todo lo vinculado a las descendientes de Eva lo impuro, imperfecto y torcido.

Peor si se trata del aspecto meramente sexual: las herederas de la culpable de la "perdida" de Adán también cargaron desde siempre con el estigma de provocar en los hombres las excitación diabólica de los genitales o el deseo de poseerlas.

San Pablo aseguró en su primera carta a los corintios que es cosa buena para el hombre no tener relaciones con ninguna mujer y en la Epístola a los Colosenses, demandó extirpar lo terrenal de sus mentes: fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos.

La condena al sexo oral, anal, durante el ciclo menstrual, el embarazo, la esterilidad o la menopausia también fue reiterada en los textos elaborados por algunos teólogos antiguos.

Tal es el caso del griego Clemente de Alejandría (150-211), cuyas ideas aún sobreviven en millones de personas de ambos géneros a pesar de los siglos transcurridos, de los avances de las investigaciones científicas y de la divulgación de sus resultados.

De modo similar al comunismo, en tiempos de la Guerra Fría, el sexo fue catalogado por San Agustín de intrínsecamente perverso o excitación diabólica de los genitales, mientras que para San Jerónimo (342-420), era un veneno lo que guardase la semilla del placer sexual.

La mujer es castigo cósmico, mal necesario, deseable calamidad, fascinación mortal, plaga maquillada: un templo construido sobre una cloaca, apuntó en La Consolación de la Filosofía San Juan Crisóstomo, Boeto, filósofo cristiano del siglo VI.

Y para engrosar el listado de improperios contra posibles madres, hermanas, amigas, amantes y compañeras de sociedad, Odo de Cluny afirmó cuatro centurias más tarde que abrazar a una mujer era aferrarse a un costal de estiércol.

Seguidores de la historia eclesiástica y de los temas de género rememoran de forma indistinta en sus obras además las palabras de un furibundo sacerdote dominico del siglo XIII, que identificaba a la mujer como la confusión del hombre.

A pesar de provenir de una de ellas seguramente, el religioso de marras las veía al mismo tiempo como una bestia insaciable, ansiedad continua, batalla incesante, ruina diaria, casa de tempestad y estorbo para la devoción.

Infinito puede resultar un listado de esta naturaleza y tan elocuente, que no precisa comentarios, sólo soluciones en la práctica diaria al estilo de las intentadas en ciertos sectores del entramado católico y social en general por reivindicar el valor de las mujeres.

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