La urgencia de la diplomacia
Un repaso minucioso de cada jornada asusta cuando constatamos la facilidad con la cual apelamos a las múltiples formas de la violencia ante la más mínima contradicción.
Muecas de mal gusto, expresiones soeces, miradas retorcidas, comentarios a destiempo, ironías, son apenas una arista de tan fatídico estilo de responder y la antesala de enfrentamientos de envergadura donde pueden aparecer incluso artefactos de muerte.
La paz no consiste solamente en la ausencia de la violencia- lo cual sería ya un logro importante- sino también pasa por la colaboración recíproca y por una gama de acciones positivas.
El avistamiento constante de conflictos lejos de causarnos extrañeza, prueba la existencia de otra cara de la condición humana: la de bestia, como enseñó el pionero del psicoanálisis, Sigmeun Freud, en El malestar con la cultura.
Pero no hay conflicto frente al cual no podamos encontrar rutas para su genuina solución o al menos, entendimientos parciales que bajen la temperatura y permitan continuar la marcha sin continuos sobresaltos.
La educación y el fortalecimiento de la autoestima de cada quien desde edades tempranas constituye un cimiento indispensable para llegar a ser diplomáticos de carrera o de vocación. Pero hacer de esta una profesión o convertirla en una actitud ante la vida no significa exactamente rondar en la hipocresía o la falsedad.
Lindorio el incapaz- personaje representado en el espacio televisivo cubano Deja que yo te cuenta- recuerda a quienes amparados en posiciones de mando hacen gala de una falsa diplomacia y erigen un muro contra la comunicación entre compañeras y compañeros de trabajo, colegas o hermanos de luchas.
Nunca es suficiente la labor humana con tal de evitar esos vacios de intercambios y diálogos, máxime porque en ellos está la mejor estrategia contra quienes pretenden atentar contra la paz alimentando de manera sutil la inconformidad entre quienes conviven en nuestro radio de acción.
Para evitar la violencia, directa o indirecta, lo mejor es propiciar el canje de opiniones, conocer las inquietudes de las partes involucradas y obrar haciendo honor a la verdad y a la justicia.
A la verdad hay que entrarle con la manga al codo, como el carnicero en la res, enseñaba nuestro José Martí. Con ella ni se juega, ni se ofende o se humilla.
Pero cuidado: no con la verdad que hemos labrado a partir de conceptos individuales, sino con aquella que nace de cotejar posiciones encontradas y de su medición en una balanza bien equilibrada. Lejos del ego personal y de esquemas prefijados.
La búsqueda del entendimiento entre las personas frente a la natural conflictividad humana supone cierto grado de confianza recíproca y esta sólo se logra con el trato respetuoso y amable.
Los errores de apreciación están a la orden del día. De ellos nacen las contradicciones generalmente. Pero como transmite la sabiduría popular: hablando la gente se entiende y la única vía posible para esclarecer opiniones erróneas es dialogar.
Más, lo que si resulta inaceptable en el diálogo, en la búsqueda de la confianza y del entendimiento, es la mentira. Ir a la mesa de negociaciones armados con mentiras conscientes y hasta lacerantes para las otras partes es renunciar de antemano al éxito sostenido y alentar la búsqueda de soluciones limitadas.
Quien pretenda resolver cualquier conflicto entre humanos debe partir del presupuesto de que también él puede equivocarse y que su conocimiento de la realidad puede ser escaso o erróneo.
Tales variables lo obligan a exponer su verdad de la manera más aceptable posible para el otro y a saber escuchar la de su contraparte con corazón y mente abiertos. A tono con Benedetti: tal vez más lo primero que lo segundo, y también, viceversa.
Un diálogo jamás avanzará mientras lancemos evidencias reales o ficticias al rostro del otro como piedras: ello obligadamente generará mayor confrontación y profundizará las diferencias.
Lo bueno, verdadero y bello, de nuestra propuesta debe presentase serena y amigablemente, con evidente disponibilidad de aceptar otros puntos de vista en aras de marchar juntos, sin pretender humillar al otro.
Las relaciones humanas o diplomáticas en sentido general no pueden establecerse con la pretensión de lograr un consenso o uniformidad absoluta de criterios respecto a tema alguno.
Hace mucho estamos convocados a salvar la especie humana globalizando la solidaridad, la bondad, el respeto, la hermandad y todo aquello sólo dable a los seres pensantes.
En este mundo plural- desde el interior de sus distintas sociedades y a escala global- procuremos la complementariedad enriquecedora y no la uniformidad aplastante.
Ningún lente posibilita avizorar más allá del cenit. Menos, la posibilidad de que tenga fin tanta heterogeneidad por las fuerzas de la razón o por las sinrazones de la fuerza.
Vamos, que la idea no es potenciar la tolerancia ante lo intolerable tampoco: resulta irritante la tolerancia de la explotación de unas personas por otras, la desatención a los infantes, el tráfico de seres humanos, el abuso sexual, en fin…el mar.
Sin embargo, a estas alturas tenemos que ser respetuosos a extremo con las diversas formas de realización humana individual porque la verdad y la eticidad sólo tienen un lugar y no están ligados a escalas de poder.
No siempre el administrador tiene la razón, pero tampoco el administrado, por serlo, es víctima y poseedor de ella.
Mantener la lucidez y la justeza ante situaciones conflictivas es tarea harto compleja. La bondad, la belleza, y la verdad dependen de las razones internas de cada quien, pero hay que alejarse de las apariencias y de la inmediatez.
Las raíces de los problemas con frecuencia están más allá de nuestras narices y llegando a ellas y encarándolas con coraje es como único podemos lograr soluciones definitivas al mal.
Nadie es tan autosuficiente, en el sentido real del término, que no precise de los otros, ni tampoco nadie está tan desvalido que sea incapaz de agenciarse un lugar por si solo.
La diplomacia auténtica es ciencia y arte al servicio de la verdad integral de mujeres y hombres. No tomarla en serio en el día a día- en casa, en el centro de estudios o trabajo, el ómnibus, el parque, la fila en la tienda, en el médico, la oficina pública, etc.- coloca barreras en el camino hacia el alcance de la real condición humana.
Dejemos a las bestias la selva. Por todas y todos, desbrocemos nuestras vidas de conflictos inmovilizadores.
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