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Cuba: ¿Iglesia católica versus Revolución?

Cuba: ¿Iglesia católica versus Revolución?

(Ensayo publicado por la Red de Libertades Laicas. Programa Interdisciplinario de Estudios sobre las Religiones (PIER), El Colegio Mexiquense, A.C. México, septiembre de 2007)

 

“El problema no es darle un hacha al dolor y hacer leña con todo y la palma/ El problema vital es el alma/ El problema es de resurrección/ El problema, señor, será siempre sembrar amor”/

Silvio Rodríguez

 

Las revoluciones no son paseos por hermosos prados y la iniciada en Cuba, en 1959, tampoco es excepción. Proceso tan radical generó pasiones encontradas e incidió en el proceder de mujeres y hombres sumergidos en él. Esto dejó su huella en las relaciones Iglesia Católica- Estado, cuya dinámica contradictoria respondió a la gradual conversión del orden socio- económico y político existente, y a los compromisos y articulación social de una institución eclesiástica preconciliar i, sin instrumentos para el reacomodo.

El déficit de asideros teológicos y el vínculo con las clases afectadas por los cambios incidió en el acercamiento de la alta jerarquía católica a los sectores más retrógrados, en un ámbito marcado por el avance del diferendo Estados Unidos- Cuba, del cual es imposible sustraerse al evaluar la cuestión. El apego de los obispos al anticomunismo motivó discursos coincidentes con los emitidos desde Washington y ello impulsó la confrontación entre ambos polos. A su vez, en la problemática ejerció notable influencia la difusa religiosidad del cubano y el despliegue de posiciones sectarias, relacionadas con la impronta del ateismo sovietizado, supuestamente científico.

La trayectoria de la institución eclesiástica en los años cincuenta suele inducir a sobre dimensionar la influencia del catolicismo en el país, pues casi todo apunta a un florecimiento de sus estructuras organizativas por efecto de un ambiente favorable para la actuación de sus miembros. Sin embargo, la Encuesta sobre el sentimiento religioso del pueblo cubano ii. y el Informe a la I CELAM: Resumen de las respuestas del Episcopado de Cuba al cuestionario de la Sagrada Congregación Consistorial para la Conferencia de Latinoamérica en Río de Janeiro: La Habana, 30 de marzo de 1955iii, ofrecen elementos para una evaluación más equilibrada.

El primero conserva plena vigencia por lo que aborda en materia religiosa y acerca de la situación social entonces. Para los seguidores del tema, la Iglesia nunca volvió a realizar una pesquisa de tamaña envergaduraiv. Esta sugirió que ser católico era una suerte de moda que permitía a muchas personas estar a tono con su estamento social o familia; solucionar o al menos desahogar sus problemas; secundar la tradición familiar, o resultado de una repetición impensada v. Ello, en correspondencia con lo que afirman varios autores, que la religiosidad de cubanas y cubanos es una amalgama de ritos, creencias y costumbres, donde lo formal tiende a diluirse y dar paso a la espontaneidad a tenor de las circunstancias.vi

El Informe al I CELAM (1955) reflejó lo que, trascurrido medio siglo de la ruptura con el Patronato Realvii, recuperó la institución en materia oficial, educacional e infraestructura. Igual demostró que, pese al intento de cubanizar la Iglesia luego de la independencia de España, la presencia de extranjeros en ella era mayoritaria aúnviii.

Antes de 1959, estaban radicadas en Cuba las Órdenes Terciarias franciscana, dominica, carmelita y servitaix, y el apostolado seglar se practicaba por la oración, las Congregaciones Marianas (Hijas de María, Agrupación Católica Universitaria, etcétera), la Asociación de Caballeros Católicos de Cuba, los Escuderos de Colón, las Damas Isabelinas, la Legión de Cristo, la de María, la Conferencia de San Vicente Paúl, el Movimiento de Profesionales e Intelectuales Católicos, los Médicos Católicos, los Artistas Católicos, y por una Acción Católica italianizada. Al mismo tiempo, comenzaban los Cursillos de la Cristiandad.

