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Mercantilización mediática bajo signo neoliberal

Mercantilización mediática bajo signo neoliberal

Mucho antes de este amanecer de siglo, el respeto a las leyes de la información cedió el terreno a la producción de noticias bajo las leyes de la oferta y la demanda, al calor de la impronta neoliberal.

Un repaso a medios de prensa de cualquier parte del mundo permite comprobar que, hasta los mejor intencionados, adaptan sus formas de decir y hacer, con el propósito de insertarse en el mercado y vender mejor.

En ese esfuerzo, los medios de difusión masiva siguen las leyes de la retórica y otras dominantes en la cultura de masas.

Prevalecen los efectos de emisión, simplicidad, espectacularidad, maniqueísmo, velocidad, urgencia, e instantaneidad, en el sentido de la velocidad en tiempo real.

Gracias a la magia de la Internet, espacio es un concepto pasado de moda para las comunicaciones en este siglo.

La noción del tiempo real, llevada al mundo de la información, destruyó la obediencia al período necesario para elaborar las noticias y destapó la premura por transmitir, en desmedro de la verificación oportuna de datos y de la calidad del producto comunicativo.

El valor de la información ahora descansa en la agilidad con que llegue a los receptores, tras ocurrir el hecho noticioso, y el de los medios de difusión masiva, en su capacidad de competir por llegar primero a vender.

La gratuidad en los servicios de esa naturaleza, cultura impulsada también por la red de redes, perturba a su vez los mecanismos comerciales de la información. "El negocio consiste en vender ciudadanos a los anunciantes", definió el doctor en Semiología e Historia de la Cultura, Ignacio Ramonet.

Los vendedores de productos comunicativos batallan por atrapar a más receptores en esta época y recibir, en proporción, más solicitudes de campos para publicidad. Para ello, la información tiene que bajar su nivel de elaboración, reajustarse para atrapar al menos interesado en consumirla.

Cuanto más atrayente y sencilla sea esta, más numerosos serán los que se le acerquen y el medio ganará más interesados en publicar sus anuncios en él.

Tantos leen, escuchan o miran un medio, tantos pueden ser capturados por los promotores de los bienes de la sociedad de consumo y la urgencia en modificar el funcionamiento estructural de la información, para lograrlo, redunda en el descuido de parámetros esenciales como la verdad.

La globalización neoliberal, impensable sin el progreso desmesurado de las comunicaciones en su arista tecnológica, modificó todas las estructuras de funcionamiento de la sociedad.

La revolución digital, hija de un proyecto encaminado a agilizar el trasiego de capitales y no a proporcionar el placer del amor o la amistad a despecho de distancias físicas, creó un sexto continente: la Internet.

Desde entonces, texto, imagen, símbolos y sonido, andan tomados de la mano por las autopistas del ciberespacio, mientras la rentabilidad es la única preocupación de las megaempresas telefónicas, informáticas, y comunicativas.

En ese contexto, los medios dejaron de insistir en preservarse como el Cuarto Poder y reacomodaron sus expectativas.

Convertidos en actores dominantes en sociedad, a partir de su matrimonio con el poder financiero, asumen el papel de aparatos ideológicos de la globalización, afirma Ramonet.

Para el investigador de origen español, esta penetra con el apoyo del ahora Segundo Poder -detrás del financiero y por delante del político-, que la estableció y defiende como sinónimo de progreso o modernidad. A

parejada a esta idea, corre una orientada a inmovilizar cualquier síntoma de resistencia, sustentada en la tesis de la imposibilidad de luchar contra la pareja infernal que suponen los medios y el poder financiero.

La voluntad política de supeditar a ambos es un arma temida por los adalides del sostenimiento de la ideología globalizadora. No es gratuito que esta expresión de resistencia a la intención de dominar el mundo sea la más atacada por el aparato mediático en estos tiempos.

De ello dan fe las maquinaciones contra la República Bolivariana de Venezuela y su líder Hugo Chávez; el presidente ecuatoriano Rafael Correa; su par boliviano Evo Morales y sus homólogos Cristina Fernández (Argentina) y Daniel Ortega (Nicaragua), por sólo citar algunos.

