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Estado laico cubano bajo el signo de la Revolución

Estado laico cubano bajo el signo de la Revolución

El divorcio jurídico entre la Iglesia Católica y el Estado era un hecho al llegar al poder el gobierno encabezado por Fidel Castro, en enero de 1959, como resultado de la combinación de la lucha guerrillera, en las montañas de la Sierra Maestra, y el movimiento clandestino, en las ciudades.

La Asamblea Constituyente de 1901, celebrada bajo la égida de los interventores estadounidenses, había legitimado la separación de ambos poderes[1] y cuatro décadas después, los convocados a reformar la ley fundamental de la República refrendaron el destierro de todo signo de religiosidad de la enseñanza pública e, incluso, la sujeción de la enseñanza privada a la inspección gubernamental.

   La Constitución de 1940, aunque preservó en su presentación la invocación a Dios, validó a su vez las uniones consensuales, estables y singulares; la disolución matrimonial y el reconocimiento de los hijos naturales sin necesidad de considerar el tipo de filiación de los progenitores. También estableció que las asignaturas de Historia, Literatura y Geografía cubanas, Cívica y Constitución, tendrían que ser impartidas por maestros nacidos en el país “porque toda enseñanza pública o privada estará inspirada por un espíritu de cubanidad y solidaridad humana”[2].

   Esto atentó contra la incidencia de la Iglesia Católica, cuyas órdenes dedicadas a la enseñanza estaban compuestas mayoritariamente por extranjeros, sobre todo de origen español, gran parte de los cuales habían escapado de la oleada anticlerical desatada por los republicanos en el territorio ibérico en la década del treinta[3].

   Lo único que pudo haber contentado a los jerarcas católicos con la constituyente de 1940 fue la inclusión en la Carta Magna de varias propuestas de soluciones viables para atenuar al máximo la disyuntiva entre el trabajo y el capital, algo que ellos habían alentado y dio como resultado un articulado plagado de justicia y equidad social, con lo cual el documento se convirtió en uno de los más avanzados de su tiempo en América Latina y el Caribe.

   En correspondencia con estas disposiciones, los gobiernos de la primera República (1902-1959) evitaron financiar de forma directa las obras de corte religioso, mantuvieron la supresión de la oración en las escuelas públicas, y la exclusión de las religiosas del trabajo en hospitales y centros asistenciales del Estado, entre otras. No obstante, quienes se han acercado a esta problemática coinciden en que muchas veces, eran las esposas de los gobernantes las que asumían el papel de intermediarias con la institución eclesiástica y entregaban valiosas dádivas a los jerarcas católicos, para conservar el respeto de cierta élite por su supuesta devoción y alimentar el concordato entre sus esposos y estos.[4]

   Más, la acogida recibida por los “barbudos” durante su recorrido hasta la capital y el respaldo popular demostrado en los momentos iniciáticos a las disposiciones radicales adoptadas por el Gobierno Revolucionario, evidenciaron que tal suerte podía cambiar.

   Los nuevos gobernantes fueron recibidos como dioses por las grandes masas, cansadas de la inequidad y criminalidad reforzadas por la vencida dictadura de Fulgencio Batista, y su accionar posterior contribuyó a alimentar el mito, gestado desde los días de la Sierra Maestra.

v      Sacralización del Estado en la década de los sueños

   En la década de los sueños comenzó a echar raíces la sacralización del Estado en Cuba. El carisma de Fidel Castro, la aceptación de la verdad implícita en su discurso como la única digna de ser seguida, la adoración a quienes fueron elevados progresivamente como héroes de la patria y el incentivo, consciente o inconsciente, a la adoración a determinados símbolos alusivos a la nacionalidad o a la gesta revolucionaria, conformaron una suerte de religiosidad difusa con un alto componente político.

   Las alianzas externas establecidas, para contrarrestar la amenaza que suponía la política agresiva de Estados Unidos, y el rechazo a las posturas contestarías adoptadas por la jerarquía católica frente a ello, impulsaron el arraigo de una ideología marcada por un ateísmo sovietizado supuestamente científico que arrinconó a Dios y a la Iglesia.

   Más, en la misma medida que la revolución socialista atacó la religión tradicional por constituir “el opio de los pueblos”, se agenció sus códigos y elaboró otra a partir de la mezcla de distintas creencias con mensajes atrayentes sobre la igualdad, el humanismo, la libertad de derechos y la inevitabilidad de la lucha de clases.

   Los comunistas, como los cristianos militantes, consideran la justicia, la igualdad, la libertad, la dignidad, y la plenitud humana valores trascendentes, por los cuales tiene sentido luchar e incluso sacrificarse, en aras de recuperar una naturaleza socialmente enajenada por una civilización opresiva. Ambos, independientemente de sus diferencias de criterios con respecto a la existencia de un ser supraterrenal, están dispuestos a sujetar su libertad individual, sus deseos e intereses personales a una autodisciplina voluntaria, en pos de una causa superior, a la que son capaces de entregar sus vida. En esa lucha por la que han optado, cuya meta final quizás no vean, también ellos conocen una experiencia emancipatoria: haber superado la enajenación profundamente incrustada en sus espíritus, la del egoísmo, que prioriza sus intereses sobre los del prójimo.

   El paradigma comunista y el cristiano son paralelos, en términos estrictamente éticos, y la Revolución Cubana obró como experiencia histórica concreta en la cual se expresó esta relación y confirmó que la misma no se reduce a valores y prácticas comparables.

v      Conversión ¿religiosa? bajo la impronta revolucionaria

   Pocos habían escapado del regocijo general por el triunfo de los rebeldes en 1959. El respaldo a las medidas de carácter socioeconómico, adoptadas desde los primeros momentos, fue la respuesta casi unánime de casi el 95 por ciento de la población, en la cual se incluían mujeres y hombres que reconocían la existencia de Dios.[5]

   El pueblo cubano era mayoritariamente creyente, pero su catolicismo era cuestionable si partimos de la asimilación ad intra, de la dedicación y la exteriorización de lo católico en la vida diaria. Ser católicos, para algunos no era más que jugar a una suerte de moda que suponía refinamiento e hidalguía; para otros era el refugio a un triste status económico, a sus problemas familiares o sencillamente, el modo de seguir la tradición.

