"Los pobres, cuando sienten que alguien les infunde esperanza, hacen lo demás y por eso lo acusan de haber motivado la revolución y desencadenado la lucha armada (1981-1992)", expresó Sánchez durante una visita a La Habana, con motivo del homenaje que tuvo lugar aquí a ese exponente de la Teología de la Liberación.
A juicio del otrora responsable de Caritas y de la cuestión social del Obispado salvadoreño, sencillamente eso sucedió porque Romero le dio esperanza al pueblo y este recurrió a lo que tenía que hacer para alcanzar sus sueños: la insurrección popular.
Otro aporte del más universal de los salvadoreños es haber desencadenado la palabra dentro de la jerarquía católica y comprendido la situación social a partir del análisis de la obra de los grandes teólogos católicos.
Inferimos que una de las principales enseñanzas extraídas de esas lecturas fue la distinción entre la violencia del agresor y la que usa en su defensa quien es agredido, opinó Sánchez. "No es lo mismo la violencia de los millonarios y del capital, que la del pobre, del obrero, del asalariado, nos enseñó monseñor y la conclusión nuestra es que defenderse no es violencia, es ejercer un derecho por la vida", definió.
En opinión del entrevistado, así como Romero desencadenó la palabra, el gobernante electo de El Salvador, Salvador Sánchez Cerén, tiene la oportunidad de sacar de detrás de las puertas todos los conceptos que están prisioneros en un sistema distinguido por reportar infelicidad.
Sánchez Cerén puede impulsar un cambio porque tiene voluntad política y eso es necesario, afirmó y manifestó su confianza en que también obre en favor de restituir derechos a las féminas. "En El Salvador tenemos un sistema económico, jurídico, estructurado, machista, donde la mujer no tiene todavía los espacios útiles y necesarios, pero creo que el presidente electo tiene una visión universal", reflexionó.
Visión universal y voluntad política forman la unión necesaria para que este gobierno del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) avance en sus proyectos, pese a la amenaza de un imperio decadente y por ello, más peligroso, dispuesto a todo y que no está acostumbrado a perder.
"Una frase muy campesina y muy popular salvadoreña ilustra lo anterior: el que está muriendo pega patadas más fuertes que el que está naciendo", citó, en alusión a la política guerrerista de Estados Unidos.
Detalló ejemplos puntuales de la agresividad del imperio norteño en buena parte del mundo, más comentó con satisfacción que en América Latina "está naciendo algo bien esperanzador con toda la fuerza de la historia, de la razón y de la verdad".
Eso también es el nuevo gobierno de El Salvador, que ha logrado ganar. Ha ganado el débil al fuerte, aunque sea con estrecho margen, pero lo ha logrado y eso quiere decir que es una inmensa victoria, remarcó. "No se puede medir la victoria del débil en la dimensión de la victoria del fuerte que tiene todo para ganar, frente al que no tiene nada", acotó.
"La Alianza Republicana Nacionalista llegó cerca de nosotros porque compró, chantajeó, pero el voto del FLMN es un voto consolidado, seguro, por oposición al de la derecha que es comprado, débil y servicial". Atribuyó ese triunfo a la fortaleza, dignidad, decisión, constancia, unión popular y determinación de vencer al engaño, pregonado por los medios de difusión masiva.
Contamos con apenas 0,05 por ciento de medios en favor de la verdad y por eso los periodistas del pueblo tenemos que infundir alegría y esperanza, no sólo empeñarnos en dar noticias, sugirió el también comunicador.
Sánchez, reconocido por su aporte a la lucha revolucionaria en El Salvador, aseguró que cuando el pueblo comienza a caminar su propia historia es indetenible, mas llamó a evitar el triunfalismo. "Tener el control del gobierno no quiere decir tener todas las posibilidades de dominio, ni siquiera el poder político, y mucho menos el poder económico, el cual dispone en este tiempo de neoliberalistas", advirtió.
"Vamos a tener muchas dificultades, pero también hay un pueblo dispuesto a dar la batalla", declaró y admitió que uno de los retos fundamentales gira en torno a la seguridad ciudadana, por el manejo que hace el gran capital en asociación con los centros del capitalismo universal.
Denunció que "ahora el imperio ha inventado los golpes de Estado de bajo nivel o intensidad, y es tan contradictorio y cínico, que empezó hablando de las primaveras árabes para luego hablar de grandes tempestades, bombardeos y de guerras madres".
En América Latina, en particular, están inventando insurrecciones a las cuales quieren llamar revoluciones, algo que nunca podrá hacer la derecha, que lo más que puede generar es regresión, consideró.
Enumeró otros desafíos como el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos, firmado por gobiernos anteriores, y las asociaciones público-privadas dirigidas a robarle todo a los salvadoreños.
Igual mencionó la amenaza velada de Estados Unidos, cuyo Secretario de Estado, John Kerry, envió un mensaje al presidente electo instándolo a retomar la negociación de temas pendientes entre ambos países y "continuar las relaciones como tradicionalmente las hemos tenido".
"Pero nada de eso nos inmoviliza y tomaremos todos los riesgos. Sin dudas que no seremos perfectos, pero sí luchadores, y el pueblo hará todo lo posible y confiamos", enfatizó.
"Si ven que no caminamos al ritmo de las esperanzas internacionales, sepan que no hemos perdido la decisión de caminar", demandó el sacerdote, para quien Romero sigue siendo la luz y guía en esta nueva fase de la historia de El Salvador.
