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Trascender la miseria humana o padecer su “pasión fangosa”

Trascender la miseria humana o padecer su “pasión fangosa”

 

Joaquín no toleraba que Abel cayera en gracia a la gente, que con su pintura asegurara el camino a la gloria, que su joven prima de quien era un ineficiente enamorado en la sombra, prefiriera mejor a su alabado amigo, y peor cuando aquel artista, llevado por los encantos de Helena, le hiciera un retrato. El éxito fue clamoroso.

Así, en Joaquín empezaba de nuevo a latir el antiguo corazón de Caín: “Empecé a odiar a Abel con toda mi alma y a proponerme a la vez ocultar ese odio, abonarlo, criarlo, cuidarlo en lo recóndito de las entrañas de mi alma. ¿Odio? Aún no quería darle su nombre, ni quería reconocer que nací, predestinado, con su masa y con su semilla. Aquella noche nací al infierno de mi vida”.

Son las “pasiones fangosas de los inválidos del alma”, como las calificaba don Miguel de Unamuno. Valen sus agudas observaciones para tratar de entender esos mecanismos de perdición que hacen funcionar las bajezas de quienes contados entre los vivientes, hace mucho dejaron de vivir.

En la primera semana de septiembre, el Presidente de la República, comandante Daniel Ortega, al concluir el encuentro con el importante sector empresarial, donde privó el diálogo y un sentimiento de nación, dijo: “Nosotros en medio de nuestras limitaciones… un país con grandes limitaciones, estamos demostrando que somos capaces de trascender la miseria humana”.

Y es cierto, hay muchos que gracias a Dios trascienden esos trastornos del ser, pero otros llevados por los demonios de la miseria humana, desde ahí actúan y juzgan a los que no son de su triste condición. El apóstol Pablo, en Gálatas 5, habla de los frutos de la carne, y entre ellos menciona los pleitos, las contiendas, las iras y la envidia.

Catálogo de las pasiones inferiores

La miseria humana…  es la materia prima para dañar nuestra relación con Dios y arruinar desde un centro de trabajo hasta una nación.

¿Qué será primero en la jerarquía de las pasiones inferiores? ¿La envidia o el odio? Dante llamó a Lucifer “la Primera Envidia”, por ser el primero que envidió la Omnipotencia de Dios. Y ¿dónde queda el resentimiento? Sí, ¿dónde queda esta “pasión fangosa” después que alguien no obtuvo un cargo, una responsabilidad, un espacio de poder que a-mí-y- solo- a- mí- me- correspondía?

La respuesta nos la da seguro el sabio español en su monumental obra “Abel Sánchez” (1917). La novela es una adelantada autopsia de la envidia y, a cuatro años de su centenario, es un tratado actualísimo de lo que el filósofo llamó, según correspondiera, “lepra del alma” en el individuo y “lepra nacional”, en el colectivo.

Los ejemplos sobran. Una persona que no padece semejante sentimiento cenagoso puede ver con mejor perspectiva su tiempo. Pero hay quien todo lo mira pésimo. No ve nada bueno, ni siquiera regular. Es lo que ocurre cuando algunos no dan el mínimo crédito a los programas del Gobierno de Unidad y Reconciliación Nacional-FSLN, o cuando junta voluntades con el empresariado y los trabajadores para empujar, también desde ahí, el desarrollo de nuestro país.

De esa ínfima minoría, unos - no todos-, ocupan la política para tratar de drenar las aguas de Aqueronte que ahogan sus corazones. Tapar con banderas limpias los meandros de lo que hace tiempo dejó de ser el “Soplo de Dios”, no calma la tormenta interior, mucho menos dejar que se ponga el sol claro para los demás. Jesús dio una salida: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”, pero hay quienes disfrutan el mundano mandato “odiarás a tu prójimo”.

Miseria humana contra ¡Vivir Limpio…!

Pudimos ver en toda su dimensión los estragos de la miseria humana cuando se atacó la patriótica campaña de ¡Vivir Limpio, Vivir Sano, Vivir Bonito, Vivir Bien!, que precisamente insta al nicaragüense a dar lo mejor de sí para construir la Patria Grande que soñó Rubén.

