Dioses de uno y otro lado del Atlántico
La magnitud del panteón de las más avanzadas culturas americanas antiguas es tal que resulta imposible un inventario exacto: sólo los aztecas adoraban 400 deidades y algo similar ocurría entre mayas e incas.
Algunas de las divinidades de la civilización maya, expandida desde el sur de México hasta parte del territorio conocido hoy como Honduras, solían incluso dividirse en cuatro dioses al mismo tiempo.
Tal es el caso de Itzamná
-casa de iguanas en lengua maya- que era a su vez el mandatario de la tierra, del cielo, del día y de la noche.
Esta deidad protegía el mundo al mismo tiempo que lo gobernaba y era identificada también como Kinich Ahau -dios Sol. Sin embargo, en su representación femenina era llamada Ixchel, es decir, diosa de la luna o patrona de la artesanía.
En este icono de cuatro caras, los mayas veían al héroe que les legó la escritura, el calendario y la medicina, de acuerdo con las leyendas recogidas en el Popol Vuh o libro sagrado de los quichés.
La diosa de los suicidas entre estos pueblos era Ixtab, quien compartía un espacio en el altar con Tepoztécatl, patrono de la embriaguez.
Ah Hoya- el que micciona- era otro de los adorados por ese grupo étnico en cuatro versiones o chacs, los cuales eran asociados a los cuatro puntos cardinales.
El Chac, como también se le conocía, era representado con largos colmillos y ojos redondos, y venerado por su supuesta incidencia en la agricultura y la fertilidad.
Entre toltecas y aztecas, el análogo de este dios era Tláloc y para los zapotecas, Cocijo, coinciden historiadores.
Otra deidad reverenciada en el mundo maya era Cizin, señor del inframundo, cuyo homólogo entre los aztecas era Mictlantecuhtli, señor del reino de los muertos en lengua náhuatl.
Este era representado generalmente con un rostro de calavera y acompañado de su esposa, Mictecacíhuatl.
Según la mitología de la cultura asentada en la planicie central de México, todos los difuntos van a parar a diferentes paraísos a tono con la forma en la cual murieron, con excepción de los guerreros.
Pero para llegar a Mictlán, el inframundo, es preciso realizar una riesgosa travesía en la que apenas puede contarse con la ayuda del dios del trueno, Xolotl.
Los aztecas adoraron a su vez a Huitzilopochtli -colibrí zurdo en náhuatl-, quien acogía a los guerreros caídos en combate y convertidos en un ave similar a esa.
El príncipe turquesa era hijo de Coatlicue, representado en algunas leyendas como el líder divino de la tribu que llegó de Aztlán al Valle de Anáhuac y bajo cuyo mando surgió la capital del otrora imperio azteca.
Tezcatlipoca o espejo humeante, en lengua náhuatl, es vinculado de manera indistinta a los panteones tolteca y azteca, pero para algunos antropólogos su culto llegó al centro del territorio mexicano de la mano de los primeros.
Este dios era de naturaleza oscura y proteica: cargaba con el triste mérito de haber sido el primer inspirador de los sacrificios humanos y también asumía diferentes formas.
Como si no bastase, el invisible y omnipresente conocía como ninguno a los seres humanos y había expulsado de Tula a Quetzalcóatl -serpiente emplumada-, en algunos mitos identificado como su hermano.
Quetzalcóatl, llamado Kukulkán por mayas, teotihuacanos, toltecas y aztecas, devino figura central de los altares de la mayoría de estos pueblos por su naturaleza benévola, ya que no exigía sacrificios humanos.
Un poco más al sur del continente formaron un vasto imperio los incas, para los cuales el dios creador del sol y de la luna en el lago Titicaca, del cielo y de la tierra, era Viraocha o espuma del mar, en quechua.
