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Francisco Morazán y la identidad centroamericana

Francisco Morazán y la identidad centroamericana

Es imposible reconstruir la historia centroamericana sin mencionar al prócer hondureño, Francisco Morazán, quien contribuyó de forma esencial a la identidad y unidad de las antiguas provincias supeditas a la Capitanía General de Guatemala.

  "La educación es el alma de los pueblos", defendió el héroe, nacido en lo que ahora es conocido como el Centro Histórico de la otrora Real Villa de Tegucigalpa, el 3 de octubre de 1792.

  Este general del ejército independentista formado en el área contra el dominio colonial español, murió fusilado en San José, Costa Rica, y está sepultado en El Salvador.

  Casi 170 años después de su muerte, resulta desconocido para muchos esta realidad, prueba de su entrega a la causa unionista de los pueblos centroamericanos.

  Morazán era parte de una familia de la clase alta de la sociedad criolla hondureña, descendiente directa de españoles y nacida en el Nuevo Mundo.

  Sus padres, Eusebio Morazán y Guadalupe Quezada, amansaron una fortuna considerable a partir de inversiones en la agricultura y el comercio, y en virtud de ello, pudieron darle la mejor educación para su época.

  Contrario a la creencia popular, el prócer cobró fama después de la ruptura de las provincias centroamericanas con la corona española, el 15 de septiembre de 1821, cuando apenas contaba con 39 años de edad.

  Morazán nunca intervino en las luchas por la independencia: sólo entró en la vida militar para defender el régimen de su pariente Dionisio de Herrera, quien sufrió el primer golpe de Estado de la historia hondureña, el 10 de mayo de 1827.

  Herrera, como ocurrió luego con otros presidentes en ese país, fue hecho prisionero entonces y expulsado a Guatemala, mientras la resistencia armada cobraba forma bajo el mando del que devino adalid principal de la unidad centroamericana.

  Frente a la persecución de que era objeto, Morazán salió rumbo a territorio salvadoreño y tras intentar regresar a su patria, con la venia del presidente Justo Milla, tuvo que escapar y terminó en Nicaragua.

  En esa nación centroamericana acumuló fuerzas a su favor y perfiló su ideario político, al punto de creer oportuno el retorno a su natal Honduras, donde logró imponerse como jefe de Estado, el 27 de noviembre de 1827.

  Centroamérica en el período era escenario de la confrontación entre el liberalismo, emparentado con el federalismo norteamericano, y una corriente conservadora, que pretendían mantener un régimen centralista, unitario, católico y restrictivo, recuerda el historiador mexicano Adalberto Santana.

  En este contexto, Morazán acumuló varias victorias militares con el respaldo de salvadoreños y hondureños, hasta entrar triunfante a Guatemala, el 13 de abril de 1829.

  El Benemérito de la Patria, por determinación del Congreso guatemalteco, incidió en la adopción de medidas revolucionarias como la separación de la Iglesia del Estado, la confiscación de bienes de las órdenes religiosas, la reducción del número de sacerdotes, y de la captación de monjas.

  También en Honduras, Morazán reorganizó la administración pública, orientó su atención a la educación elemental, introdujo la primera imprenta y emprendió un giro laico a la cultura en un sentido amplio.

  Sus obras le merecieron el calificativo de excelente estratega militar y político, por lo que terminó al frente de la República Federal Centroamericana, de 1830 a 1839.

  Desde esa posición, alentó la esperanza en el alcance de la unión regional al asegurar que no estaba lejos “el momento de ser puesta en práctica esta combinación admirable”.

  “Ella hará aparecer el nuevo mundo con todo el poder de que es susceptible por su ventajosa posición geográfica e inmensas riquezas, por la justicia de los gobiernos y por la identidad de sus sistemas: por su crecido número de habitantes y, sobre todo, por el común interés que los une”, afirmó.

  Morazán defendió a los sectores castrenses como instancia fundamental del ejercicio de la autoridad del nuevo Estado y entes encargados de conservar el orden interior y defender la integridad de la República.

  “La instrucción pública que proporciona las luces, destruye los errores y prepara el triunfo de la razón y de la libertad, nada omitiré para que se propague bajo los principios que la ley establezca”, aseguró.

  A su juicio, “los funestos vicios del sistema colonial se transmiten entre nosotros, de padres a hijos” y “las revoluciones son la escuela donde aprende a conocer sus derechos esa desgraciada y preciosa porción de la República que es la destinada a consolidar el sistema que nos rige”.

  La brillante carrera de Morazán acabó en Costa Rica, donde encontró bastante oposición y finalmente fue derrotado por las fuerzas conservadoras, pese a lo cual trascendió por su deseo de mantener unida como una sola nación a Centroamérica.

  También, por su insistencia en la necesidad de consolidar un sistema económico capaz de generar mayores riquezas y sostener el desarrollo de la región istmeña, casi olvidada y sujeta a los vaivenes de la geopolítica estadounidense prácticamente desde el fin de la guerra contra España.

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