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Adiós para siempre...Alaska

Adiós para siempre...Alaska

Aún es difícil graficar los paradójicos sentimientos que embargaron a buena parte de habaneras y habaneros de todas las generaciones al avistar la demolición del Alaska, ese cansado edificio que batalló por mantenerse en el centro de La Rampa y desapareció -bajo una sinfonía de buldózeres, camiones y tractores insensibles- hace una década.

Antes de su demolición el desamparo colmó por muchos años a la singular muestra de la arquitectura capitalina de mediados del veinte, cuya visión diaria tenía el poder de incentivar la desesperanza entre los transeúntes habituales por esa zona.

Desde edificaciones cercanas era normal sorprenderse intentando desentrañar el misterio escondido tras la decadencia de las paredes quebradas del Alaska, borrado de un soplo y sin vuelta de hojas del panorama urbanístico de esta capital caribeña.

Tal vez hasta muchos llegaba el SOS de la vetusta edificación, situada a sólo unos pasos de importantes instituciones que asistieron sin mover un dedo al deterioro progresivo del abuelo del Vedado, cuyo desmantelamiento ocurrió por orden de un alguien de rostro confuso y sigue sumergido en el más aplastante silencio.

Esa mañana sillas, mesas y muebles rotos, zapatos viejos, telas raídas y sucias, fueron amontonados con desparpajo en espera de los recolectores de basuras mientras sus antiguos dueños cargaban con el dolor del desarraigo, apabullados por la urgencia impuesta por la presencia policial.

Todavía resulta difícil sustraerse de la tragedia de los del lugar, quienes despertaron la sensibilidad de los transeúntes, alarmados por el repiqueteo de los martillos mecánicos y mandarrias manejados en función de completar el desastre impulsado décadas antes por similares herramientas al crear los cimientos del ahora glorioso Pabellón Cuba.

¿Qué fue de los que ayer vivían en el Alaska? ¿Dónde quedó el recuento de lo acontecido entonces y sus causas?

Con este hecho, silenciado hasta ahora por la televisión y los medios impresos en Cuba, se selló otro capítulo de lo que ahora el gobierno dice estar empeñado en revertir para saldar una vieja deuda con quienes insisten en la necesidad de acabar con la aplastante ceguera-sordera informativa de lo que sucede en el entorno nacional.

“Lo que un día fue no será....”, recupero la tonada mientras sobrevivo al castigo devastador del Sol, empeñado en fustigar a los autos aparcados en el nuevo estacionamiento plantado sobre de los cimientos del Alaska, para servir a los funcionarios de la dirección del Comité Provincial del Partido Comunista de Cuba.

Frente a ese panorama lo que fuera inquietud constituye certeza a una década de borrado el emblemático edificio de 23 y M: la esperanza de la reconstrucción posible desapareció con las hojas desprendidas de unos cuantos almanaques.

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