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De Pisistrato a Goebbels o el rejuego del poder con la comunicación

De Pisistrato a Goebbels o el rejuego del poder con la comunicación

Desde que los antiguos egipcios adoraban al dios Ra, faraones y sacerdotes comenzaron a valerse de discursos persuasivos para atraer a la opinión pública y dieron riendas sueltas al ingenio con tal de multiplicar los métodos o maneras de regular el intercambio entre los hombres.

Ésta regulación está encaminada desde siempre a dar una intencionalidad al comunicado, coincidente casi siempre con los intereses del emisor, quien procura por todos los medios imponer sus ideas al receptor.

Los historiadores de la propaganda suelen esforzarse en distinguirla de la información, como si pudiera concebirse una información sin intencionalidad disuasiva, sobre todo en un contexto marcado por la desigualdad evidente entre emisores y receptores.

Ya los tiranos griegos, presionados por la excepcionalidad de su poder, elevaron hasta las últimas consecuencias la situación de control informativo en la cual descansaba su poder: instrumentalizaron la literatura, propiciaron una producción literaria de encargo y apologética, construyeron grandes obras públicas como símbolos de su poderío y estimularon la celebración de fiestas, juegos y diversiones para inducir a las grandes masas a secundar la paternalista magnificencia del tirano.

Pisistrato, antecedente más remoto del nazifascista alemán Goebbels y modelo de tirano, descubrió técnicas muy avaladas con posterioridad sobre la relación que debe establecer el poder con la comunicación social: la denuncia del enemigo como paso previo para su paralización, la falsificación literaria adaptada a la verdad oficial (falsificó la Odisea) y la conversión de fiestas populares tradicionales en manifestaciones de adhesión al régimen.

También sugirió la creación de una especie de ministerio ideológico-religioso con la misión de encauzar como si fuera un credo la adhesión al régimen, estableció la norma de dispersar a los intelectuales críticos, alejados de los grandes centros urbanos para impedir que sus cuestionamientos lograran receptores y desarrolló la propaganda exterior

Esta última, basada en la exportación de mitos políticos-religiosos atenienses hacia las islas, con el fin de persuadir a sus habitantes y cobijarlos bajo la influencia política ay económica de Atenas.

Roma, tanto durante la República como bajo la tutela del imperio, desarrolló bases materiales de una comunicación intracomunal, perfectamente adscripta a los propósitos del Estado.

La romanización de los pueblos conquistados no fue más que una gigantesca campaña de integración política-cultural basada en el dominio de una lengua, una legislación y una cultura con todas sus notas. La falsificación mitológica y el panegirismo como sistema de ratificación constituyeron atributos largamente razonados por las clases dominantes.

Esta manipulación de la necesidad de intercomunicación de hechos y conocimientos es sinónimo de la instrumentalización del nivel adquirido por parte del poder para consolidarse y frenar algún movimiento de cambio desfavorable a él.

Las bases legales de una censura política social comenzaron a desplegarse en la era de los emperadores romanos, después que el filósofo griego, Platón, realizara uno de los diseños inaugurales de la extensa teoría de supeditar la libertad del ciudadano al poder establecido, como complemento a la ideología represiva que ya ejercía su dominio sobre Grecia.

“Nuestras vidas cambian por las herramientas que utilizamos”, pero también existe una interacción entre los útiles y las ideas de los hombres sobre cómo emplearlos: al finalizar el siglo XIX y como resultado de la coyuntura industrialista de tercera generación aparecieron los primeros intentos de propiciar el intercambio radiofónico.

Los grandes monopolios que se estructuran en el período pujaban por articular un mercado de masas y una demanda desorganizada y antinatural como el fenómeno del consumo de masas mismo y la radio se inserta en esos fines.

No pocos admiten sus posibilidades para contribuir a la creación de una opinión pública: “La repetición puede acabar con todo. Una gota de agua terminará atravesando la roca. Si golpea en el lugar exacto y de forma continua, el clavo se hundirá en la cabeza”..

A pesar de sus desventajas, es incuestionable la rapidez con que llega la información a través de la radio, la efectividad dramática y la proyección hacia una masa mayor de público que puede alcanzarse con la utilización de la “pantalla del mundo”, a la manera de decir de Orson Wells.

Eso estuvo muy claro para los primeros que pensaron en la radio como método de expansión de sus ideologías.

Sobre la “Rusia Soviética” todo se ha ido, excepto los recuerdos. Entre ellos trasciende hasta nuestros días el modelo radial articulado en función de difundir las ideas del marxismo y el acontecer en el país a partir de los lineamientos de la tendencia partidista prevaleciente, con el propósito de frenar la incidencia y hostilidad del mensaje proveniente del mundo unipolar capitalista de entonces.