   Esto explica en cierta medida porqué, ante el reto que supuso la Revolución, gran parte de los que se quedaron en el país se alejaron progresivamente de la iglesia y se sumergieron en las faenas del período de transformación socioeconómica y política que se abría. En tanto otro grupo, más consecuente con su fe, defendió sus convicciones religiosas a pesar de los contratiempos y en muchos casos, tampoco se apartó de la construcción de un modelo más justo de sociedad.

   ¿Por qué la mayoría de los creyentes pasaron a las filas revolucionarias?

   Sólo auténticos deseos de cambios -al estilo de los preconizados por el apóstol de la independencia José Martí- guiaron a muchas y muchos de los que asumieron como suya la utopía patriótica propuesta por los líderes revolucionarios en la Cuba de los años sesenta. Esta renovó la idea de una especie de tierra prometida, en la que prevalecería un auténtico humanismo. Mujeres y hombres de todos los estratos sociales, credos, razas, niveles culturales, e ideologías, sucumbieron ante tal imagen.

   Los incorporados a la esfera pública en esos años respondieron más al impulso del espíritu que al apego a una doctrina, filosofía, teoría científica o cosa por el estilo, considera el politólogo y director de la revista científica Temas, Rafael Hernández.

   En opinión de este testigo de la época, resulta cuestionable la compatibilidad entonces entre los discursos políticos y las enseñanzas del Evangelio católico. Los únicos bienaventurados con la epopeya serían los pobres, para los que se construiría el reino de los cielos en la tierra. A los ricos, les tocaría pagar las cuentas y de antemano, tendrían vetada su entrada al paraíso que pretendía erigirse. La renuncia a cualquier bien material y el seguimiento a los proponentes de las transformaciones, podía ser premiado con cuotas de credibilidad no despreciables.

   La fusión entre lo católico y lo político contaba, a su vez, con un soporte apreciado por cubanas y cubanos de todas las tendencias, el ideario martiano, plagado de invocaciones a la necesidad de hacer causa común con los pobres y en la creación y defensa de la patria.

   Como era previsible, la mezcla despertó la sensibilidad colectiva e indujo hasta a los más acomodados a renunciar a cualquier beneficio heredado para lanzarse a la aventura de vivir la libertad que suponía ir de un lugar a otro del territorio alfabetizando, en jornadas productivas agrícolas, construyendo casas, escuelas y hospitales, o en preparaciones militares y de otros tipos.

   Los aires que soplaban en esos tiempos hacían de resoluciones y decretos un ejercicio innecesario. Las amplias masas a secundaban cualquier propuesta en el supuesto beneficio de la sociedad con sólo ser compulsadas desde la tribuna o en su fábrica. El privilegio de los artífices del proyecto, si es que había un programa definido en el período, es haber contado con un credo cívico generalizado que convirtió en fieles a los menos favorecidos por los gobiernos anteriores.

   En consecuencia, la Revolución devino nueva fe secular, que subsumió valores adquiridos y transmutó símbolos incluso de la educación religiosa. El folleto marxista y el rosario eran parte de la indumentaria y también, de una similar vocación y compromiso.

v      Confesionalidad versus laicismo

   Cuando más parecía posible el ejercicio pleno de las libertades laicas en Cuba, resurgieron fundamentalismos de diverso cuño y las verdades de algunos fueron impuestas incluso, con cierta dosis de violencia.

   El ejemplo más socorrido, por su impacto social, es el de los envíos masivos de jóvenes a las Unidades Militares de Apoyo a la Producción (UMAP) -creadas para colaborar con el desarrollo agrícola en las poco pobladas provincias centrales del país y a las cuales fueron a dar, con similares estatus, religiosos, desempleados, delincuentes, homosexuales, u otras personas clasificadas como inadaptadas o desafectas a la Revolución.

   Lamentablemente, las UMAP no fueron las únicas muestras de la imposición de la doctrina revolucionaria en detrimento de las libertades individuales. La catalogación de los individuos en ñangara o gusano (revolucionarios o contrarrevolucionarios), compañero o traidor, religiosos o ateos, y hasta hombre o maricón (gay), sirvió de punto de partida para la aceptación o no en un puesto de trabajo, en una escuela, en una organización de masas, o para su ascenso a cualquier puesto de responsabilidad, sin considerar la calidad humana o profesional.

   Los tristes pasajes acumulados durante el “Quinquenio gris”[6] -por lo que supuso para la intelectualidad en el país por la aplicación de semejantes patrones como política en el sector de la cultura- igual derivaron del distanciamiento de los elementos bases del laicismo, entendido como doctrina que defiende la independencia de los seres humanos, la sociedad y el Estado de cualquier tipo de influencia eclesial y religiosa.

   La trasmutación del Estado Laico en uno de carácter confesional, entre 1960 y 1992, aproximadamente, brotó de factores políticos concurrentes y no de la desavenencia entre ambos credos.

   Revolución y religión nunca fueron concepciones contrapuestas en el caso cubano. Más bien pudiera hablarse de una dinámica contradictoria de las relaciones Iglesia Católica –Estado, resultante de la radical conversión del orden socioeconómico y político existentes antes de 1959, de la articulación social de una institución eclesiástica pre-conciliar y sin instrumentos para el reacomodo, y de la prevalencia de un sentimiento anticomunista, sobre todo en la comunidad católica.

