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La fiesta boliviana de las miniaturas

La fiesta boliviana de las miniaturas

La Feria de Alasitas, uno de los acontecimientos culturales más esperados por los bolivianos cada año, está por llegar y con la expectativa de convertirse en Patrimonio Cultural Intangible de la Humanidad.
Mientras en el Campo Ferial del Bicentenario preparan condiciones para la fiesta de las miniaturas, autoridades culturales alistan la presentación de los documentos tendientes a legitimar su valor universal ante el Fondo de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco).
De acuerdo con el jefe de la Unidad de Promoción del Folklore y las Artes Populares de La Paz, Nicolás Huallpara, fueron más de dos años de intenso trabajo para colectar la información histórica más objetiva de la festividad que se celebra en la capital gubernamental boliviana cada 24 de enero.

Orígenes de las alasitas 
En los territorios ocupados ahora por los departamentos de La Paz, Oruro y Potosí, aparecieron evidencias múltiples de miniaturas antropomorfas y zoomorfas en piedra, barro, y hasta oro, anteriores y de la época incaica.
Algunas de estas obras son de piedra negra basalto, que abundaba en las minas situadas en las márgenes del lago Poopó, y en andesita, más frecuente en la península de Copacabana.
Los investigadores Carlos Ponce Sanginés y Arthur Posnasky defendieron la tesis de que algunas de esas figuras eran remanentes de remotas fiestas sagradas del solsticio de verano, orientadas a lograr mejores resultados en la agricultura y, en algunos casos, a incidir en una mayor fecundidad.
Las figurillas antiguas dejan entrever, además, un simbolismo relacionado con el amor y la felicidad, que trascendió en sus expresiones actuales en la sobredimensión del falo y otros atributos vinculados a la sexualidad.
Sin embargo, ello no explica el origen de la comercialización de las piezas de escasas dimensiones, cuyo origen suele ser fijado posterior a las sublevaciones indígenas de 1781 y al cerco de Tupac Katari a La Paz.
Aunque la Feria de Alasitas tuvo sus primeras expresiones urbanas en los tiempos fundacionales de esta ciudad, para el antropólogo aymara Emmo Valeriano Thola, de la insurrección indígena quedó el hábito de comprar artesanías de dimensiones reducidas, justo al medio día del 24 de enero.
La pieza, chayada (bendecida) con un yatiri o chamán aymara y luego en una iglesia católica, era llevada a casa con la esperanza de ver los sueños cumplidos en los días posteriores del año y así continuó hasta nuestros días.
De ese modo, las miniaturas ofertadas durante la festividad mestiza expresan todavía el cruce entre la religiosidad católica del pueblo y su inclinación a recurrir a las deidades andinas para alcanzar riqueza y salud.

El Ekeko, un rayo de luz 
Entre estas figurillas destaca el Ekeko, dios de la abundancia o de la fortuna, de vientre abultado, cabeza grande, pómulos colorados, bigotes ralos, ojos vivaces, boca grande y sonriente, y con un orificio, el cual parece instar a sus devotos a colocarle un cigarrillo para que "fume".
Varios especialistas señalan que este es venerado desde siglos antes de la conquista española y prevaleció en la grandiosa cultura tiwanacota, donde creían que ahuyentaba la desgracia de los hogares y atraía la fortuna.
En la Isla del Sol, del lago de Titicaca, aparecieron figuras líticas con la representación antropomorfa de pequeños hombres con joroba, con rasgos indígenas y sin vestimenta, cuya desnudez era el símbolo de la fertilidad.
De 1612 data uno de los registros más antiguos al respecto, cuando el jesuita Ludovico Bertonio mencionó a esta deidad andina en su Vocabulario de la Lengua Aymara.
"Ecaco, I. Thunnupa. Nombre de uno de quien los indios antiguos cuentan muchas fábulas y muchos aún en estos tiempos las tienen por verdaderas y así sería bien procurar deshacer esta persuasión", sugería el católico a quienes compartían con él la tarea de afianzar la conquista en lo religioso.
Pese a los esfuerzos de los colonizadores por desterrar esta y otras creencias, la mitología alrededor de los poderes del diminuto hombrecillo de yeso u otro material subsiste, expandida incluso por territorios vecinos como Perú.
El Ekeko conserva todavía una expresión de completa felicidad y pese a sus piernas cortas, carga en sus brazos extendidos reducidísimas bolsa de arroz, fideo, azúcar y harina, billetes, libros, periódicos, instrumentos musicales y de trabajo.
Pero como el ingenio popular carece de límites, lo que antes cargaba como símbolo de lo añorado por sus adoradores, ahora tiende a multiplicarse y no faltan los hombrecillos de vestuario tradicional andino con réplicas de maletas de viaje, autos modernos, casas y hasta aviones.
Y es que el dios de la abundancia y de la felicidad puede concederlo todo, siempre que su representación sea regalada por un amigo o conocido en medio de la fiesta de las miniaturas en Bolivia.

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