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El encanto de la costarricense Isla del Coco

El encanto de la costarricense Isla del Coco

Quien recorrió el rectángulo que forma la Isla del Coco, Patrimonio Natural de la Humanidad desde 1997, difícilmente pueda olvidarla y más bien vivirá expectante por las amenazas que acechan a los vestigios culturales y especies diseminadas por ella.

Cuesta aceptar que algunos seres humanos son capaces de profanar lugares como ese, cuyo estado de conservación y aislamiento, lo convierten en uno de los sitios privilegiados del mundo pese a sus escasos 24 kilómetros cuadrados.

La excepcionalidad del territorio, avistado por europeos por vez primera entre 1531 y 1542, radica en una serie de condiciones relativas a su origen volcánico, localización, carácter de isla oceánica y edificaciones de valor histórico.

Cuenta la leyenda que en sus intrincados bosques están escondidos valiosos tesoros enterrados por piratas y corsarios, quienes transformaron a la Isla del Coco en su refugio durante los siglos XVII y XVIII y la llamaron así por la abundancia de esa fruta.

La posible riqueza ocultada motivó casi 300 expediciones de búsqueda hacia el lugar, que sirvió igual de colonia penal, agrícola y estación de descanso y aprovisionamiento de tripulaciones balleneras que operaban ilegalmente cerca de Islas Galápagos.

Situado en la parte central del Pacífico Oriental, identificado en tiempos coloniales como Mar del Sur, el territorio dista 532 kilómetros de las costas ticas y reina en medio de 1997 kilómetros cuadrados de área de ecosistemas marinos protegidos.

Muchos especialistas lo consideran por ello un laboratorio ideal para realizar investigaciones sobre la dinámica de los ecosistemas del planeta y su relación con los cambios globales del ambiente marino y terrestre.

También la historia concentrada en las inscripciones realizadas en tiempos remotos en las rocas de las bahías de Chatham y Wafer, únicos accesos factibles de desembarco seguros en la Isla del Coco, se entrecruza con una flora y fauna envidiables.

Aunque este espacio carece de mamíferos terrestres autóctonos, cerdos, gatos, cabras, ratas, y venados de cola blanca sorprenden al visitante de vez en vez.

Estos animales fueron introducidos por el hombre, intencional o accidentalmente, y algunos de ellos impactaron de forma desfavorable el medio y la diversidad biológica en la zona.

En cambio, aves visitantes, vientos, corrientes marinas y materiales flotantes, propiciaron la expansión de una flora compuesta por 235 especies de plantas, 60 de ellas endémicas, que hacen las delicias de cualquiera con un poco de sensibilidad.

Matices de verde y azul adornan la geografía donde confluyen además 100 variedades de aves, 400 de insectos, cinco de reptiles, número similar de artrópodos, 600 de moluscos (40 autóctonos), 57 de crustáceos, 32 de corales, y más de 250 de peces.

Desde 1791 hasta la fecha, los científicos que frecuentaron la isla la catalogaron como un sitio único en el mundo por su riqueza en arrecifes de coral, sus tiburones martillo y tiburones ballena, así como los miles de peces multicolores que habitan a su alrededor.

Pero la integridad de la Isla del Coco está amenazada por la pesca ilegal, que compromete seriamente la fauna, los ecosistemas marinos y la función del territorio como zona de reproducción y mantenimiento de productividad marina.

A esto se añaden el deterioro progresivo propiciado por las exploraciones turísticas desplegadas a partir de 1932 hacia esa área protegida y destino codiciado por miles de visitantes de distintas partes del mundo.

La Isla del Coco es frecuentada por gran cantidad y variedad de embarcaciones dedicadas al transporte desde diferentes puntos del litoral pacífico costarricense y personas interesadas en practicar el buceo submarino recreativo u otras acciones sin medir sus efectos.

/ism

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