   Estos factores cobraron vigencia en correspondencia con el despliegue del diferendo Estados Unidos- Cuba, del cual es imposible sustraerse al evaluar el entorno en el cual se desenvolvieron ambos poderes en las primeras etapas revolucionarias.[7] El apego de los obispos al anticomunismo y sus vínculos con los sectores afectados por las transformaciones, dieron lugar a discursos coincidentes con los emitidos desde Washington y eso avivó la disputa, reflejada de forma especial en la “Guerra de las pastorales”, en 1960.

   La responsabilidad del dilema vivido por muchas personas en medio de la confrontación -entre mantener la fe católica, protestante u otra, o adoptar la de la Revolución- recae por igual sobre los dos polos. Sin embargo, pese a la dicotomía de alineamientos impuesta por el real conflicto Revolución/Contrarrevolución, buena parte de los creyentes que decidieron abrazar la nueva fe revolucionaria lo hicieron sin negarse a si mismos, porque esta incorporaba y subsumía valores adquiridos en la educación cívica y en el compromiso de la fe en la cual se habían formado.

v      Invisibilización del fenómeno religioso

   La sensible reducción de la significación del fenómeno religioso a nivel macrosocial es distintiva de esta primera etapa de la Revolución Cubana, en la cual la cuestión fue prácticamente invisibilizada a tono con la disminución sustancial de las comunidades cristianas[8], de la participación en las actividades de culto, y de las solicitudes de sacramentos y otros servicios religiosos.

   El cambio también se expresó en la contracción de la presencia pública y de posibilidades de divulgación para las instituciones eclesiales -por la intervención de los colegios religiosos y de los medios de comunicación, en consonancia con una perspectiva laica-, y la interrupción de la atención social caritativa por la asunción estatal, prácticamente exclusiva, de esas funciones.

   Es notable el contraste entre lo acontecido en estos años y la primavera vivida por la entidad católica en la década de los cincuenta[9], pero son múltiples factores los que incidieron en ello y resulta poco serio reducir el análisis a la acción estatal, al voluntarismo político ateizante, o a las consecuencias del referido prejuicio social antirreligioso, como insisten algunos.[10]

   Por supuesto que estas variables deben ser consideradas al evaluar la temática, más junto a ellas cabe considerar que el proyecto social que se presentaba contemplaba el fortalecimiento de la acción protectora del Estado y de la propia sociedad. Desde esa óptica, la existencia y reproducción del nuevo modelo social poco o nada precisaba de la participación de organizaciones religiosas, en cuanto tales, en las estructuras de poder político, ni de la legitimación sobre la base del concurso de lo sobrenatural.

   En correspondencia, se acentuó el proceso de secularización iniciado desde el nacimiento de la primera República, al reactivarse la tradición laica del libre pensamiento, del anticlericalismo y de la “ideología mambisa”[11]. El respeto a la Constitución de 1940, expresión de este legado, implicó la defensa del derecho a no tener creencias religiosas, no practicarlas, y en último caso, a escoger con independencia la de preferencia.

   El proyecto social impulsado por el Gobierno Revolucionario concebía el incremento masivo del protagonismo de los diferentes sectores sociales y ofrecía posibilidades concretas de satisfacción de demandas largamente sostenidas. La población comenzaba a palpar soluciones y ello trajo consigo la reducción de la necesidad de protección externa a la sociedad y la presencia de una alternativa laica de satisfacción de expectativas.

   Esto incidió en las formas religiosas más extendidas y en la religiosidad típica, caracterizadas por su utilitarismo marcado y en constante apelo al milagro. La ética religiosa de sistemas más complejos dejaba de ser único paradigma y el bienestar y el ideal de justicia no tenía una sola esperanza escatológica.

   La Iglesia Católica, sin asideros teóricos para comprender el papel al que la reducía la Revolución, enfrentó el reto de reacomodarse a la situación en que quedó ubicada ante el poder político y a la pérdida del hegemonismo disfrutado en la década anterior al triunfo de esta.

1.2-Reanimación religiosa a finales del siglo XX

   Cuba experimentó una reanimación de la espiritualidad religiosa, de la actividad eclesiástica y del culto en general, hacia los años noventa del siglo XX, por oposición a las dos décadas precedentes de repliegue frente al predominio ideológico del ateísmo.[12]

   Datos ofrecidos por la jerarquía católica en 1986 y encuestadas practicadas por el Departamento de Estudios Sociorreligiosos del Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociorreligiosas, en 1988 y 1989, confirmaron que aproximadamente el 85 por ciento de la población experimentaba algún tipo de contacto con lo sobrenatural, los lazos de pertenencia orgánica a religiones estructuradas no pasaban del 16 por ciento, y solo el 15 por ciento de la muestra se revelaba integrada por ateos.[13]

   Más que en el crecimiento numérico, la reanimación pudo palparse en la esfera de la religiosidad popular; en la pertenencia a las religiones o grupos religiosos principales -católicos, protestantes, judaicos y de raíz africana-; en el despliegue pentecostal, y en la avanzada de un movimiento denominacionalista, reducido todavía a las comunidades musulmanas, Bahai, teosóficas y quizás algunos otros – no muchos– sistemas de creencias.

   De igual manera, esta se expresó en la ampliación de los sistemas de comunicación religiosa en un período breve y de modo impresionante, en el cual proliferaron y se regularizaron las revistas diocesanas de los católicos, las Letras del Año (emitidas por las asociaciones o grupos de babalawos o sacerdotes de Ifa), y los boletines de las casas –culto de las denominaciones pentecostales. Igual se incrementaron los estudios antropológicos, etnológicos, sociológicos y de otras disciplinas, y los trabajos de difusión de los resultados científicos de estos.

   La reanimación religiosa de los noventa en Cuba no implicó el incremento significativo de denominaciones de nuevo tipo o “sectas”, como en otras latitudes y es probable que el camino siga cerrado a los fundamentalismos por efecto de la religiosidad popular extendida en el país, sincrética por naturaleza y portadora de una carga considerable de africanía.[14]

   Este movimiento de lo religioso es atribuido con frecuencia a la visita del Papa Juan Pablo II (1998) y a la incidencia de la crisis económica desatada en la última década de la vigésima centuria. No obstante, los datos reflejan que este proceso venía gestándose desde el decenio anterior y en cierta medida puede relacionarse con el que tenía lugar a nivel mundial en el período, a tono con el afianzamiento de la globalización neoliberal.

