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A propósito de la “guerra de los sexos”

A propósito de la “guerra de los sexos”

El periodista, por más que intente tomar distancia de la realidad en la cual desenvuelve su labor, termina reproduciéndola en sus escritos o productos comunicativos en general.

Ello explica el que muchos caigamos con frecuencia en estereotipos prefijados por los modelos machistas dentro de los cuales crecimos, a pesar de las buenas intenciones, casi siempre orientadas a erigirnos en defensores de la igual de derechos entre los sexos.

La mujer símbolo de la maternidad; la luchadora incansable por demostrar su valía, frente a sus contrapartes y a la sociedad toda; la aguerrida combatiente, pero fiel al cuidado de sus uñas y cabello; la capaz de asumir cualquier faena, por más fuerza muscular que esta requiera- como la de cortar a machetazos el tronco de un mangle o de un árbol milenario…en fin, el mar…, aparecen por doquier.

“De buenas intenciones está empedrado el camino hacia el infierno”, reza uno de los escasos proverbios que logré memorizar en mis cuatro décadas de existencia.

Cierto que una mujer puede desempeñar cuantas responsabilidades le caigan…hasta reventar. El sello de multi- oficios les toca a casi todas en cualquier sociedad, incluso, en una donde pueden cultivarse espiritual, profesional y domésticamente, sin más costo que un montón de horas robadas al descanso y por consiguiente, a su salud.

_“Ay, cuándo será remunerado el trabajo en casa”_, escuché un día a mi ocurrente vecina.

De tan cotidiano, hace tiempo se convirtió en habitus- a la manera del sociólogo Pierre Bordieu- ver a una fémina desenvolviéndose en su centro de trabajo de la manera más operativa posible, dando todo de si. Pocas veces, en cambio, detrás de esa mujer orquesta, digna de admiración y respeto, apreciamos a la ama de casa responsable y por lo general, sin manos dispuestas a colaborar con ella.

_“O se es una gran profesional, o se es una modelo de ama de casa”_, espetó alguna vez un colega y quedé espantada. Más que por comprobar su acendrado machismo, por convencerme de lo poco que calan en algunos los discursos acerca de la necesidad de compensar de manera uniforme las tareas en el hogar, sin el remilgo de quien “apoya” o “ayuda” y no de quien está convencido de que “también le toca”.

A la manera de los amigos, siempre dispuestos a compartir las buenas y las malas, mujer y hombre deben andar parejos por la vida. Frente a las leyes, pero más allá de eso, en el interior de centros de trabajo y hogares; en la cola de la guagua, o… en el purgatorio.

La delicadeza es otra cosa. No existe manera de cuantificarla, pero si distinguirla se trata, sobran ejemplos: será eternamente hermoso que alguien- sea amiga o amigo, hermano o hermana, amante o esposo- tienda a cederte el paso al penetrar a un local, al abordar un auto, al cruzar una calle, o al transitar por una zona plagada de gentes. No se es más ni menos por aceptar tales muestras de afecto y generosidad. Menos, por ofrecerlas.

En esta “guerra entre los sexos” a veces perdemos el rumbo y terminamos acomodados en algunos de los extremos, sin pensar en la necesidad del equilibrio para andar por el mundo. De matices está plagada la vida. No renunciemos a ellos ni jugando al póker.

La batalla por la reivindicación de los derechos de la mujer tiene su origen en un orden social más añejo que el mejor de los vinos. Un orden que más bien es desorden y nos coloca- desde que preparan la canastilla para recibirnos- en bandos contrarios: tú eres azul, yo soy rosadita.

En ese mundo lastrado de tonalidades diversas, transitamos hasta la supuesta adultez sin interiorizar que el condón o preservativo, también debe ir en la cartera de las mujeres, junto al lápiz labial; o que siete mujeres pueden llevar perfectamente una empresa si están capacitadas profesionalmente, o pueden pasarla en la Antártida, investigando, a riesgo de focas, leones marinos y hasta vampiros desorientados.

Más allá de la delicadeza, de la ternura, o de otros rasgos mal patentados bajo el nombre de la femineidad, está el carácter, la voluntad, la personalidad y todo aquello que a la larga nos hace más seres humanos o menos, como a los hombres.

La radicalidad en el actuar, la fortaleza de convicciones no tienen porque ser más admirados en unos o en otros. Todos nacemos ángeles, como dice el dúo Buena Fe, pero también con aptitudes para desarrollar tales virtudes. Pobre del que se queda a diez pasos del intento.

Un buen producto comunicativo, desde el respeto a la otredad, debe apuntar directo hacia dianas universales: sea sobre una mujer o un hombre.

El quehacer de las féminas en la producción industrial, comercio, gastronomía popular, agricultura, política y gobierno, debe mostrarse día a día, sin necesidad de insistir en la doble condición de amante, esposa y mamá; o dicho de otro modo, en su capacidad para acarrear el pesado fardo, con que todavía la castigan normas ancestrales, y sobrevivir.

Basta con mostrarlas tal cual son, para fomentar el respeto a su condición. Un recorrido por las esencias vale más que montones de adjetivos, colocados como parches, con el propósito infantil de convencer al lector.

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