Para la formación sacerdotal, la institución contaba con tres seminarios menores, en La Habana, Matanzas, y Santiago de Cuba, y con un seminario mayor: el de San Carlos y San Ambrosio. También tenía tres noviciados masculinos: el jesuita, el salesiano y el franciscano, y dos noviciados para religiosos docentes: el La Salle y el de los Maristas. Funcionaban a su vez 212 escuelas católicas- incluidas las parroquiales y las de varias órdenes religiosas-, a las cuales asistían 61 mil 960 alumnos de ambos sexos, cifra equivalente al 2,5 por ciento de la población en edad escolar, es decir dos millones de seres entre 7 y 18 años. El 30 por ciento de ellos, del sexo masculinox.

Entre las propiedades de la Iglesia, en vísperas de 1959, estaban además tres universidades católicas, de los hermanos La Salle, los pp. Jesuitas, y los pp. Agustinos. En esta última, conocida como Santo Tomás de Villanueva, estudiaban mil alumnos, mayormente de las capas altas de la sociedad habanera.

El listado de la época incluye 20 asilos de niños, 21 de ancianos, un orfanato, 3 hospitales de adultos y 2 infantiles, un sanatorio psiquiátrico, un leprosorio, una clínica para damas y varios dispensarios y consultorios médicos, donde los pacientes gozaban de cierta gratuidad en dependencia de su extracción social.

Centenares de cofradías estaban diseminadas por el territorio; la del Santísimo Sacramento, la de la Virgen de Loreto, de Fátima, del Santísimo Rosario, de Nuestra Señora de la Caridad y otras, donde las actividades eran sufragadas por sus miembros y sólo en ocasiones excepcionales recibían un extra de la jerarquía, las órdenes religiosas o el clero. Esto, unido a la escasez de agentes de pastoral y su concentración en las ciudades, fue esgrimido para justificar porqué las obras eclesiásticas nunca abarcaron a toda la población. No obstante, algunos autores hacen notar que lo que apartó progresivamente a amplias masas populares de la Iglesia fue su tendencia a radicarse en los barrios de los más adinerados- única posibilidad de agenciarse cuantiosos fondos que costearan y hasta hicieran rentable su labor pastoralxi 

El informe a la I CELAM, sin embargo, desconoció el resultado de la encuesta de la ACU, al destacar las “fuertes raíces” del catolicismo en la nacionalidad cubana, en base a 90 % de personas autoproclamadas creyentes sin considerar que no eran consecuentes en la práctica del evangelio, ni poseían una adecuada formación doctrinalxii. Aspecto que no debe soslayarse es el modo en que el Episcopado catalogó sus relaciones con el Estado:

“a pesar del laicismo imperante…el Estado ofrece a la Iglesia un trato especial, por ser la religión mayoritaria del pueblo cubano, prestándole incluso ayuda económica para la construcción de templos y escuelas y para sus obras de beneficencia, aunque esta ayuda no es regular ni se incluye en el presupuesto nacional”xiii.

1.1- La Iglesia Católica frente a la dictadura militar

El clima distendido de las relaciones entre ambos polos derivó de la actitud del Episcopado ante el Golpe de Estado del 10 de marzo de 1952. Investigadores y testigos coinciden en que cuando llegó al poder el General Fulgencio Batista Zaldívar, la institución estaba liderada por el mejor conjunto de Obispos de su historia, tanto por la calidad de su pastoral, como por el nivel científico o intelectualidad de algunos de ellosxiv.

Esta peculiar jerarquía procuró mantenerse al margen de los acontecimientos, sin reparar en lo que ello podía repercutir en la visión futura sobre la Iglesiaxv. Mientras, cientos de laicos y sacerdotes se enrolaron en actividades revolucionarias. Muestra de eso son las declaraciones de la Federación Estudiantil Universitaria, de la Asociación de Estudiantes de Derecho, y el encauzamiento de fieles cristianos como el profesor Rafael García Bárcena, quien organizó el primer intento insurreccional contra la dictadura militarxvi.

Desde 1952, amplios sectores sociales defendieron los fundamentos jurídicos de las acciones contra Batista y ello incidió en la ampliación progresiva el consenso político acerca de la legitimidad de los cubanos de arrancar por la violencia al gobierno resultante del “madrugonazo”xvii. Nadie preguntaba, a nadie importaba cuántos eran católicos o habían sido preparados en colegios dirigidos por religiosos.