   Cierto que la primera visita de un príncipe de la Iglesia Católica a Cuba potenció el respaldo a las y los creyentes en el país, promovió una imagen menos prejuiciada de la institución, y aceleró el proceso de ampliación de la capacidad socializadora de las organizaciones religiosas. En cuanto a las representaciones y sentimientos, el hecho también incidió en el ascenso de la religiosidad en general, más no sólo de la catolicidad.

   Sin embargo, como señala el politólogo Aurelio Alonso Tejada, “Cuba es reconocida por su sincretismo desde los tiempos coloniales y en la integralidad de su tradición cultural late, junto a otros componentes, una espiritualidad religiosa”[15].

   Un conflicto coyuntural poco podía contra esa herencia y menos, la imposición de políticas reduccionistas o la sistematización de acciones discriminatorias. El esfuerzo por convertir a la religiosidad en una cuestión del pasado, a partir de una educación atea, no caló en la espiritualidad y en este siglo que avanza, sobran las muestras.

   Más allá de la escuela, están otros dispositivos sociales de reproducción de la fe y estos obraron en el tiempo. Familias y estructuras eclesiásticas permitieron mantener una ligera llama encendida incluso en los peores inviernos.

   La reanimación religiosa de las últimas décadas tiene su base, por encima de todo, en el accionar de esos mecanismos sociales, a cuyo influjo se sumó la contracción de las condiciones de vida -provocada por la aguda caída económica de principios de los años noventa- y el efecto de la rectificación explícita de políticas estatales hacia la religión, en el IV Congreso del Partido Comunista de Cuba (PCC, 1991) y la Reforma Constitucional de 1992.

   El incremento de la incertidumbre con respecto al porvenir de la Revolución, la perdida de la confianza en la capacidad estatal para solucionar los problemas materiales de la población, y la urgencia de buscar alternativas para salir del país o al menos recibir los beneficios de la solidaridad cristiana –expresada en donaciones de comunidades de todo el mundo, que eran distribuidas entre los creyentes por sacerdotes, pastores y otros miembros de las comunidades-, llevaron a muchos a los templos católicos, casas cultos y otros sitios donde se practicaban las religiones institucionalizadas en el país.

   La complejidad del hecho social obliga a superar la concepción de que lo acontecido respondió en buena medida a la crisis, pero es imposible sustraerse del todo de la tendencia. En medio de las carencias extremas, miles de cubanas y cubanos antes reacios a lo religioso, volvieron a invocar a los espíritus, a Dios, a Jehová, a Olofi, a Santa Bárbara, a San Lázaro, Yemayá, y otras deidades del panteón sincrético nacional.

1.3-Constitución y reformas, expresiones de una misma realidad

   Las Tesis y Resoluciones sobre la Religión, la Iglesia y los Creyentes, aprobadas en el I Congreso del PCC (1975), atentaron contra la credibilidad de los dirigentes estatales en relación a su posición frente a lo religioso. Estos habían atacado sistemáticamente toda forma de discriminación que amenazara la unidad e insistieron en no privilegiar credo alguno, más los documentos rectores resultantes de la reunión del ente rector de la sociedad expresaron lo contrario.

   La guerra sin cuartel contra el “oscurantismo religioso”, anunciada en el pleno constitutivo del PCC (1965) y legitimada por los congresos siguientes, marcó la práctica política en las décadas iniciales. En el caso cubano, una decisión partidista de tal envergadura conformaba un patrón a seguir por las restantes estructuras y se tradujo en asedio cuestionable hacia los seguidores de cualquier religión, pero en especial hacia los católicos, por las abiertas posiciones de sus obispos.

   La Constitución de 1976, cuyo anteproyecto fue elaborado por una comisión integrada por 18 hombres y apenas dos mujeres -Aracely Carreaga Hernández e Idalia Romero Lamorut- y sometida luego a referendo, definió que “el PCC, vanguardia organizada marxista-leninista de la clase obrera, es la fuerza dirigente de la sociedad y del Estado, que organiza y orienta los esfuerzos comunes hacia los altos fines de la construcción del socialismo y el avance hacia la sociedad comunista”.

   El texto resultó para algunos un calco de la establecida en la URSS, en 1936, porque consagró al carácter ateísta del Estado y a este como elemento central en la formación social.

   La supeditación al modelo soviético incidió a su vez en que las formulaciones acerca de lo religioso quedaran cuando menos en la ambigüedad, posibilitando interpretar la no aceptación de los creyentes en las filas de esa organización política.

v      Recuperación legal del carácter laico del Estado

   El desplome de la URRSS y la adopción de una serie de medidas para salir de la grave crisis económica en la que cayó el país trajeron consigo la disminución de la homogeneidad social en la última década del siglo XX. La readaptación de la Constitución devino imperativo en ese momento histórico, en el cual afloraron vacíos e insuficiencias en su texto, tendientes a coartar las libertades civiles.

   Los participantes en el IV Congreso del PCC polemizaron sobre la cuestión y en base a sus recomendaciones, el gobierno encabezado por Fidel Castro aprobó la Ley de Reforma Constitucional, el 12 de julio de 1992. Metas esenciales del proceso iniciado entonces: reforzar la institucionalidad y hacer más efectiva la democracia en el país.

   Las reformas estaban orientadas al mismo tiempo a potenciar la unidad en un momento de conflictividad social in crescendo, por lo que legitimaron la asunción del precepto martiano “con todos y para el bien de todos”. Pese al sostenimiento del carácter monopartidista del sistema y su carácter respecto al Estado y la sociedad, esta no se definió sólo para los obreros, campesinos, trabajadores manuales e intelectuales.