De hecho, si tuviera la oportunidad de volver a ver a monseñor, al menos en una visión, cometería la misma equivocación que antes y le diría que hablara más fuerte para alentar a su pueblo, como confesó a esta autora.
Monseñor Oscar Arnulfo Romero: la opción por los pobres
De Raimundo López Medina
Monseñor Oscar Arnulfo Romero saltó casi de golpe a la inmortalidad de los mártires en medio de la violencia atroz de la dictadura militar y la pobreza humillante en El Salvador. Fueron muchos los legados, pero quizás su mejor contribución fue haber sembrado la esperanza.
Fueron dolorosas situaciones que marcaron su existencia y a las cuales se enfrentó con valentía desde el evangelio, al punto de costarle la vida el 24 de marzo de 1980 a causa de una conspiración de los poderosos de la época. Parecía un destino insólito para el jovencito de salud precaria de una humilde familia del oriente del país, que se abocó temprano a su vocación religiosa y ejerció el sacerdocio la mayor parte de su vida casi en el anonimato.
Algunos de sus biógrafos lo recuerdan como un hombre tímido, de ideas conservadoras, opiniones que contrastan más aún con su venerada figura de profeta defensor de los pobres y perseguidos.La profundidad y valentía del legado atesorado en sus homilías y su actuar, cuando la muerte le rondada a diario, explica que los pobres y gente buena de El Salvador y otras naciones del continente le otorgaran la condición de San Romero de América.
Oscar Arnulfo nació el 15 de agosto de 1917 en Ciudad Barrios, a unos 160 kilómetros al este de la capital, en el departamento de San Miguel. Fue el segundo de ocho hermanos de una familia formada por Santos Romero, un telegrafista y empleado de correos, y Guadalupe Galdámez.
Recordado como un niño de salud frágil, desde que se asomó a la adolescencia confirmó su vocación y a los 13 años, en 1930, ingresó al seminario menor de su ciudad natal.
Siete años después continuó sus estudios de teología en el principal centro del país, el Seminario San José de la Montaña, de San Salvador, donde su aplicación le abrió el camino para ingresar en 1937 en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma. El 4 de abril de 1942, cuando contaba 24 años, fue ordenado sacerdote en el Vaticano.
Al año siguiente regresó a El Salvador y fue nombrado párroco de la ciudad de Anamorós, a unos 200 kilómetros al oriente de la capital, en el departamento de La Unión. Tiempo después fue destinado a la iglesia de San Miguel, la capital del departamento homónimo, 140 kilómetros al este de San Salvador, donde ejerció su sacerdocio durante 20 años.
Su acercamiento a la jerarquía eclesiástica de la capital comenzó en 1968, cuando fue designado secretario de la Conferencia Episcopal, y el 21 de abril de 1970 se convirtió en una figura de rango nacional al ser nombrado por el papa Juan Pablo VI Obispo Auxiliar de San Salvador. El 15 de octubre de 1974 fue designado obispo de la diócesis de la ciudad de Santiago de María, a 115 kilómetros al sureste de la capital, en el oriental departamento de Usulután.
Finalmente, su carrera religiosa llegó a la cúspide el 3 de febrero de 1977, cuando el papa Juan Pablo VI lo nombró Arzobispo de San Salvador, en un momento crítico de la dramática historia de su nación.
Según los relatos recogidos para este artículo, algunos sacerdotes y personalidades vinculadas a la iglesia entendieron la elección como favorable a los grupos conservadores opuestos a los sectores de la iglesia que defendían la opción preferencial por los pobres. La vida demostró que estaban radicalmente equivocados.
Monseñor Romero asumió en una ceremonia sencilla, mientras el país era sacudido por denuncias de un escandaloso fraude electoral que entronizó al general Carlos Humberto Romero como presidente, para dar continuidad a una dictadura militar que comenzó en 1930.
Una protesta en el parque Libertad de la capital fue brutalmente reprimida por las fuerzas armadas el 28 de febrero de 1977, con saldo de decenas de muertos y desaparecidos y un cerco de varios días a una iglesia donde se refugiaron sobrevivientes.
Monseñor Romero sufrió otro duro golpe cuando el padre jesuita Rutilio Grande, uno de sus amigos más cercanos, fue asesinado en la localidad de Aguilares, al norte de la capital, donde organizaba a los campesinos y comunidades eclesiales de base.
Su prédica contra la represión creció desde entonces y un día antes de su asesinato, en la homilía del domingo 23 de marzo de 1980, pidió en nombre de Dios al ejército que la cesara. Ya entonces era blanco de una campaña de ataques por los sectores de la derecha, y de frecuentes amenazas de muerte.
Su opción preferencial por los pobres fue otro motivo de encono de los grupos dominantes. "La misión de la iglesia es reivindicar a los pobres, así la iglesia encuentra su salvación", escribió en una de sus más aplaudidas frases en la homilía del 17 de noviembre de 1977, 10 meses después de su nombramiento.
El 24 de marzo de 1980, un francotirador destruyó el corazón de monseñor Romero de un certero disparo mientras oficiaba misa en la capilla del hospital de la Divina Providencia, cerca del centro de la capital. Antes, de manera profética, había proclamado: "Si me matan, resucitaré en el pueblo salvadoreño".