Desde la fuerza del verso de Leonel Rugama
"Bienaventurados los pobres porque de ellos será la luna", vaticinó el poeta nicaragüense Leonel Rugama, cuya muerte aconteció en pleno fragor del combate contra la dictadura somocista un día como hoy hace 43 años.
Más allá de la mística que cubre su trayectoria revolucionaria, la fuerza del estilo directo y cortado de sus versos sirve de argumento para reivindicarlo como uno de los grandes líricos de la generación de los años 60 en este país centroamericano, concuerdan especialistas.
"Aquí yacen los restos mortales del que en vida buscó, sin alivio, una a una, tu cara en todos los buses urbanos", adelantó en su Epitafio quien, guiado por una auténtica vocación de amor, dio todo con tal de acabar con la dictadura sangrienta de los Somoza.
Fiel a los designios de su tiempo desafió al terror de los acólitos del régimen, participó en numerosas revueltas estudiantiles y se sumó sin vacilaciones al Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), de acuerdo con los historiadores.
Mas, pese a las adversidades enfrentadas por eso, todo indica que Rugama nunca prescindió de la poesía: "con mis dedos sucios de vida acaricio el montón de mis huesos, sorben la muerte, arrastrando cruces. Vacío el oído, escucho el sonido de la tumba donde naceré".
Estos versos, previos a su asesinato en una casa de seguridad del FSLN frente al cementerio oriental de Managua, vecino a la Barbería México, apenas son una muestra de la constante presencia de la muerte en su obra.
La certeza de lo inevitable aparece siempre entre sus líneas, aunque teñida de confianza en el posible renacimiento de una sociedad en declive por el odio acumulado y que a su juicio resurgiría, cual ave fénix, tras la victoria del bien sobre el mal representado por los Somoza.
Rugama, considerado por algunos críticos como un poeta popular por su marcada proclividad al coloquialismo, es recordado por sus contemporáneos por jugar al fútbol con la sotana de seminarista en los campos del instituto donde estudiaba Filosofía y Teología, en el departamento noroccidental de Estelí.
Esa imagen quizás contrasta con la del guerrillero capaz de desafiar a sus victimarios con un grito que devino consigna de guerra para los jóvenes de su tiempo y del presente: "ÂíQue se rinda tu madre!".
Pero sin dudas dice más del hombre cuyos versos merecieron un espacio en la antología El siglo de la poesía en Nicaragua, preparada por Julio Valle-Castillo, quien consagró el derecho del héroe a cobrar rango de eterno también en el acervo literario en esta nación centroamericana.
Nicaragua fue otra después de la caída de Rugama, aseguran quienes vivieron los trágicos sucesos en torno a su muerte y siguen marcados por la presencia inextinguible de aquel "que abrazó con el ruido de sus pasos la sombra de la montaña" y al que la "tierra virgen le amamantó con su misterio".
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