   El logro más transcendental en esta ocasión fue la inclusión de un artículo en virtud del cual el Estado “reconoce, respeta y garantiza la libertad religiosa” y legitima igual consideración para todas las religiones. Este acápite dejó fuera de la ley cualquier impedimenta al ejercicio del culto, con agravantes si el delito es practicado por un funcionario, con lo cual se desterró cualquier posibilidad de abuso de poder en detrimento de los creyentes y de las instituciones eclesiásticas.

   De la novedad formaron parte la definición del carácter laico del Estado, en base al legado martiano y su combinación con el marxista, y la armonización de intereses entre creyentes y no creyentes en beneficio de la construcción de la sociedad socialista.

   La Unión de Jóvenes Comunista modificó sus objetivos a tono con el aire renovador de la etapa y en el texto constitucional quedó gravado: de organización política selectiva de la juventud, la organización pasó a cantera directa del PCC y a trabajar en la formación de ciudadanos conscientes para proveer su participación en la vida socio -política.

   Los artífices de la reforma pretendían garantizar y ampliar el ejercicio de derechos y libertades fundamentalmente de los ciudadanos cubanos y extranjeros, radicados o de visita en el territorio, y en ese sentido puede decirse que, al menos en el papel, lograron sus propósitos.

   La rectificación explícita de las políticas hacia la religión, en el IV Congreso del PCC y la Reforma Constitucional de 1992, impulsaron el desmoronamiento del aura negativa que cubría a las creencias de fe y a otras formas de expresión de la ciudadanía. Más que un cambio en el orden institucional, político y jurídico, estas significaron la introducción de un cambio de concepción en la manera de mirar lo religioso desde el Estado.

   Este proceso, sin precedentes en la trayectoria de la Revolución, devino renuncia del ateísmo a través del Estado e implicó el rechazo formal a privilegiar la difusión de una concepción materialista del mundo, con tal de contrarrestar las inquietudes de muchas cubanas y cubanos.

   Las expectativas de todo tipo crecieron dentro y fuera del país en esos días y no pocos vaticinaron un giro de 180 grados en el rumbo de la Revolución, ante lo que creyeron un signo de claudicación por parte de sus autoridades históricas. Mientras tanto, otros aseguraban que solo se trataba de una maniobra para crear condiciones con vistas a la visita del Papa, en proceso de negociación para la fecha.

   Lo cierto es que, en gran medida, los cambios constitucionales de 1992 mostraron capacidad de reacomodo del sistema socialista cubano y crearon un clima favorable a la reconfiguración de políticas estatales favorables a minorías invisibilizadas o sumergidas en esa masa compacta llamada pueblo.

1.4-Consideraciones sobre el Estado Laico Cubano en el siglo XXI

   La cuestión del Estado laico es casi desconocida en Cuba o cuando menos, presentada sin matiz religioso. Los principales conductores del sistema político, hombres en casi su totalidad, son reconocidos por su desapego a cualquier creencia de este tipo y en las estructuras concebidas es prácticamente nula la disposición a favorecer el avance de otra fe que no sea la configurada a partir de los preceptos revolucionarios.

   La condición de creyente religioso no es un impedimento para ingresar al partido desde hace casi dos décadas, pero todavía es anormal que la organización política cuente en su membrecía con personas reconocidas como practicantes o al menos, con algún nivel confesado de religiosidad.

   Los asuntos religiosos, a nivel estatal o partidario, siguen atendidos por funcionarios y funcionarias ajenas a las denominaciones radicadas en el país y si bien es cierto que hacen todo el esfuerzo por atender las demandas de estas, queda por ganar en cuanto al recelo hacia sus representantes o las intenciones que albergan con cada una de las actividades que organizan a escala macrosocial.

   El diálogo entre ambos poderes está de moda desde la emisión del documento del ENEC, pero no debe perderse de vista la constante amenaza que representa en el día a día el choque entre los prejuicios heredados y la deslegitimación de la ética religiosa, por efecto de la coyuntura económica.

   Las reformas emprendidas para reactivar la economía expandieron la relación mercantil desde los noventa y atentaron contra los patrones distributivos que minimizaban las desigualdades sociales. Ello se tradujo en el redoblamiento de los lazos de las comunidades religiosas en lo interno y hacia el exterior.

   La expansión de la “teología de la bolsita”, relacionada por algunos pastores con quienes compiten por lograr una mayor caridad de “los de afuera”, y la multiplicación de las iniciaciones precipitadas en la santería, mediadas por el interés económico, obran de manera sutil entre los encargados de conciliar por las dos partes.

   Cuba no escapa del todo al esquema global impuesto y la manipulación del fenómeno religioso con fines políticos está latente. Cada espacio cedido, consiente o inconscientemente, por el Estado es cada vez más propenso a ser utilizado por quienes cuestionan sus políticas en nombre de la fe.

   Esto se refleja sobre todo en las publicaciones diocesanas de la Iglesia Católica, convertidas en espacios para la disidencia del poder político y en suerte de canales para evacuar cualquier nostalgia, resentimiento o inquietud con relación a lo que queda marginado del debate nacional por su silenciamiento o tratamiento limitado en los órganos de prensa estatales.[16]

   Las posturas asumidas por los católicos a través de Palabra Nueva o Vitral, de la arquidiócesis de La Habana y de Pinar del Río, respectivamente, ponen en entre dicho la intención de las estructuras católicas de concretar una real conciliación de intereses con las autoridades gubernamentales y para muchos, surten el efecto de transmisores indirectos de la opinión de los jerarcas de la institución.

   Pero lejos de hacer frente a estas y otras iniciativas contestarías, pareciera que el gobierno encabezado ahora por Raúl Castro tiene la intención de romper con viejos tabúes y progresar en el camino hacia la ruptura de los diferendos.