Huiracohca o Wiraqocha
-como también se escribe- enseñó a los hombres las artes de la civilización y muy al estilo de Quetzalcóatl, desapareció caminando hacia el mar en lo que ahora se conoce como Manta, Ecuador.
Al margen de la cosmogonía, esta deidad tiene una fuerte presencia en la historia suramericana porque era el protector divino de Pachacuti Yupanqui, conquistador que extendió considerablemente el imperio incaico.
De esa cultura precolombina llegaron hasta nuestros días Apu Illapu-el señor maestro del mundo-e Inti, el dios del sol.
Mientras el primero era el responsable de proveer la lluvia en el universo inca para garantizar la producción agrícola, el segundo cumplía la función del astro rey y andaba acompañado de su hermana, la luna o Mama Kilya.
Allende el Atlántico: el panteón grecorromano
Caos, representación del estado primitivo del universo, es considerado el primero y más antiguo de los dioses que habitaron el monte del Olimpo, sede central del panteón grecorromano.
La pléyade de deidades de estas culturas alcanza casi la media centena y en ellas destaca el todopoderoso Zeus o Júpiter, el más promiscuo de la corte en cuestión y con una turbia historia de crímenes en su haber.
Según la mitología, el dios del universo para estos pueblos se apoderó del trono tras asesinar a su padre, Cronos o Saturno, y tuvo numerosas relaciones extramatrimoniales con mujeres mortales y ninfas.
La mitografía olímpica da cuenta de los amoríos de este con las diosas Deméter, Latona, Dione y Maia, aunque reconoce por esposa oficial a su hermana, Hera.
De las constantes traiciones a la también identificada por Juno, nacieron los fundadores de varias dinastías helénicas, quienes tuvieron que huir de las iras de la dolida deidad.
La tradición colectiva cuenta que la diosa del matrimonio acostumbraba a perseguir a las amantes e hijos resultantes de las infidelidades de su esposo en una carroza tirada por dos pavorreales.
Como en las culturas ancestrales americanas, griegos y romanos también adoraron a la tierra en la imagen de Gea y Rhea, hija de Urano y hermana y esposa de Saturno.
La Magna Mater Deum, como nombraron a la primera, era la madre de varias deidades y figuras mitológicas como los Cíclopes, las Titánidas, los Centímanos, las Furias, los Gigantes y los Uránides, entre otros.
En tanto, Rhea tenía un concepto más filosófico y universal, porque era apreciada como generadora de todo lo existente.
Esta era relacionada con Ceres o Démeter, responsable de la transición de las estaciones climáticas en el año y a la cual se le atribuía el haber enseñado a los humanos a labrar la tierra y a elaborar el pan.
El dios del cielo para estos pueblos era Urano, descendiente de Gea y de Eter –Aire- en algunos casos y de El Caos y Hemeras (La Día), en otros.
La sapiencia humana cobró forma en el panteón grecorromano en la imagen de Ceo, Titán de la Inteligencia, mientras que a una fémina le correspondió el papel de diosa del fuego y del hogar.
Hestia o Vesta, de acuerdo con la mitología, ideó la construcción de las casas y se ocupaba de mantener vivo en el fuego en ellas.
Cronos o Saturno, hijo del cielo y de la tierra, era el dios del tiempo y devoraba a sus hijos en cuanto nacían para evitar que le quitaran el trono, en tanto Hades o Plutón velaba por los infiernos.
El rey de las sombras era a su vez el dios de los ricos para los romanos, porque estos reverenciaban al oro y creían que el codiciado metal era producto del submundo.
Perséfone o Proserpina, hija de Heras y de Zeus, era la contrapartida femenina del cuidador de los infiernos y según la tradición, había sido raptada por Plutón y andaba siempre junto al Olvido y el Sueño.
Poseidón o Neptuno, además de gobernar sobre los mares y océanos, influía sobre los terremotos y los caballos, y a menudo se le veía acompañado de un delfín.