Joaquín, el personaje unamuniano tan ducho en la envidia, nos dice, para tratar de entender cómo opera este perverso engranaje: “No se envidia al de otras tierras ni al de otros tiempos. No se envidia al forastero, sino los del mismo pueblo entre sí; no al de más edad, al de otra generación, sino al contemporáneo, al camarada”.

¿Qué sería de nuestra patria si cayera en manos de lo que Unamuno catalogó como “Héroes de la angustia tenebrosa”?

Para pertenecer a esta categoría, debemos identificar sus “habilidades”, parte de sus orígenes, por mucho que se quiera encubrir con los efectos especiales de la “democracia, Estado de Derecho…”. Por supuesto, como todo en la vida, hay honestos ciudadanos en la oposición responsable que pasan lejos, muy lejos, de este lastimoso catálogo de las pasiones inferiores.     

¿Qué es el resentimiento? 

“El resentimiento es: Sentir hostilidad contra una persona o un grupo QUE CONSIDERAS que te ha tratado mal.  Ira no resuelta sobre un acontecimiento negativo que te ha sucedido. Enfurecimiento, agitación emocional QUE SIENTES siempre que se habla de una determinada persona o acontecimiento. Incapacidad para perdonar, incapacidad de dejar pasar y olvidar. 

“El rencor hacia una persona o grupo QUE CONSIDERAS que te han impedido lograr ciertas cosas. Sentirse ofendido pero guardar silencio CUANDO CREES que una persona o un grupo ha ignorado o negado tus derechos”. (Cepvi.com)

Es una causal subjetiva, sobre todo en la esfera política, cuando ciertos individuos, igual que Joaquín Monegro, se creen desde su nacimiento “un alma señalada por Dios con la señal de los grandes predestinados”.

Un anónimo escribió: “El resentimiento es como tomar veneno y esperar que el otro muera”.

Con todo, es la envidia la matrona de estos pajonales del alma. Y debemos estar atentos los latinoamericanos, los que fuimos conquistados, colonizados y entrenados para la división por España. Por eso, debe tomarse como advertencia lo que el Premio Nobel de Literatura, conocedor a fondo de la Península, nos alerta en el segundo prólogo de la obra citada, el 14 de julio de 1928.

Así se repartieron los Vicios Capitales

“Pero ¡qué trágica mi experiencia de la vida española! Salvador Maradiaga, comparando ingleses, franceses y españoles, dice que en el reparto de los vicios capitales de que todos padecemos, al inglés le tocó más hipocresía que a los otros dos, al francés más avaricia y al español más envidia.

“Y esta terrible envidia, phthonos de los griegos, pueblo democrático y más bien demagógico, como el español, ha sido el fermento de la vida social española”.

Tras cinco años fuera de España, el dramaturgo y ensayista, suelta: “he sentido cómo la vieja envidia tradicional –y tradicionalista-española, castiza, la que agrió las gracias de Quevedo y las de Larra, ha llegado a constituir una especie de partidillo político, aunque, como todo lo vergonzante e hipócrita, desmedrado.”

Joaquín Monegro ya no pudo escribir el texto que, pensaba, le redimiría ante el mundo. Menos mal, porque hubiera sido “Una bajada a las simas de la vileza humana”. Era suficiente, porque ahí van esos libros abiertos por el mundo para encerrar a la humanidad en sus infames páginas; seres soberbios que dan lecciones de valores que nunca se interesaron estrenar en sus existencias; biografías donde nunca quedará constancia de aceptar ni el pedacito de una hojita del laurel ajeno. Joaquín habló por ellos: “Me envenenó los caminos de la vida con su alegría y con sus triunfos”.

Si alguien no cree esto, ahí dejamos al que vio más que usted o yo: “La envidia va tan flaca y amarilla porque muerde y no come”. Francisco de Quevedo.

“Queda escrito”.

 

(Por Edwin Sánchez, periodista y escritor nicaraguense. Premio Nacional Rubén Darío, año 2000)

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