   Lo que resultaba impensable unas décadas atrás, cobra rango de normalidad con el avance del siglo: cubanas y cubanos de todas las generaciones lo mismo han podido ver por la televisión –estatal en su totalidad- la ceremonia de beatificación de un sacerdote, una misa, un mensaje papal desde el Vaticano, o una celebración en vísperas de la Navidad.

“La imposición de un patrón ateísta desde el Estado lleva a su mínima expresión la libertad religiosa, y eso está fuera de dudas, pero la eliminación de fronteras para la libertad religiosa (como cualquier eliminación de fronteras) puede comprometer al Estado en un confesionalismo tácito (que considero como retroceso) o en un cuadro institucional artificial, desbalanceado y hasta caótico. La carencia de fronteras no es lo ordinario. Creo que nadie se sorprendería ante la afirmación de que el ordenamiento civil tiende a saturarse de manipulación, arbitrariedad y situaciones artificiales en nombre de la libertad”.[17]

   En el caso de un Estado Laico, resulta curioso y hasta cuestionable el privilegio de la publicidad estatal gozada por los católicos en los últimos años. Otras denominaciones o grupos religiosos nunca fueron tan favorecidos en este medio siglo de Revolución. Ni siquiera las Iglesias protestantes, reconocidas por la relación cordial que mantienen con las autoridades gubernamentales, pese a su origen y casas matrices en Estados Unidos.

   El papel desempeñado por el Consejo Nacional de Iglesias ha sido fundamental en el concordato. Esta instancia mediadora estuvo encabezada por pastores vinculados directamente al proceso transformador y en su favor actuó también el estrecho vínculo sostenido con el World Council of Churches, organización ecuménica de cierta orientación izquierdista.

   Sin negar los espacios ganados por representantes claves de esta corriente religiosa en el espectro nacional y de instituciones asociadas a ella, como el Centro Martin Luther King Jr., lo que acontece en materia televisiva con las celebraciones católicas es todo un hito.

   Incluso, ni la Santería o Regla Ocha, disfrutan del placer de la imagen a voz populi de sus ceremonias a través de los órganos de difusión estatales. Los seguidores de esta y otras creencias de origen africano tuvieron que conformarse con ser reconocidos como parte del folklore o de la tradición popular, la llamada “cubanía”. Ello se tradujo, desde la apertura al turismo, en la comercialización de representaciones de sus principales deidades y rituales, como los toques de tambor.

“Lo que centra hoy el debate en Cuba en el área de la relación Estado- Religión (comprendida la relación con las instituciones eclesiásticas) es precisamente la cuestión de arribar a una interpretación del carácter laico del Estado que pueda ser consensuada entre ambas perspectivas, la de la Iglesia y el conjunto de las comunidades religiosas, de un lado, y la del sistema político vigente, del otro. La cuestión no me parece que se resuelva por atenernos a un modelo preestablecido, ni por reproducir lo que en otras latitudes ya ha sido legislado y puesto en práctica. La historia nos muestra diversidad de contenido en las acepciones de lo laico, especialmente en el plano institucional. Reitero que no me estoy refiriendo a un dilema estrictamente teórico, aunque también lo sea, sino a uno eminentemente práctico”.[18]

   El incentivo a la aceptación de lo religioso, esencialmente lo católico, probablemente sea lo que anime los aires revisionistas desde la Iglesia en materia educacional y en cuanto al aborto. Cada vez son más frecuentes, desde sus publicaciones, las alusiones a estas problemáticas y las insistentes sugerencias de cambios en correspondencia con las concepciones añejas de la institución.[19]

   Intervenciones de jerarcas eclesiásticos cubanos permiten establecer de manera similar la visión de la Iglesia sobre el Estado Laico, centrada en la exigencia de respeto al derecho de las comunidades religiosas a “establecer y mantener sus lugares de culto y oración; organizarse de acuerdo con su propia estructura jerárquica e institucional; elegir, nombrar y sustituir libremente su personal según sus necesidades y reglas propias y, si fuera el caso, de conformidad con los acuerdos libremente establecidos entre ellas y el Estado; solicitar y recibir contribuciones voluntarias, financieras u otras; respetar el derecho de cada uno a impartir o recibir una educación religiosa, a título individual o asociándose a otros; respetar, a este propósito, la libertad de los padres de asegurar la educación religiosa de sus hijos en conformidad con sus propias convicciones; facilitar la existencia de establecimientos escolares y universitarios de inspiración religiosa, como expresión de los creyentes al diálogo público y cultural; poder gestionar establecimientos de sanidad y de obras sociales al servicio de todos, como expresión de la contribución de los creyentes a la solidaridad nacional; autorizar a las organizaciones religiosas a producir, importar y difundir publicaciones y objetos religiosos; considerar favorablemente el interés de los cristianos a participar en el diálogo público, incluido el realizado a través de los medios de información”.[20]

   El privilegio de unas religiones sobre otras resulta casi imperceptible, en medio de los continuos discursos unificadores, pero no escapan a un ojo crítico o sensibilizado con los temas de la laicidad. Tampoco la sutil manera de frenar el disfrute del derecho al aborto, conquistado por las cubanas desde 1965.

   Esta práctica es legal hasta la décima semana de embarazo y a partir de ese momento, sólo por razones de salud. Según datos del ministerio de Salud Pública, el país mostraba índices de 20,9 abortos por cada mil mujeres en edad reproductiva y de 52,5 por cada 100 partos, en 2007.

   La profesionalización del sector femenino -65 por ciento de la fuerza laboral activa en el caso cubano- y su papel cada vez más preponderante en sociedad, obligan a repensar el tema de la maternidad y ponen en alerta a los encargados de velar por la salud de cubanas y cubanos.

   Estas y otras variables incidieron en que el uso del aborto como método anticonceptivo se generalizara en el territorio, al punto de trocarse en una de las causas fundamentales de trastornos vaginales, enfermedades ginecológicas de diferentes tipos y esterilidad de las posibles gestantes.

