Paz y conciliación, legados de Augusto César Sandino
La entereza moral del más excelso de los patriotas de este país centroamericano, Augusto César Sandino, es recordada este 2 de febrero con motivo del aniversario 80 de la firma del tratado de paz que puso fin a la guerra civil en Nicaragua.
Ese documento histórico, negociado un mes después de la salida de los marines estadounidenses del territorio y de las elecciones que dieron la victoria al presidente Juan Bautista Sacasa (1874-1946), contiene elementos de juicio insoslayables para comprender la dimensión del héroe.
El llamado Acuerdo Patriótico de Paz confirma que la lucha liberada por Sandino y su tropa propendió sólo a la libertad de la Patria y que con su actuación “ningún lucro o ventaja material aspira a conseguir”.
Según el texto rescatado por Don Sofonías Salvatierra, en su obra Sandino o la tragedia de un pueblo, la noble y patriótica actitud del general de hombres libres le valió el reconocimiento de los representantes de todas las fuerzas políticas de su tiempo.
Sandino destaca la trascendencia de la desocupación del territorio por Estados Unidos después de dos décadas y advierte que a partir de allí iniciaba una era de renovación fundamental en la existencia pública.
“Fortalecer el sentimiento colectivo de autonomía que con unánime entusiasmo conmueve a los nicaragüenses” debía ser desde entonces meta fundamental, a su juicio.
El prestigio ganado por el héroe y la transparencia en sus actuaciones alentó a liberales y conservadores a suscribir “el respeto a la Constitución y leyes fundamentales de la República” y la intención de defender “la soberanía e independencia política y económica de Nicaragua”.
Tal acuerdo implicó la desmovilización del Ejército Autonomista, lo cual es cuestionado por algunos historiadores porque apenas un año después Sandino fue asesinado.
Sin embargo, entre líneas, el texto deja la esencia inalterable del hombre “abordable, locuaz, optimista”, como lo calificó el periodista Adolfo Calero (1899-1980).
“Quiero la paz de Nicaragua y he venido a hacerla”, declaró el 3 de febrero de 1933 al último profesional de la prensa que logró entrevistarlo.
“Idos los yanquis militares del territorio nacional, yo hubiera querido hacer la paz al día siguiente, pero la incomprensión, la desconfianza y el pesimismo se habían interpuesto”, lamentó, pese a lo cual cortó el afán de remarcar lo negativo “Esta es la hora de paz y conciliación”.
“Esa guerra había que hacerla como se hacen todas las guerras, y hubo balas y sangre. Quede esa sangre como un tributo rendido a la libertad de Nicaragua, y que ni una gota más se vuelva a derramar entre hermanos”, legó a sus sucesores.
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