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¿Maravillas en el mundo antiguo latinoamericano?

¿Maravillas en el mundo antiguo latinoamericano?

Desde los tiempos de la Roma clásica, se acuñó la existencia de siete maravillas en el mundo antiguo y pese a que los siglos trajeron consigo infinidad de otros conceptos y opiniones, esa idea se erigió como dogma respetado por muchos.

Las pirámides de Gizeh, los Jardines Colgantes de Babilonia, el templo de Artemisa en Efeso, la estatua de Zeus en Olimpia, el mausoleo de Halicarnaso, el Coloso de Rodas y el Faro de Alejandría, aún son consideradas las obras más grandiosas de su tiempo.

Algunos intentan enriquecer ese añejo inventario con joyas arquitectónicas concebidas en distintas regiones del planeta posteriormente, pero resulta interesante constatar que sólo una gloria americana aparece incluida.

Junto al Coliseo romano, el Taj Mahal hindú, la Gran Muralla china, el Kremlin moscovita y la italiana torre de Pisa, se relaciona tímidamente a Chichén Itzá, ese "libro de piedra roto que recuerda las esculturas de encajes y las pinturas finísimas de uno de los centros culturales mayas", al decir de José Martí.

Los que así piensan quizás desconozcan que muchos de los que arribaron a las "Indias Occidentales", durante la conquista y colonización, dejaron constancia del impacto que les causaron algunas construcciones realizadas hasta entonces en nuestro continente.

La ingeniosa mezcla de elementos dio como resultado respetables ejemplares del arte de las construcciones, como Uxmal, Palenque o la capital de los aztecas, Tenochtitlán, con su pirámide de cinco terrazas, custodiada por 40 templos menores y el inmenso santuario destinado a venerar a Huitzilopochtli.

Mientras en Europa múltiples epidemias arrasaban con más de la tercera parte de la población, las urbes creadas por los aztecas eran verdaderos templos a la sanidad.

Largos acueductos filtraban el agua salobre desde el lago hasta la tierra firme, la orina se recogía en vasos de arcilla y antecedentes de los retretes públicos, colocados en canoas a lo largo de las riberas, estaban destinados a recoger los desechos humanos con el fin de procesarlos para abonar los suelos.

Alguien que tuvo el privilegio de visitar Teotihuacán -una de las ciudades más grandes del mundo en el siglo XV-, aseguró que es un lugar fantástico.

Basta con observar las réplicas de la serpiente emplumada Quetzalcoatl, esculpidas en cada uno de los niveles de la pirámide rectangular dedicada a la deidad reverenciada por los más supersticiosos guerreros de la historia americana.

Qué decir de los Chimú, esa civilización casi olvidada cuyo centro fue la ciudad de Chan Chan, donde los asombrados europeos encontraron inmensos palacios, jardines y santuarios similares a los del Sol y de la Luna.

Más que cualquier elogio apasionado, ilustran los templos y la pirámide de cuatro niveles superiores a los de la famosa Keops egipcia, en la mexicana Cholula; el Huaca del Sol mochica y los trazados nazcas.

No menos impresionantes resultan las construcciones con bloques de piedra de hasta 100 toneladas de peso, como la pirámide escalonada de Acapana (unos 15 metros de altura), la Puerta del Sol en Calasasaya y la casi inaccesible Machu Picchu.

Y aquellos hombres que, sin conocer siquiera la rueda u otras técnicas necesarias para cortar objetos tan potentes, delinearon inmensas moles de piedra como las asediadas por el viento marino en la chilena Isla de Pascua.

El repaso serio de las “ruinas indias", que perduran en Latinoamérica, tal vez impulsaría a algunos a defender el criterio de que el reducido listado impuesto por la concepción eurocéntrica de la historia es susceptible de enriquecerse.

Si bien estas datan de tiempos más cercanos, en mucho pueden equipararse a las majestuosas obras creadas por los pueblos egipcio, romano, griego y babilonio.

1 comentario

Edvard Munch -

Excelente artículo! No veo la hora de visitar a Tikal...