Mujeres, derechos humanos y la problemática en torno al río Madre Vieja, en la Costa Sur de Guatemala
Angélica Aguilar es una mujer que en sus manos conserva las huellas del trabajo en el campo, pero cuyas expresiones también recuerdan la fuerza cultivada en medio de un ambiente hostil por la expansión de la agroindustria en torno al río Madre Vieja.
De un diálogo sostenido con ella aprendimos que las mujeres, cuando por alguna u otra razón se ven obligadas a trabajar en las fincas de Nueva Concepción, municipio sureño de Escuintla, están sujetas a múltiples coacciones o abusos y terminan asimilando cuán poco vale la vida de los seres humanos para quienes sólo pretenden aumentar sus riquezas a cualquier costo.
“Le puedo comentar que cuando yo fui a trabajar a las fincas había niños trabajando, de 13 y 14 años, y me di cuenta cómo eran explotados, maltratados, dentro de la finca”, relató.
Recordó que en esa época visitaban la zona algunos funcionarios del Ministerio de Ambiente y Recursos Naturales (MARN), con el objetivo de realizar suertes de auditorías o controles. Pero muchas veces los finqueros eran alertados de las inspecciones y ante esos avisos, escondían a los menores de edad trabajadores en quineles, para que no pudieran detectar la irregularidad.
“Un quinel es un zanjón que hacen con máquinas a la orilla de los ríos, para extraer el agua de los ríos. Hacen divisiones, decimos nosotros, entre el río y las diferentes fincas. Esos desvíos de agua al final crían monte, bejuco, que llega a hacer tan frondoso que se forman como cuevas y eso permite esconder a los niños cuando llegan los de medio ambiente”, explicó.
También rememoró que “en las fincas suelen dar guantes, porque se trabaja con venenos muy fuertes, químicos muy fuertes, que cada cierto tiempo causan tembladera de ojos”.
“Dan guantes, una mascarilla, pero eso sólo es para representar cuando el ministerio llega, porque ya cuando se van nos dicen que con esa mascarilla ya no se puede trabajar, no se aguanta, porque falta el aire”, aseveró.
Según Angélica, otra violación a los derechos humanos en ese contexto es la que toca muy de cerca a las mujeres, debido a las actitudes machistas ofensivas y patriarcales que deben enfrentar en el día a día.
“Yo ahora tengo 45 años y en esa época tendría unos 20, pero siempre es así. Cuando uno entra en un lugar como esos a pedir trabajo, lo primero que le miran a una es el cuerpo y si tiene buen físico, pues ya le dan trabajo a uno. Eso lo pasé yo”, subrayó, sin ocultar el enfado al retrotraerse al pasado.
De acuerdo con la mujer, el administrador de la finca donde ella trabajaba estaba todo el tiempo echándole el ojo y mandándola de un lado a otro, con cualquier pretexto.
“Una tarde me dijo que debía quedarme a trabajar en la bodega, para contar cintas y corbatas. La corbata es una cosa de plástico que tiene bastantes químicos, fuertes, que se les amarra a los racimos de plátanos en el tronco. Él tenía tiempo de casaquearme, porque yo tenía meses de trabajar ahí y yo nunca le daba nada. De hecho, él les decía a otros hombres que yo le gustaba porque nunca le había dado nada”, detalló. Y citó la frase más socorrida por el sujeto: “esa mujer no me ha dado nada, así me gustan a mí las yeguas, ariscas”.
Con esos antecedentes, la tarde en cuestión el hombre le ordenó subirse en una escalera a buscar las llamadas corbatas y cuando ella estaba casi arriba, la sacudió hasta hacerla caer encima de él.
“Él aprovechó para sujetarme, y estaba encima de mí, y yo sólo le decía suélteme, suélteme, pero él no se movía hasta que agarré una cosa que le dicen chuza, que sirve para cortar el racimo de la mata de plátano y tiene filo. Y yo en mi desesperación, porque estaba solita con él en la bodega, agarré la chuza y le dije que si no me dejaba salir le iba a hacer un saco en el cuello como se le hace el racimo para bajarlo”, contó.
“Yo se lo iba a hacer. Si en ese momento ese señor hubiera seguido tocándome, manoseándome, yo soy una mujer que sí lo hubiera cortado”, admitió y agregó que frente a su posición rebelde la respuesta del sujeto fue muy simple: “sabes qué, estás despedida y te voy a echar con carta negra”.
Para quienes viven en la zona, una carta negra puede condenar a nunca más encontrar trabajo y si se es mujer, la pena puede ser doble. Mas ello nunca atemorizó a Angélica, quien luego comprobó que el acosador no se atrevió a cumplir con la represalia prometida.
“Ahora eso sigue igual dentro de las fincas. A mi hija le insisto que, al salir a buscar trabajo, se arregle porque lo primero que le van a mirar es su presentación. Sin embargo, le advierto que tenga cuidado, porque cuando esas personas dan trabajo siempre van buscando otra cosa”, añadió.
Madre y abuela, Angélica nunca pierde oportunidad para compartir sus experiencias y ayudar a otras a fortalecerse en medio de un ambiente tan adverso. Porque pese al tiempo transcurrido, y a las leyes aprobadas en favor de las féminas, “la mujer aquí en Nueva Concepción sea por las fincas, o por sus esposos, siguen siendo marginas y violadas en sus derechos”.
“Aquí no hay jueces que vayan a favor de las mujeres, aquí no tenemos justicia”, denunció la entrevistada e hizo notar que ahora son muy pocas las mujeres que trabajan dentro de las fincas, debido a que apenas les dan trabajo. “Y cuando lo hacen es apenas por unos meses, porque creen que la mujer no rinde como un hombre y más bien la agarran como distracción para ver qué aprovechan de ellas y luego injustificadamente las despiden”, aseguró.
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