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Educación a puñetazos

Educación a puñetazos

   Palabras soeces, miradas torcidas y uno que otro puñetazo, suelen ser los métodos más socorridos por los adultos latinoamericanos y caribeños para imponer disciplina a sus hijos.

   Al ser increpados al respecto, los mayores de edad admiten tales comportamientos como si fuesen lo más normal del mundo, porque consideran que esta es una práctica efectiva si se pretende lograr la mejor educación e inserción social de los infantes.

   Así lo reflejó un sondeo de opinión practicado en 16 países de la región, donde el maltrato físico y sicológico a los menores de 18 años de edad alcanza el 80 por ciento en algunos territorios y llega hasta el castigo corporal.

   De acuerdo con fuentes de la Comisión Económica Para América Latina y el Caribe (CEPAL) y el Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), esta es una problemática en ascenso, pocas veces denunciada.

   La ausencia de una metodología homologada para medir las formas de abuso y el hecho de que estas pasan desapercibidas gran parte de las veces, por la naturalidad con la cual son vivenciadas y por ocurrir casi siempre en los hogares, impide precisar cifras comparables entre las distintas naciones.

   No obstante, datos recuperados por especialistas de esos organismos, confirman que en Costa Rica -país promovido por sus gobernantes como el más pacífico, humanitario y preocupado por la niñez en Centroamérica- 65,3 por ciento de los adultos maltrata a los menores.

   Otras estadísticas citadas en el artículo Maltrato infantil: una dolorosa realidad puertas adentro, publicado en el boletín Desafíos Nº 9 de la CEPAL-UNICEF, dan cuenta de que tal situación no es privativa del eufemísticamente identificado por “paraíso regional”.

   Alrededor del 42 por ciento de mujeres colombianas pesquisadas reconoció que sus parejas o esposos castigaban a sus críos a base de golpes, según la Encuesta Nacional de Demografía y Salud de 2005.

   Otro tanto ocurre en Uruguay, donde un estudio del Ministerio de Desarrollo Social puso al descubierto hace apenas un año que 82 por ciento de los adultos propinó alguna forma de violencia sicológica o física hacia un infante en su hogar.

   Registros de la Organización Mundial de la Salud (OMS) señalan que en América Latinanacen más de 11,4 millones de bebés por año, muchos de los cuales están condenados de antemano a sobrevivir en medio del hambre, la desesperación, un sinnúmero de enfermedades y sujetos a patrones de conductas agresivos legados por sus mayores.

   La violencia sufrida por las niñas, niños y adolescentes se registra casi siempre en las casas, a manos de sus padres, cuidadores y familiares, y constituye uno de los factores que más incide en el incremento del suicidio infantil o del abandono del hogar.

   Mientras los galenos recomiendan no pegar ni ofender a los más pequeños, mucho menos ante terceras personas, sus progenitores siguen apelando a este recurso ante el agobio que padecen por la situación que deben enfrentar en sociedades escasas de oportunidades.

   Al verse obligados a laborar en más de un empleo, para garantizar el sustento de sus pequeños y el suyo propio, estos apenas cuentan con tiempo para intercambiar opiniones con sus hijas e hijos y transmitirles el afecto necesario.

   Fallos en este sentido crean el caldo de cultivo en el que prolifera la depresión, enfermedad sicológica muy vinculada a la autoeliminación, tendiente al incremento en este sector etario en el área, de acuerdo con la OMS.

   Los infantes deprimidos son más propensos al suicidio, porque pueden considerar a este como el único recurso para solucionar el mal. La agresividad intrafamiliar, las dependencias al alcohol o drogas y la depresión (suya o de sus padres), pueden incentivar en los menores esta tendencia.

   Pero cuando la autoeliminación no es considerada y persiste el deseo de procurar otras salidas, niñas, niños y adolescentes, pueden decidirse a huir del hogar y probar suerte en un mundo marcado por el incremento de la trata de personas, el trasiego de órganos, el comercio sexual y otros fenómenos adversos.

   Ante los elevados índices de depauperación socioeconómica de las sociedades latinoamericanas y caribeñas, traficantes, pederastras y proxenetas andan al acecho, favorecidos por las debilidades en el marco jurídico y la corrupción imperante.

   Numerosas organizaciones humanitarias coinciden en que los políticos en estos territorios, salvo en contadas excepciones, acostumbran a colocar a los niños en el centro de sus campañas preelectorales y luego los excluyen de estrategias estatales a su llegada al poder.

   Súmele a ello los obstáculos que imposibilitan acopiar información fidedigna acerca de la dimensión y peculiaridades del maltrato infantil, lo cual limita con creces el despliegue de estrategias eficaces para enfrentar a los victimarios.

   Más, a pesar de las adversidades, no pueden decaer las buenas intenciones de contribuir a contrarrestar el mal y por ello los entes regionales instan a desarrollar campañas preventivas, reforzar la instrucción y educación de los padres, y la vigilancia sobre la problemática.

   Cuanto se haga alrededor del tema igual representará un aporte al futuro, porque puede coartar en cierta medida la recirculación de la violencia en estas sociedades -contaminadas hasta el tuétano por ese flagelo- y propiciar el crecimiento humano de las mujeres y hombres del mañana.

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