Apenas transcurrido un año de asumir el poder, los bolcheviques crearon un laboratorio radial bajo el auspicio de Vladimir Ilich Lenin, quien calificó de brillante logro a lo que identificó como periódico sin papel y sin límites, que  inició sus transmisiones regulares hacia 1922.

El ánimo de extender el mensaje socialista condujo a la creación de un programa masivo de radio-difusión de carácter internacional, que incluso en Alemania, suscitó la organización de una poderosa cadena de grupos de radioescuchas hacia la primera mitad del segundo decenio del veinte.

La Rusia pionera del socialismo emergió pobre de la primera guerra mundial, tras la firma del tratado de Brest Litovsk, e implementó la colectivización de la escucha para lograr su abaratamiento ante la imposibilidad de favorecer la disminución de los precios radiofónicos con destino a la población.

En las fábricas comenzaron a colocarse radios para que los obreros estuvieran al tanto de las transmisiones mientras realizaban sus labores, también en los clubes y en diferentes puntos de la ciudad. Otra vía utilizada fue la radio por cable que propiciaba mediante altavoces la multiplicación del mensaje, emitido desde un único receptor.

Muerto Lenin llega al poder José Stalin.  Historiadores coinciden en que bajo su mandato- ante la inminencia de una nueva guerra mundial- un error en el linotipo podía servir de pasaporte hacia la inhóspita Siberia y una noticia sólo podía ser radiada después de haber aparecido en Pravda, órgano oficial del partido comunista.

Lo que se decía por ende era muy estereotipado y para colmo de males, pese a que la radio era tratada como asunto de gran importancia, su relieve disminuyó aún más al tener que esperar por el diario partidista para poder transmitir sucesos importantes ocurridos hasta 36 horas antes.

-Irrupción fascista. Modelo goebbeliano

 La crisis del liberalismo y el comienzo de la primera confrontación bélica mundial crearon las condiciones para el advenimiento de la “era de los tiranos”, al decir de Elie Hálevy.

Mientras en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) se iniciaba la construcción de una sociedad socialista a partir de 1917, en otros países europeos se gestaban gobiernos fascistas o profascistas que marcarían la evolución de las relaciones internacionales décadas después.

El triunfo de la revolución bolchevique sentó las bases de un estado de nuevo tipo. La victoria se sustentó en el legado de Marx y la capacidad organizativa de Lenin, pero también en la aplicación sistemática y coordinada de técnicas sicológicas a los medios de comunicación con el objeto de guiar la actitud y comportamiento de las masas: había nacido la propaganda moderna.

Mientras avanzaba el proyecto leninista, la guerra en Europa había servido de pretexto para la aplicación de la “nueva arma” de los poderosos. El dominio anglosajón en el terreno de la información fue decisivo a la hora de medir los resultados de su aplicación.

Lo que quedó como la “organización del entusiasmo” produjo la destrucción sicológica del adversario, como había soñado Pisistrato, y mantuvo a salvo la propia fe de los ingleses en el triunfo. De este modo, se impuso la razón británica sobre la moral “destructora” de las potencias centrales.

Ambos ejemplos, el soviético y el británico, pasaron a la historia como modelos de propaganda socialista y de guerra, de manera respectiva. No es extraño pues que quien aspirara a ejercer el poder total del mundo y estaba dispuesto a saldar pasados agravios con una nueva guerra debía apropiarse de técnicas propagandísticas tan eficaces.

Adolfo Hitler mostró un gran interés por los modelos citados- enriquecidos por los especialistas encabezados por Joseph Goebbels- y la propaganda devino uno de los principales sustentos del poder alcanzado por este.

“El verdadero gobierno se realiza sólo por la aristocracia espiritual: los “superhombres”, por los jefes de sangre y vocación”- decía Federico Nietzsche-. Las ideas del filósofo alemán y los argumentos manejados en el Mein Kampf, el catecismo nazi, sirvieron de sustrato teórico al diseño comunicacional del Ministerio de Propaganda.

En esa dependencia se traducían a códigos más atrayentes para hombres y mujeres del pueblo las teorías de la comunidad popular, del espacio vital, racista, los principios corporativos de la estructura del Estado, la geopolítica, y la descarnada exaltación de la guerra bajo el falso nacionalismo.

También toda la campaña destinada a desvirtuar la popularidad alcanzada por los socialistas soviéticos entre los más explotados dentro de la nación alemana.

“La mentira repetida muchas veces se convierte en verdad”. “La susceptibilidad de las masas es muy limitada, su campo de entendimiento muy reducido; en cambio su capacidad de olvido es enorme”, decían Goebbels y Hitler indistintamente.