   Si a ello se suma el significativo descenso de la natalidad, que implicará un vacío en la fuerza laboral en sólo una décadas, tendremos las principales agravantes sobre las cuales se erigieron tácticas destinadas a contrarrestar la tendencia.

   Decretos, resoluciones o disposiciones ministeriales o estatales al respecto, si existen, están bien resguardados. Más profesionales del sector concuerdan en que fueron conminados por sus dirigentes administrativos a recrudecer sus posiciones frente a las empeñadas en interrumpir sus embarazos, sobre todo adolescentes, ante la elevada incidencia y la multiplicación de sus efectos negativos.

   Las campañas sanitarias orientadas al uso de anticonceptivos y a la planificación familiar son encaminadas por distintas vías, desde la escuela hasta de forma institucional, pero no basta. Tampoco cuentan de modo definitivo los elevados índices de instrucción alcanzados bajo la égida del Gobierno de la Revolución.

   La problemática, sensible para quienes luchan apenas por alcanzar el derecho a decidir sobre su cuerpo, cobra mayor complejidad en el caso cubano y surte el efecto de espejo donde deben mirarse quienes diseñan métodos de lucha para favorecer a las mujeres en aquellos países donde el aborto está criminalizado. La batalla por alcanzar este objetivo debe incluir, desde sus inicios, la preparación efectiva de las potenciales beneficiadas para apelar con mayor libertad y conciencia, a una práctica que también puede redundar en detrimento de su integridad física y sicológica.

   Otras aristas de la laicidad están en tela de juicio en la Cuba del siglo XXI. La batalla estatal por el respeto a la diversidad sexual apenas gatea, como bebé en vísperas de sus primeros pasos, y sólo se atribuye a personalidades específicas y a una entidad, el Centro Nacional de Educación Sexual (CENESEX), el empuje hacia ese propósito. En el macromundo comienza a evidenciarse una mayor aceptación de las parejas de homosexuales, pero los tabúes priman en los ámbitos administrativos, sobre todo al determinar posibles ocupantes de puestos con determinadas cuotas de poder.

   En su intervención en la Asamblea Nacional del Poder Popular, en diciembre de 2009, el presidente de la República admitió que todavía falta mucho para concretar la soñada igualdad entre mujeres y hombres. Desde su designación, Raúl Castro, reforzó la presencia de féminas en las instancias centrales de gobierno y conminó más de una vez a potenciar el nombramiento de estas a cargos de dirección en todos los sectores, en correspondencia con su profesionalidad.

   La cuestión racial terminó en medio de la polémica en este año, en el cual multiplicaron su accionar suerte de asociaciones o partidos independientes sin reconocimiento gubernamental: Color Cubano y la Cofradía de la Negritud. Los argumentos esgrimidos por los miembros de estas agrupaciones rondan la frustración con una presumible marginación de los puestos de importancia política, administrativa, o en los canales televisivos. Destacados científicos sociales, representantes de las artes escénicas, plásticas, de la literatura o la cultura en general, aportan sus opiniones a los debates en estos y espacios, en los que predomina la concepción de que el prejuicio racial subsiste a pesar del camino recorrido y de las políticas implementadas para contrarrestarlo, por la Revolución.

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Bibliografía

ü       Constitución de la República de Cuba (1940). La Gaceta de Cuba, La Habana, 8 de julio de 1940

ü       Soto Mayedo, Isabel. (2005). Revolución: un reto al imaginario católico en Cuba. Red Iberoamericana de Libertades Laicas, Programa Interdisciplinario de Estudios sobre las Religiones, El Colegio Mexiquense, A.C., México, 2005. Disponible en:

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ü       Soto Mayedo, Isabel. (2000). Relaciones Iglesia Católica Estado en Cuba (1959-1961). Tesis en opción al grado de Máster en Historia de América Latina, el Caribe y Cuba. Departamento de Historia, Universidad de La Habana, 2000. (Copia digital)

ü       Ibarra Cuesta, Jorge. (1967):"La ideología mambisa. Editorial Cocuyo, Instituto Cubano del Libro, La Habana, 1967

ü       Alonso Tejada, Aurelio. (2001) La espiritualidad religiosa en Cuba hoy. Presentación en la conferencia sobre Las relaciones entre la Iglesia y el Estado en Cuba a tres años de la visita del Papa Juan Pablo II, organizada por Washington Office on Latin America (WOLA), en American University, Washington, D.C., el 14 de mayo del 2001. Disponible en:

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ü    Encuentro Nacional Eclesial Cubano. (1986) Documento Final e instrucción pastoral de los obispos. Tipografía Don Bosco, Italia, 1987.

ü    Soto Mayedo, Isabel y Trujillo Lemes, Maximiliano. (2009) Palabra Nueva ¿otra dimensión para mirar a Cuba? Ponencia presentada al II Seminario Internacional del Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociorreligiosas (CIPS). La Habana, noviembre de 2009.

ü    Alonso Tejada, Aurelio. Relaciones entre la Iglesia Católica y el Estado al final del milenio. Disponible en:

http://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/ar/libros/cuba/cips/caudales05/Caudales/ARTICULOS/ArticulosPDF/15A084.pdf  

ü       Márquez, Orlando. (2008) ¿Es posible la colaboración Iglesia- Estado en Cuba? Palabra Nueva. Nro. 180, Año XVII. La Habana, diciembre del 2008

ü       Rico Hernández, Yarelis: Ni crecemos ni nos multiplicamos. Palabra Nueva, Nro. 178 Año XVI. La Habana, Octubre del 2008

[1] “Es libre la profesión de todas las religiones, así como el ejercicio de todos los cultos, sin otra limitación que el respeto a la moral cristiana y al orden público…La Iglesia estará separada del Estado, el cual no podrá subvencionar, en caso alguno, ningún culto” (Constitución de 1901) 

