Pura vida en San José
"Pura vida" es el saludo más recurrente entre quienes transitan cada día por cualquier parte de la capital costarricense, San José, la ciudad más sencilla y costosa de Centroamérica.
El verde intenso de los bosques que rodean a esta urbe, enclavada en el Valle Intramontano Central, atrae a personas de distintas partes del mundo, que al desandar por sus callejuelas disfrutan de una relativa tranquilidad.
De los 51 mil 100 kilómetros cuadrados que abarca Costa Rica, la Capital Iberoamericana de la Cultura (2006) acapara 44,62 kilómetros cuadrados, en los cuales habita casi un millón de personas si se considera la denominada población flotante.
En ella destaca un espacio peculiar, dedicado a los orígenes del ferrocarril y a su influencia en los destinos del país, que convida a adentrase en la historia de esta ciudad distintiva por su alejamiento del patrón damero o cuadrado legado por los colonialistas españoles a otras del continente.
San José creció en torno a su catedral mayor, pero con una prolífica gama de museos, teatros y casas de estilos múltiples copiados por los criollos en Francia y Bélgica, donde casi siempre estudiaban los hijos de los privilegiados desde el siglo XIX.
Sólo en 1822 alcanzó su condición de capital, que estuvo en juego durante las tres décadas primeras de esa centuria, hasta mayo de 1838.
El contexto creado a partir del golpe militar protagonizado por Braulio Carrillo incidió en el traslado a la ciudad de las sedes principales del gobierno y allí permanecen desde entonces.
Las evidencias de los orígenes, costumbres y luchas de los costarricenses están resguardadas en el otrora Cuartel Bellavista, casona de tejas de barro y madera, devenida Museo Nacional.
Esta atesora mucho más que el pasado de una nación. En sus patios espaciosos tienen refugio seguro especies disímiles de mariposas y aves que cautivan con su trinar, incluso, a quienes transitan por la aledaña Plaza de la Democracia.
San José también destaca por ser de esas pocas urbes que rinde culto a la gracia natural en tiempos de anorexia y por sus frecuentes spot publicitarios de quirófanos orientados a la transformación estética de mujeres y hombres.
Perdido entre sus atractivos cualquiera queda sorprendido al tropezar con un altar al sobrepeso, La Chola, mujerona de bronce monumental situada en la Avenida Central, entre las calles 2 y 4.
Esta escultura de 2,10 metros y unos 500 kilogramos, saluda a los transeúntes sin signos de complejos, con atuendos apropiados para su estatura y peso corporal y quizás segura de cuanto alcanzó en estos años.
Muchos infantes se asustan al ver a esta mujer descomunal, con rasgos mestizos, pero resulta frecuente ver a los adultos que pasan saludarla, pararse frente a ella para escudriñar sus curvas o tomarse alguna foto, como recuerdo de su estancia en ese rincón de la inolvidable San José.
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