El padre del héroe Teseo compartía espacio en el reino de las deidades grecorromanas con Atenea o Minerva, hija de Zeus, encargada de las ciencias, las artes, la estrategia y la guerra.
La consejera por excelencia del rey del Olimpo era representada por un búho y entre sus múltiples creaciones estaba el arte de hilar y el olivo. También era diestra en disparar el rayo, prolongar la vida, y otorgar la suprema felicidad a las personas después de la muerte.
Similar a ella, Apolo o Febo patrocinaba las artes, las letras y la medicina, además de dominar las plagas, la luz, la curación, los colonos, el tiro con arco, la poesía, las profecías y la danza.
Una lira y un arco representaban a esta beldad masculina, que todas las tardes descendía al mar en la carroza del Sol, tirada por cuatro caballos.
Su hermana gemela y diosa lunar, Artemisa o Diana, velaba por la caza, los bosques, los animales salvajes, la curación, las tierras, la castidad y los partos, y arrastraba un séquito integrado por 60 hijas del Océano.
Este último era el dios del mar y sus dominios estaban en las aguas desconocidas del Atlántico, así como en el Mediterráneo estaban los de Neptuno.
Sus hijos eran llamados Ríos y Oceánidas, y de acuerdo con la mitología, de sus relaciones extramatrimoniales nacieron Libia, Europa, Asia y Tracia.
El dios de la mortalidad, Japeto, era uno de los primigenios o titanes. Era el responsable de las muertes violentas y media el tiempo en que debía fallecer una persona.
Sus privilegios acabaron cuando, tras la guerra con otras deidades, fue confinado definitivamente al infierno, similar a lo ocurrido con el líder de los titanes en el conflicto, Atlas, sentenciado a cargar el cielo sobre sus hombros.
Febe o Foebe –brillante- era otro de los titanes. Esta diosa primigenia estaba encargada del oráculo de Delfos y su nombre era relacionado con la Luna por los griegos, como Diana y Selene.
Dionisios o Baco –dios del vino- promovía la civilización, protegía la agricultura, el teatro, era legislador y amante de la paz.
Las musas lo instruyeron en música y baile, al mismo tiempo que Silenio le enseñó el cultivo de la vid y la fabricación del vino, por lo que los bacanales en su honor eran de los festejos más esperados por estos pueblos.
Como la cruel realidad, el dios de la guerra -Ares o Martes- era hermano de Eris- Bellona, la desbastadora de ciudades, y tío de Fobos (Terror) y de Deimos (Espanto).
Ellos tiraban de su carroza y lo acompañaban en sus recorridos con otras de las controvertidas figuras del Olimpo: Dolor, Pánico, Hambruna y Olvido.
La tradición relata que Prometeo creó un hombre de barro y le dio vida con el fuego robado al Sol, por lo que Zeus lo amarró a una roca y ordenó a un buitre devorarle las entrañas durante 30 mil años. Por suerte, Hércules lo rescató.
El mensajero entre los dioses y los humanos, Hermes o Mercurio, cuidaba del comercio, de las fronteras y de las personas que cruzaban por ellas, de los pastores, ganado, literatos, oradores, atletas, pesos, medidas, inventos, y hasta de la astucia de los ladrones.
Para griegos y romanos, Hefesto o Vulcano -feo, lisiado y cojo- era el dios del fuego y protegía a los herreros y a la metalurgia.
La leyenda asegura que este contrajo matrimonio con la majestuosa Venus o Afrodita, pero ella le fue infiel con muchos dioses y él decidió crear a la primera mujer mortal: Pandora.
El ícono de la belleza y el amor nació de entre la espuma producida por la sangre del mutilado Cronos, al caer sobre las olas del mar, y protegía a los esposos, fecundaba los hogares y presenciaba los partos.
Relacionada de cierta manera con ella estaba Epimeteo, padre de La Excusa, cuyo nombre significa: no reflexiona después del suceso.
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