El peso del militarismo en la cultura
El "te maté" pronunciado con la ingenuidad propia de la infancia, en medio de juegos supuestamente inofensivos y esgrimiendo imitaciones de armas de todo tipo, es apenas una de las primeras señales del peso del militarismo en la cultura de las sociedades contemporáneas.
Réplicas de soldados, pistolas, ametralladoras, granadas de mano, tanques, helicópteros, y hasta ejércitos completos, inundan las jugueterías en cualquier rincón del planeta y desde temprano muestran a niñas y niños la diversidad de medios con que pueden contar para imponerse.
Casi al unísono, cuentos infantiles impresos, televisados o transformados en dibujos animados, enseñan que la muerte es una opción para demostrar la superioridad sobre el contrario o acabar con el obstáculo representado por este, para alcanzar cualquier propósito.
En los lugares más recónditos puede sorprendernos un menor de edad bien versado en las artes de la guerra u otro capaz de identificar los artefactos diseñados con el ánimo de lograr la supremacía en contextos bélicos reales e imaginados.
El militarismo -sistema de dominación político, económico, social y cultural representado y sustentado en lógicas como el autoritarismo, la violencia, la obediencia ciega, la exclusión, la sumisión, el control opresor de la sociedad, y la depredación de la naturaleza- forma parte de la cotidianeidad de nuestras vidas.
Variados son los argumentos que demuestran la veracidad de la definición del Servicio Paz y Justicia América Latina, entre los que destacan los video -juegos y software promovidos por la red de redes para todas las edades.
Video juegos y software de guerra
"Recuerda: cada día se añade un juego más!", alienta al cibernauta el sitio http://www.juegosdiarios.com, con más de siete mil 994 opciones para entrenarse en cuanto a la guerra, disparos, y escenarios sangrientos.
Estas son promocionadas a partir de imágenes elocuentes de la agresividad implícita en espacios que pueden servir para canalizar el sueño de destruir a todo un pueblo y sus habitantes, vencer a un ejército, crear alianzas o "acabar con todo aquel que se interponga en tu camino".
"Ponte en la piel del letal y sanguinario comando Metal Slug. Elimina a todos los soldados enemigos y destruye todas las instalaciones militares que encuentres a tu paso", insta uno de estos juegos, Furious tank.
Estadísticas de la web reflejan que más de 10 mil usuarios accionan cada día presumibles misiles, ametralladoras, cañones, tanques de guerra y lanzan granadas, por solo citar algunas, con tal de vencer en Metal Slug rampage, Heli guardian war, Epic War 3, Tank drestroyer 2, Thanks tanks, o Steam of war.
Cualquiera puede sentirse identificado, sin distinciones de sexo, edad, o raza, en estos programas creados para captar dinero a costa de soledades en medio del ocio y de la proclividad humana a reaccionar de forma agresiva en determinadas circunstancias.
Heroínas femeninas, como la Jane de tropas especiales o Lara Croft, son capaces de realizar grandes proezas como sus contrapartes masculinas en estos juegos, frente a los que pasan días enteros infantes y adultos de todo el mundo, matando mujeres, negros, homosexuales, árabes, o persiguiendo alienígenas.
Pedagogos coinciden en que lo terrible es que la violencia termina convirtiéndose en adicción, transformando la personalidad, brutalizando a los seres humanos, reprimiendo sus impulsos más generosos y motivándolos a culpar a la sociedad por hacerlos de esa otra manera.
Filmografía bélica o de acción
Múltiples entrevistas a directores de cine, guionistas, productores, actores y otras figuras vinculadas al celuloide, muestran la convicción de que una película poco puede triunfar si prescinde de la sangre o del sexo explícito.
El credo más expandido en el sector está vinculado a la tendencia a minimizar la significación de la crítica especializada y a preponderar los niveles de recaudación en taquilla.
A tono con el viejo adagio, "el fin justifica los medios", la meta es superar con creces lo invertido en la facturación de la obra y la garantía para alcanzarlo es despertar el morbo de los espectadores, alentar sus instintos más repulsivos.
Ello explica porqué, con mayor frecuencia, pretendidas comedias, romances, películas de época o históricas, o naturalistas, apelan a las fórmulas del cine de acción y salpican de sangre al menos una secuencia con tal de evitar el calificativo de aburridas.
El propósito puede ser que usted quede en pánico y con la sensación de que lo visto en pantalla puede ocurrirle al doblar la esquina, por terrible o alejado que parezca en el tiempo.
De hecho, gracias a la magia de la televisión también, en este siglo casi todos podemos autoproclamarnos testigos de crímenes, mutilaciones, explosiones, choques armados y guerras.
Por estos canales, los conflictos bélicos y sus secuelas de muerte irrumpen en la tranquilidad de los hogares con más frecuencia que la paz, en tanto buena cantidad de espectadores se cuestionan desesperanzados en qué planeta estamos viviendo.
Asesinatos vividos o sufridos, en tiempo real o a partir de imágenes filmadas, llegan cada mañana, tarde o noche, al enorme público adicto al más reverenciado de los medio de comunicación y en idéntica proporción, avanza la naturalización de la muerte.
