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Memoria del asedio sísmico a Managua

Memoria del asedio sísmico a Managua

El Domingo de Resurrección o de Pascua adquiere este año una connotación especial en Nicaragua, donde la memoria colectiva conserva el recuerdo de otra prueba terrible del asedio de los terremotos a esta capital.

Hace 82 años hasta las casas y edificios de taquezal -paredes creadas a partir de jaulas de madera, rellenadas con piedras y enlodadas- quedaron por el suelo en esta ciudad en medio de una aplastante nube de polvo debido a una fuerte sacudida desde las entrañas de la tierra.

El sismo del 31 de marzo de 1931 alcanzó una magnitud de 5,8 grados de magnitud en la escala abierta de Richter y la tragedia humana que provocó sólo es comparable con la derivada del conflicto interno por la liberación nacional o con la causada por un evento similar el 23 de diciembre de 1972.

Este último movimiento telúrico de 6,2 grados completó la obra nefasta del acaecido antes, cuya fuerza acabó con muchas edificaciones de adobe y piedra que rodeaban la plaza central.

Peor fue el dolor humano generalizado ante la pérdida de más de mil 500 a dos mil personas en un conglomerado que apenas rebasaba los 200 mil habitantes, muchos de los cuales nunca recuperaron el cuerpo de sus familiares desaparecidos.

Tras la sacudida de esa mañana un gran incendio se extendió por Managua, que abarcaba del Campo de Marte por el Sur al Lago Xolotlán por el Norte. Todos los prisioneros de la cárcel capitalina fallecieron junto a soldados estadounidenses que colaboraban con la Guardia Nacional.

El despegue del fuego fue atribuido a la explosión de los químicos almacenados en las farmacias, pero según testigos, miembros del ejército interventor norteamericano y sus testaferros somocistas avivaron las llamas so pretexto de "evitar la destrucción total de la ciudad".

Del desastre solo quedaron en pie el Palacio Nacional, el de Comunicaciones, el del Ayuntamiento y la Casa Presidencial, así como los mercados San Miguel y Candelaria, el Teatro Variedades, la Casa del Águila, las iglesias Candelaria, San Antonio y San Pedro.

La armazón de hierro de la Catedral en construcción, la Casa Pellas y el Club Social, sobrevivieron también a la catástrofe, tras la cual los muertos fueron lanzados a una fosa común en el Cementerio Occidental. Perdida su magia colonial, Managua comenzó a llenarse de construcciones de cemento y ladrillos cocidos, muchas veces sin considerar las recomendaciones acordes con la amenaza latente en la zona.

Esta ciudad conoce como pocas la fuerza demoledora de la naturaleza desde el aluvión de 1876, época para la cual era considerada la capital y la urbe más importante de Nicaragua, pese a estar en el lugar menos indicado.

Especialistas del Instituto Nicaragüense de Estudios Territoriales concuerdan en que este asentamiento humano está en el área de mayor riesgo sísmico, sobre dos grandes bloques de rocas volcánicas que se friccionan de forma interminable.

Una suerte de tela de araña asemejan las 16 fallas que sirven de base a Managua, de casi millón y medio de pobladores, cerca de 192 mil viviendas -según la Alcaldía, en 2010- y una infraestructura alejada de los patrones sugeridos para áreas de riesgos.

Esas razones coartan igual la tranquilidad en el orden económico: sólo el terremoto de 1972 representó pérdidas similares al 15 por ciento del Producto Interno Bruto de ese año; y obligan a mantener la vigilancia en esta ciudad, donde la posibilidad de vivir un sismo es inherente a permanecer en su vulnerable suelo.

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