Pasajes salvadoreños
A pesar de ser uno de los países menos poblado de Latinoamérica, El Salvador acumula una larga tradición de mitos y leyendas, donde confluyen personajes legendarios y reales.
El indio Anastasio Aquino es uno de los más populares y según los relatos, comandó una peligrosa insurrección en la región de los nonualcos. en la zona central del país, en 1833.
La protesta contra los peones, por los maltratos que inflingían a los indios, alcanzó tanta fuerza que las huestes del líder lograron penetrar en la ciudad de San Vicente y este se proclamó rey de esa étnia.
Al que robe se le cortará una mano; al que robe de nuevo se le fusilará, determinó Aquino, luego de auto investirse con la corona de uno de los santos del templo del lugar.
Otro personaje legendario es el identificado como Robin Hood salvadoreño o partideño, cuya existencia a finales del siglo XIX es puesta en duda por muchos.
Dicen que este conducía partidas de ganado de un lado a otro de Centroamérica, pero después se convirtió en un bandido singular cuando un hombre rico le raptó su novia el mismo día de la boda.
En venganza, el transformado en bandido acuchilló al padre del ofensor y se dedicó además a asaltar y a matar a cuanto rico y noble se le cruzaba en el camino.
El partideño también acabó con el raptor de su amada, violada y asesinada por el indigno noble, pero a pesar de la terrible trayectoria algunos aseguran que el sujeto mantenía un alto sentido de la justicia y no permitía que robos o daños a los pobres.
Entre los personajes mitológicos legados por vía oral, fundamentalmente, se incluye un espíritu enamorado que siempre busca a las mujeres jóvenes y bonitas.
El Duende, como se le conoce, no deja en paz a sus predilectas y aleja a sus pretendientes hasta convertirlas en solteronas mediante la emisión de ruidos, brisas y aromas, por las noches.
Pero cuando la joven hace algo desagradable para él, como no bañarse o hacer otras cosas antihigiénicas, este se retira causando un ruido estruendoso y soltando terribles carcajadas.
De modo similar actúa la Carreta Bruja o Chillona, que según la tradición popular, mató de horror a una chismosa en un pueblecito situado en las faldas noroeste del Cerro Santa Catalina, San Esteban, del Departamento de San Vicente.
La carreta, de tamaño normal y sin bueyes, pasó por delante de la casa de Cirinla con una calavera humana en las puntas de los palos que componían el estacado y abarrotada de cadáveres decapitados que se retorcían como tentáculos de mil pulpos.
Al sentir el chirriar de las ruedas del extraño transporte, la mujer se asomó a la ventana y constató que los arrieros no tenían cabezas, sino un pequeño manojo de zacate. En la mano izquierda, portaban una puya y en la derecha, el mango de un enorme látigo negro.
Mientras azotaban a los cuerpos exánimes con este, los torturadores gritaban los nombres de todas las personas mentirosas, falsas e hipócritas, del pueblo.
Un día después de ver la Carreta Bruja, Cirinla amaneció muerta encima de un charco formado con su sangre y desde entonces, el maquiavélico transporte no se escucha rodar sobre el suelo empedrado de las calles del lugar.
Otros personajes míticos salvadoreños son la Siguanaba- mujer horrible dedicada a aterrorizar a los solteros- y su hijo el Cipitío, espíritu burlón con cuerpo de niño y barrigón, que anda con un gran sombrero sobre su cabeza y danza alrededor de sus víctimas.
A esto se suma la creencia en la existencia del Cadejo, perro blanco con ojos rojos como brasas y hocico puntiagudo, quien difiere de otros personajes mitológicos porque protege a los caminantes.
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