El show de la guerra poco repara en sus posibles efectos y maneja las escenas en las que aparecen las víctimas de la militarización creciente, cual si fueran peones en un juego de ajedrez.
Crecimos en un mundo guerrero
Más, basta de criticar solamente a la televisión, al cine o a las modernas tecnologías por el militarismo implantado en nuestras sociedades, en las que las cuotas de culpabilidad están muy mal repartidas.
Según su orientación productiva, la economía está militarizada; la historia que se enseña en las escuelas es la versión de los vencedores en hechos militares, muchas novelas son militaristas, y buena parte de las normas sociales vigentes, de cierta forma lo son.
La idea de un mundo guerrero, donde dioses, héroes y heroínas, empuñaban armas por igual, prevalece pese a los miles de siglos de existencia de la humanidad y por la contribución de disímiles actores.
Casi es imposible imaginar la existencia de alguna civilización antigua pacífica, consagrada apenas a la ciencia y a las artes, y menos concebible es la idea de un héroe nacional o heroína, cuya proeza mayor radique en haberse ocupado de tareas trascendentes alejadas de la guerra.
Espadas, arcabuces, guillotinas, machetes, horcas, garrotes, hogueras, o bombas, aparecen siempre en las leyendas o historias reales de quienes perdieron sus vidas y luego fueron veneradas o venerados como fundadores de sus naciones.
Estatuas y sitios de honor recuerdan también, por lo general, a hombres superdotados, fuertes, inteligentes, capaces de arrastrar a pueblos enteros al campo de batalla por su honor y el de su tierra, acabar con ejércitos poderosos, y someter al enemigo.
En correspondencia con tales mitos, programas de enseñanza y otros de corte educativo, elevan a rango de íconos a personas con largos historiales de violencia y desechan otros ejemplos más aceptables si se trata de fomentar una cultura de paz y solidaridad entre los seres humanos.
Educación física con raíz militar
Desde el siglo XIX, la escuela definió cómo debían ser los cuerpos de las personas de ambos sexos, más por instaurar normas férreas para regular desde la moral hasta las emociones que por beneficiar la salud.
La educación física pasó a ser desde entonces el espacio dedicado a la domesticación de los cuerpos, que cobraron rango de prioridad con el paso de los años y hoy están en el centro de numerosas políticas estatales.
El cuerpo es hasta esta época objeto y blanco de poder: sufre continuamente imposiciones, regulaciones severas, y controles relacionados con la moral, la emocionalidad, la alimentación, la sexualidad, el deseo, o el placer.
Pablo Scharagrodsky, pedagogo argentino, explica que la diferenciación entre los sexos y la discriminación de la mujer llevó a distinguir entre las materias de chichas y chichos en medio de los afanes de disciplinar y controlar los cuerpos.
Los discursos vinculados a la disciplina provienen de la fisiología del ejercicio, la antropometría, la anatomía, y la ginecología, para las mujeres, para naturalizar los cuerpos femeninos.
Sin embargo, precisa el especialista, los programas de educación física incluyeron la gimnasia militar, el scoutismo, los deportes, excursiones, y el tiro escolar, entre toda una batería de prácticas corporales.
Scharagrodsky enfatiza en el caso particular de Argentina, más recuerda que "el deporte fue una práctica de elite, de escuelas inglesas, con fuerte incidencia en la construcción de una masculinidad necesaria para el imperio británico".
Para defender el colonialismo, acota, Inglaterra impulso la práctica de deportes y el scoutismo, considerado una forma de modelar masculinidades fuertes y capaces de enfrentar enormes retos.
Estados Unidos y otros países, del norte y del sur, retomaron estas estrategias de manera indistinta y alentaron la ejercitación de los músculos esparcidos por todos los milímetros del cuerpo.
Entre el ordeno y mando
De forma paralela, palabras soeces, miradas torcidas y uno que otro puñetazo, ganaron arraigo entre los métodos más socorridos por los adultos para imponer disciplina a los hijos.
La cuestión tampoco es exclusiva de América Latina y el Caribe y tiende al ascenso en esta centuria, estiman especialistas del Fondo de Naciones Unidas para la Infancia.
Investigaciones desplegadas por estos pusieron al descubierto que el maltrato físico y sicológico a los menores de 18 años de edad supera 80 por ciento en algunos territorios y llega al castigo corporal.
Adultos de todas partes consideran normales tales comportamientos y miran sin prejuicios a quienes recurren a la violencia física y emocional como método efectivo para lograr una mejor educación e inserción social de los infantes.
El autoritarismo predominante en la mayoría de las familias, en las que debe respetarse a una persona -sea hombre o mujer- por el simple hecho de ser adulto, subsiste en base a fórmulas muy similares a las aplicadas en el ámbito militar.
Entre el ordeno y mando transcurre la infancia de miles de millones de seres en todas partes, donde las normas sociales sugieren seguir a pie juntillas los dictados de los mayores y respetar cualquier voz avalada por la costumbre para coartar iniciativas precoces o tardías.
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Eduardo Garcia -