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La sombra del suicidio en Costa Rica

La sombra del suicidio en Costa Rica

La proclividad al suicidio es motivo de alarma para algunos sectores en Costa Rica, donde resulta imposible esconder la incidencia de ese fenómeno, que no distingue edad, niveles económicos ni posición social.

El agravamiento de la problemática es tal que la Caja Costarricense del Seguro Social (CCSS), máxima aseguradora de servicios públicos de salud en este país, decidió contemplar por primera vez en un estudio la cantidad de pacientes atendidos en los centros asistenciales estatales por autoprovocarse algún daño.
De acuerdo con la investigación, realizada por la Unidad de Vigilancia Epidemiológica de la CCSS, de 10 mil 635 casos de violencia reportados en esas instituciones el año pasado, el ocho por ciento correspondió a daños autoinfligidos o intentos de suicidio.
Es decir, que sólo en el sistema público de salud las historias atendidas, de víctimas devenidas en sus propios victimarios, sumaron 812 durante 2013, lo que representa una tasa de 17,2 por cada 100 mil habitantes, en un país cuya población apenas rebasa los cuatro millones de personas.
Muchos de esos pacientes llegaron a los hospitales y clínicas por intentos de suicidio, pero otros solo querían hacerse daño sin morir.
El 33 por ciento de quienes se agredieron optaron por las sobredosis de medicamentos o drogas, 18 por ciento ingirieron plaguicidas, siete por ciento usó armas blancas (punzo-cortantes) y siete por ciento intentó ahorcarse o estrangularse.
La muestra reflejó que este tipo de situaciones se dio con más frecuencia en mujeres (58 por ciento) y jóvenes de 10 a 39 años de edad, aunque entre quienes oscilan de 10 a 19 años de edad las agresiones rondaron 24,5 por cada 100 mil habitantes.
En cuanto a la localización territorial de la problemática, las provincias con mayor incidencia son San José y Cartago, ambas en la central Gran Área Metropolitana, la región más urbanizada, poblada y económicamente activa de Costa Rica.
Según la especialista Leandra Abarca, encargada de la investigación, esos datos prueban que tal fenómeno social viene en aumento y que cada vez es más frecuente que los suicidas admitan su condición.
"Por mucho tiempo este tipo de lesiones no se reportaba, pero, si revisamos los últimos datos de 2011 y 2012, solo el dos por ciento de las lesiones se declaraban como autoinfligidas", declaró la doctora, citada por el diario La Nación, en su edición del 27 de abril último.
"Esto no solo quiere decir que va en aumento; también puede significar que ahora somos más propensos a admitir esta condición", subrayó, citada por la publicación en su versión digital.
Para el sociólogo costarricense Domingo Abarca, de la Red Mundial de Suicidología y con varios textos científicos sobre el tema, en Costa Rica resulta imposible esconder por más tiempo el fenómeno social del suicidio, por cuanto quiérase o no, forma parte de la vida cotidiana.
Aunque la problemática no distingue, añade, se sabe que son los adolescentes y adultos jóvenes los más vulnerables.
Registros del Poder Judicial refieren que sólo durante la primera década de este siglo, tres mil 445 personas pusieron fin a su vida, a un promedio de 344,5 por año.
Apenas entre 2000 y 2006 el número de fallecidos por esa causa osciló de 263 a 336, de manera respectiva, y lo peor es que ello continuó ascendiendo con posterioridad, como vaticinó el diputado del Partido Acción Ciudadana (PAC), Víctor Hernández.
La gravedad de la situación abarca a los menores de edad, 14 de los cuales acabaron con sus vidas en 2009, ocho en 2010, 24 en 2011 y 22 en 2012, añaden los informes de la Sección de Estadística del Poder Judicial.
"No obstante, estas cifras podrían ser mayores debido a hechos que se catalogan como accidentes, cuando pudieron ser suicidios", opinó Hernández, impulsor de la reforma a la Ley Orgánica del Ministerio de Salud, para crear la Secretaría Técnica de Salud Mental.
Esa dependencia, cuya conformación quedó aprobada en febrero de 2014, debe articular, a nivel técnico y político, las acciones orientadas a promover la salud mental, en cuanto a la adicción a drogas legales e ilegales, tendencias de suicidio, el matonismo escolar y el acoso laboral.
Este es un paso de avance en la batalla por tomar en cuenta estos temas al formular estrategias desde el Estado, la cual desde 2009 motivó la introducción de un proyecto en el Parlamento unicameral destinado a crear un Instituto Nacional de Prevención de Suicidios.
Tales planes chocaron hasta ahora con la resistencia de autoridades sanitarias y de otro tipo en Costa Rica, para quienes el suicidio es un simple problema de salud más que un fenómeno social digno de observar desde la multiplicidad de factores que inciden en su ascenso.
"El que se mata no es un loco, un enfermo, un demonio o un pecador, es una víctima de la violencia social, y el tabú en torno a ello sólo será superado cuando se estudie e investigue desde perspectivas diferentes al fenómeno, que impacta a toda la sociedad", defiende Hernández.
Científicos coinciden en que el autoritarismo predominante en la mayoría de las familias, en las que debe respetarse a una persona -sea hombre o mujer- por el simple hecho de ser adulto, subsiste en base a fórmulas muy similares a las aplicadas en el ámbito militar.
La incidencia de esa carga ideológica en la cultura contemporánea resulta incalculable, aunque sobran los ejemplos de la ineficacia de ese esquema expandido hace casi cuatro siglos para resolver los problemas de la supervivencia, el desarrollo y el bienestar de las personas.

Lejos de garantizar la felicidad, este modelo de matriz noratlántica u occidental viabilizó la implantación de una estructura económica y política de dependencia de unos respecto a otros y sentó las pautas para la degradación de la condición humana.
De modo particular en las últimas décadas, el deterioro económico redundó en el reforzamiento del carácter coercitivo-policial de los Estados, el uso de la violencia para solucionar conflictos, y el descrédito de referentes simbólicos que sustentaban la identidad individual y colectiva.
Los medios de comunicación masiva jugaron un significativo papel en ello, a partir del manejo de poderosas armas: la información, la publicidad y el entretenimiento.
La combinación de estas les permite imponer estilos de vida e intereses, individualismo, consumismo, pérdida de identidad y dependencia en todos los órdenes.
El mensaje discriminador, cada vez más descarnado, enseña que para alcanzar el probable triunfo anunciado vale salir de compras con mayor frecuencia, aclararse el cabello, depilarse el cuerpo y la mente, y someterse a la tiranía de un régimen alimenticio estresante.
Esa coyuntura es el caldo de cultivo en el que proliferan problemáticas sicosociales que conducen al estrangulamiento emocional de miles de seres humanos sin distinción de edad, sexo, origen étnico, posición económica, credo religioso u otros.
Cada año más de un millón de personas en el mundo optan por dar fin a sus vidas y la Organización Mundial de la Salud prevé que para 2020 morirán por esa causa al menos 1,5 millones de seres humanos, lo que supone un suicidio cada 20 segundos.
Pero por cada uno de ellos lo intentarán de 15 a 20 más, y con ello, serán millones los sobrevivientes que deberán superar duelos por la pérdida de seres queridos.

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