La acción del ministerio para la fabricación de infundios, primero de su tipo en la historia de la humanidad, exaltó la dictadura y la ideología fascista de formas descarnadas y encubiertas al mismo tiempo.

Cientos de millones de dólares fueron empleados en la difusión de esas ideas y conceptos, que contribuyeron a fijar la imagen del supuesto poderío alemán y de sus superorganizados ejércitos, aunque nunca lograron acallar el grito de dolor de los progromos y campos de concentración.

Hubo un tiempo en que la humanidad parecía sumida en aquellas turbias aguas, por suerte, el descenso acuoso dejó sólo pantanos y ciénagas aisladas y todo un basamento metodológico de cómo viabilizar el trabajo propagandístico en bien del poder:

El legado de sangre del nazifascismo se entrecruzó con los llamados principios goebbelianos, reconocidos por algunos garantes del arraigo alcanzado por esa ideología entre los alemanes de la época y que se transmitió hacia generaciones subsiguientes, a pesar del empeño de las fuerzas progresistas. 

-Los propagandistas deben tener acceso a la información referente a los acontecimientos y a la opinión pública, la propaganda debe ser planeada y ejecutada por una sola autoridad, las consecuencias propagandísticas de una acción deben ser consideradas al ser planificada esta acción, enseñó el equipo del funcionario hitleriano.

-A su vez, la propaganda debe afectar a la política y a la acción del enemigo, debe haber una información no clasificada y operacional a punto para completar una campaña propagandística.

-Para ser percibida, la propaganda debe suscitar el interés de la audiencia y debe ser transmitida a través de un medio de comunicación que llame poderosamente la atención. Sólo la credibilidad debe determinar si los materiales de la propaganda han de ser ciertos o falsos.

-También el propósito, el contenido y la efectividad de la propaganda enemiga, la fuerza y los efectos de una refutación, y la naturaleza de las actuales campañas propagandísticas determinan si la campaña enemiga debe ser ignorada o refutada.

-Credibilidad, inteligencia y los posibles efectos de la comunicación determinan si los materiales propagandísticos deben ser censurados. El material de la propaganda enemiga puede ser utilizado en operaciones cuando ayuda a disminuir el prestigio del enemigo o preste apoyo al propio objetivo del propagandista.

-La propaganda “negra” debe ser empleada con preferencia a la “blanca”, cuando esta última sea menos creíble o produzca efectos indeseables- por propaganda negra se entendía aquel material cuya fuente queda oculta para la audiencia. Goebbels empleó medidas negras para combatir rumores indeseables dentro del Reich. A veces los rumores eran oficialmente atacados cuando, en opinión del ministro, todos los hechos estaban completa e inequívocamente de su parte.

-En opinión de su equipo, la propaganda también puede ser facilitada por líderes prestigiosos, debe ser cuidadosamente sincronizada y servir para etiquetear acontecimientos y personas con frases y consignas distintas, en caso de ser necesarias al poder.

-La propaganda dirigida a la retaguardia debe evitar el suscitar falsas esperanzas que puedan quedar frustradas por los acontecimientos futuros, es decir, debe crear un nivel óptimo de ansiedad, disminuir el impacto de la frustración y facilitar el desplazamiento de la agresión, especificando los objetivos para el odio.

-“La esencia de la propaganda consiste en atraer a la gente en relación con una idea tan sinceramente, de manera tan vital, que al final ellos sucumben totalmente y nunca puedan escapar de ella”, consideraba. Goebbels. Por eso defendía que esta no debía perseguir respuestas inmediatas, más bien debía ofrecer alguna forma de acción o de diversión, o ambas cosas.

En pos de estimular la aplicación de todas esas teorías y comprobar sus resultados, organizó la venta de radios baratos- a los que se conoció como “receptores del pueblo”- y también cafés y propiedades públicas fueron equipados con altoparlantes.

De esa forma, el funcionario nazi aseguraba en alguna medida que la gente oyera los discursos de Hitler y otros materiales propagandísticos, impulsando la reproducción de la fe en el gobierno y sus principales representantes.

Los métodos cambiaron con el transcurso de los años. El avance de la revolución tecnológica y de la globalización de los medios de producción, intercambio y hasta de formas de pensar obligaron a moldear el discurso en función de atraer a la mayor cantidad de personas posibles. En ese contexto, poderosos medios de difusión masiva se encargan de nublar el pensamiento e implantar la opinión de quienes pretenden erigirse en rectores de la humanidad, al estilo de los emperadores de la  Roma y Grecia antiguas.

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