IMPACTOS EN AMÉRICA LATINA

Las dictaduras militares diseminadas por América Latina en los años ochentas y los sucesivos descalabros de sistemas políticos orientados al socialismo, permitieron cultivar un imaginario derrotista ante las revoluciones, sacudir las utopías, y reforzar la cultura del mercado.

Las nociones predicadas por la modernidad adelantaron camino en este escenario y muchos aceptaron de modo acrítico la devaluación de ideologías, de proyectos políticos transformadores, de prácticas sociales colectivas, y de valores humanos considerados trascendentes.

El "vale todo" plantó sus botas sobre las culturas locales y trocó todo en descartable y efímero, con el respaldo de una discursiva mediática potenciadora de la desfragmentación y el desprecio a las prácticas anticapitalistas conscientes o simbólicas, señala la periodista argentina Claudia Korol.

Los avances tecnológicos, en tanto favorecieron la mundialización del conocimiento, propiciaron la conformación de la subjetividad de esta época, la saturación informativa y la incomunicación alienante, agrega.

Especialistas concuerdan en que la enajenación de los sujetos se puso a la orden del día, por el distanciamiento creado por la política hegemónica, entre las imágenes y dichos que saturan los medios y el ancho campo de las resistencias, los dolores y las esperanzas populares.

Ello redundó en el desencuentro entre las palabras y sus significados, y de las imágenes y símbolos que consumimos con las representaciones de nuestros actos cotidianos.

La "comunicación en formato zapping" frena la comprensión de las relaciones causa-efecto y del papel protagónico de las masas populares o sujetos colectivos en la historia.

Ello explica en buena parte la proliferación de interpretaciones mesiánicas, de fundamentalismos; la exacerbación de los individualismos, y la continua frustración de la creencia en los fetiches sucesivos establecidos por el mercado.

La generación permanente de mensajes estimuladores de necesidades y ansiedades materiales es inherente a un sistema social cuya prioridad es la reproducción ampliada del capital.

El embellecimiento de estos responde a la necesidad de fomentar la cultura consumista, y los medios de difusión masiva son los encargados de pervertir los sentimientos sobre lo que debe tenerse para ser.

Disímiles ejemplos existen, además, de que el sentido de pertenencia localista se diluye con las ofertas de los emporios del audiovisual y otros tipos de prensa.

Muchos no encuentran respuestas a sus necesidades básicas en la cotidianeidad y, ante lo que les llega por estas vías, sienten cada día más empobrecidos los rasgos distintivos que los identifican.

En medio de todo ello, el terrorismo mediático es una suerte de moda que a pecho descubierto demuestra la complicidad de los medios con los segmentos sociales más retrógrados y su predisposición a secuestrar mentes e inducirlas a aceptar el dominio al que se les somete.

Terrorismo es infundir pánico, miedo e inseguridad en individuos o colectivos, mediante acciones sistemáticas de naturaleza física y violenta, o mediante acciones sicológicas capaces de causar dudas y desasosiego ante la realidad, según el venezolano Gregorio Javier Pérez Almeida.

En el primero de los casos, los medios son las bombas que explotan y matan no sólo al enemigo político sino a los inocentes. El segundo alude a la manipulación de la información, mediante el silencio, la censura, y la propaganda, para crear dudas, temores, y zozobras con varios fines.

Pérez Almeida, como tantos seguidores de la cuestión, insiste en que el terrorismo, cualquiera que sea su origen o naturaleza, clasifica entre las peores invenciones humanas.

Las enseñanzas de cómo se prepara desde los medios el terreno para justificar una guerra fueron constantes en el último medio siglo, en que el terrorismo mediático casi siempre fue camuflado por una retórica seductora, para que sus propósitos pasaran inadvertidos y atrapar incautos.

La guerra mediática, complemento de las otras, se suma a las formas tradicionales de represión contra los pueblos y, en América Latina, cobra rango de problema de seguridad nacional y regional.

El progreso de tal práctica mucho debe a la mercantilización de la información, de raíz neoliberal, y enfrentarla exige la unión de académicos y activistas sociales capaces de asumir la problemática como cuestión regional y articular propuestas de defensa ante esa agresión.

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