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Guatemala y el recuerdo indeleble de un terremoto

Hace 41 años, un 4 de febrero Guatemala vivió una madrugada de terror por un terremoto de 7,5 grados en la escala abierta de Richter y al término de esta contabilizó alrededor de 23 mil personas muertas.


Para los testigos de la época es imposible olvidar esos momentos de pánico del 4 de febrero de 1976, después de los cuales también fueron registrados unos 77 mil seres humanos con heridas graves y más de 3,4 millones damnificados, cerca de 1,2 millones de ellos sin vivienda.

Cuentan que la asonada de la tierra inició a las 3:01:43 horas de la madrugada y que, aunque su epicentro se localizó a 160 kilómetros al noreste de la capital, en Los Amates, localidad del departamento caribeño de Izabal, arrasó con algunas de las construcciones emblemáticas de la Guatemala de entonces.

El sismo, localizado a unos cinco kilómetros de profundidad en la parte oriental de la Falla de Motagua -que forma la frontera tectónica entre las placas Norteamérica-Caribe y atraviesa 86 por ciento del país-, se hizo sentir con mayor fuerza en la capital.

Pero también causó estragos en Mixco, Zacapa y Chimaltenango, departamento central donde acabó con la vida de al menos 20 por ciento de la población (unas 14 mil personas) y con unas 250 mil casas, que en la época solían ser construidas de adobe.

Sólo en Tecpán, Chimaltenango, murieron unas tres mil 23 personas y apenas quedaron en pie la fachada de la iglesia católica y dos viviendas.

Esto se explica si se considera que, acorde con registros oficiales, las sacudidas duraron apenas 49 segundos, más alcanzaron la energía equivalente a la explosión de dos mil toneladas de dinamita.

Como consecuencia de ese temblor tan potente quedó una ruptura visible de 230 kilómetros a lo largo de la Falla del Motagua, desde Puerto Barrios hasta Chimaltenango, agregan informes del Instituto Nacional de Sismología, Vulcanología, Meteorología e Hidrología (Insivumeh).

Paralelo a estos quedan miles de evidencias fotográficas de las jornadas posteriores al desastre, así como múltiples testimonios de la solidaridad entre guatemaltecas y guatemaltecos sobrevivientes, empeñados en ayudarse unos a otros.

El terremoto fue una tragedia que marcó la vida de la nación y a juicio de algunos, desapareció momentáneamente las distinciones de clase, la discriminación y hasta el racismo, por cuanto para todos la única urgencia era sacar los cadáveres soterrados para evitar el mal olor y las enfermedades.

Medios de prensa dan fe también de que en esos días muchos países apoyaron de forma inmediata a la nación y entre estos destacan a Venezuela, México, Argentina, Chile, Perú, Estados Unidos, y otros.

Desde entonces Guatemala procuró prepararse para un terremoto de gran magnitud, con planes de emergencia, búsqueda y rescate a lo largo del país y proliferaron las edificaciones con requerimientos antisísmicos para seguridad de sus pobladores.

Otra cosa ocurrió en cuanto a la solución de los problemas básicos de los damnificados por el terremoto de 1976, la mayoría de los cuales tuvieron que desplazarse hacia otros territorios y buscar alternativas de sobrevivencia en esas circunstancias sin ayuda del Estado.

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