[2] Este fragmento pertenece al Artículo 51 de la Constitución de 1940, que respondió a la polémica prevaleciente en la época alrededor de la mayoritaria presencia de religiosos oriundos de la otrora metrópoli española en el campo de la enseñanza en el país y al interés de veteranos de la guerra de evitar toda influencia de los mismos en la formación de las generaciones más jóvenes. Constitución de la República de Cuba (1940). La Gaceta de Cuba, La Habana, 8 de julio de 1940

[3] Soto Mayedo, Isabel. Revolución: un reto al imaginario católico en Cuba. Red Latinoamericana de Libertades Laicas, Programa Interdisciplinario de Estudios sobre las Religiones, El Colegio Mexiquense, A.C., México, 2005. En: www.libertadeslaicas.org.mx/pdfS/religios/08010644.pdf

[4]Soto Mayedo, Isabel. (2000). Relaciones Iglesia Católica Estado en Cuba (1959-1961). Tesis en opción al grado de Máster en Historia de América Latina, el Caribe y Cuba. Capítulo I Un recorrido ineludible: la Iglesia Católica en la Cuba Republicana. Pp. 38-39 Universidad de La Habana, 2000. (pendiente de publicación)

[5] Según la Encuesta Nacional sobre el Sentimiento Religioso del Pueblo de Cuba, realizada en 1954, reflejó que de los seis millones de habitantes que tenía el país entonces, el 96,5 por ciento aceptaba la existencia de Dios, pero alrededor del 76 por ciento aceptó ser no practicantes sistemáticos y del 24 por ciento de los que proclamaron ser practicantes, sólo el 11 por ciento recibía los sacramentos con asiduidad, lo que equivalía a un reducido 2 por ciento.

[6]La autoría del apelativo es atribuida al intelectual Ambrosio Fornet, testigo del período en que prevaleció la concepción discriminatoria en el sector de la cultura y conllevó a la marginación de valiosos exponentes de las letras y otras manifestaciones artísticas en el país.

[7]Soto Mayedo, Isabel. (2000) Revolución: un reto al imaginario católico en Cuba…ibídem.

[8]Ello resultó en gran medida de la crisis vocacional prolongada, pero en particular, del éxodo masivo del clero y del pastorado, nacional y extranjero, y de las membrecías regulares, como consecuencia del proceso de transformaciones sociales en avance.

[9] Soto Mayedo, Isabel. (2000). Relaciones Iglesia Católica Estado en Cuba (1959-1961). Tesis en opción al grado de Máster en Historia de América Latina, el Caribe y Cuba. Capítulo II Años cincuenta: ¿Iglesia versus insurrección? Universidad de La Habana, 2000. (pendiente de publicación)

[10]La cuestión Iglesia- Estado en Cuba, en la etapa de la Revolución, es un tema harto politizado. Este constituye una laguna historiográfica en el país y los escasos trabajos realizados siempre tienden a cargar de un solo lado las culpas, burlando con ello la soñada objetividad científica. La multiplicidad de análisis acerca de la temática hace la diferencia en el exterior, pero igual, estos adolecen del equilibrio necesario. A partir de los noventa, comenzó a revertirse la tendencia, sobre todo al interior, y se evidencia cierto destape del interés en ahondar en la cuestión.

[11]Ibarra Cuesta, Jorge. (1967):"La ideología mambisa, Editorial Cocuyo, Instituto Cubano del Libro, La Habana, 1967

[12]Alonso Tejada, Aurelio. (2001) La espiritualidad religiosa en Cuba hoy. Presentación en la conferencia sobre Las relaciones entre la Iglesia y el Estado en Cuba a tres años de la visita del Papa Juan Pablo II, organizada por Washington Office on Latin America (WOLA), en American University, Washington, D.C., el 14 de mayo del 2001. Disponible en:

http://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/ar/libros/cuba/cips/caudales05/Caudales/ARTICULOS/ArticulosPDF/15A086.pdf

[13]Estos datos corroboraron lo anunciado antes en el documento final del Encuentro Nacional Eclesial Cubano (ENEC), celebrado en 1986. Encuentro Nacional Eclesial Cubano. Documento Final e instrucción pastoral de los obispos. (1987) Tipografía Don Bosco, Italia, 1987.

[14]Elocuente resultó el caso del grupo Creciendo en Gracia, cuyos integrantes procuraron irrumpir en un templo católico con sus acostumbradas quemas de símbolos religiosos y terminaron recibiendo la condena de toda la sociedad y prácticamente desterrados, al punto que nunca más se escuchó de ello, sin que eso signifique su desaparición.

[15] Alonso Tejada, Aurelio. (2001) La espiritualidad religiosa en Cuba hoy. Idént.

 [16]Soto Mayedo, Isabel y Trujillo Lemes, Maximiliano. Palabra Nueva ¿otra dimensión para mirar a Cuba? Ponencia presentada al II Seminario Internacional del Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociorreligiosas (CIPS). La Habana, noviembre de 2009.

[17]Alonso Tejada, Aurelio. Relaciones entre la Iglesia Católica y el Estado al final del milenio. Disponible en: http://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/ar/libros/cuba/cips/caudales05/Caudales/ARTICULOS/ArticulosPDF/15A084.pdf

[18] Alonso Tejada, Aurelio. Relaciones entre la Iglesia Católica y el Estado al final del milenio…Ibídem.

[19]Para muestra dos botones: Márquez, Orlando. ¿Es posible la colaboración Iglesia- Estado en Cuba? Palabra Nueva. No. 180, Año XVII. Diciembre del 2008 y Rico Hernández, Yarelis: Ni crecemos ni nos multiplicamos, (primera parte). Revista Palabra Nueva, Nro. 178 Año XVI, Octubre del 2008, pág. 24

[20] Alonso Tejada, Aurelio. Relaciones entre la Iglesia Católica y el Estado al final del milenio…Ibídem.

 

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