El distanciamiento del Episcopado del acontecer nacional apenas fue interrumpido ante la carnicería desatada por el Ejército contra los asaltantes a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, de Santiago de Cuba y Bayamo, respectivamente, el 26 de julio de 1953, pero únicamente trascendieron los llamados de Mons. Enrique Pérez Serantes, Arzobispo de Santiago de Cubaxviii.

El Cardenal Arteaga fue impelido para que intercediera por la vida de Fidel Castro y de otros jóvenes, y en respuesta, organizó una comisión para que indagara al respecto en nombre de la instituciónxix. En ese contexto, los policías irrumpieron en la sede cardenalicia, en la capital, y vejaron al máximo representante de la Iglesia. Al asumir su defensa, el líder de la insurrección denunció el hecho y aludió al modo en que los militares sumieron al país en un estado de terror, al perpetrar la mayor masacre en la Cuba republicana- 70 jóvenes asesinados, torturados, y mutilados.xx.

A partir de estos acontecimientos, la oposición al régimen se hizo más virulenta y numerosas parroquias, locales de asociaciones laicales y otros sirvieron de escenario para la labor conspirativa con la anuencia de sacerdotes y religiososxxi Cierto que los curas no alentaron a los jóvenes contra la dictadura militar, pero algunos incluso escondieron a los perseguidos. Igual, muchos de los documentos surgidos en el transcurso de la guerra de liberación, incluyeron frases alusivas a Dios. Más, tales pronunciamientos no pueden asociarse a una postura cómplice de la jerarquía católica con el proceder revolucionario. Invocar al “todopoderoso” era costumbre en la época y puede comprobarse en correspondencias personales, oficiales, publicaciones y testimonios individuales. Algunos de los principales dirigentes de esta lucha también estudiaron en colegios católicos o pertenecían a familias cristianas y su principal pretensión era aunar esfuerzos para pelear por la patria, igual que un siglo atrás lo intentara José Martí “con todos y para el bien de todos”.xxii.

1.2- Desatada la tormenta, discrepancia de opiniones

 Cuando hacia 1954, Batista convocó a elecciones presidenciales, cobró impulso el debate acerca de la disyuntiva elección o Revolución. La Quincena, órgano de prensa de los franciscanos, estuvo en el centro de la polémica y defendió la solución pacífica para evitar mayores derramamientos de sangrexxiii. Pero luego, la dirección de la publicación, encabezada por el pp. Ignacio Biaínxxiv, comprendió que toda iniciativa de esa naturaleza era ineficaz ante la postura del gobierno, en el poder por la ausencia de alternativas políticas reales y por el apoyo de las Fuerzas Armadas, asesoradas por la misión militar estadounidense en el país.

Diversas son las opiniones acerca de la contribución de la Iglesia a la derrota de la dictadura militar, pero es indudable la ausencia de una política oficial respecto al problema cubano y de métodos afines para enfrentarloxxv. Obispos, dirigentes laicos, religiosos y hasta el Nuncio Apostólico, Mons. Luis Centoz, defendieron criterios opuestos sobre al papel que debía desempeñar la instituciónxxvi.

La heterogeneidad de posiciones frente al conflicto puede delimitarse en tres grupos de los cuales, el más minoritario, abogaba por el cambio ante la situación que atravesaba el país y estaba integrado por laicos que recibieron el visto bueno de Mons. Pérez Serantes, de los Obispos Evelio Díaz Cía (Pinar del Río) y Alberto Martín Villaverde (Matanzas), de la dirigencia de la Juventud Católica y de la Juventud Obrera Católica y de la mayoría de los párrocos y seglares cubanos. Contrario a esta posición, estaba el bando liderado por el Obispo de Camagüey, Mons. Carlos Riu Angles, español de nacimiento, y su homólogo en Cienfuegos, Mon. Eduardo Martínez Dalmauxxvii. La tercera posición pretendía defender la estabilidad de la Iglesia y por ello, permaneció de espaldas a la agudización del conflicto, de acuerdo con el Cardenalxxviii.

La contribución de la reducida minoría del primer grupo, donde aparecen los pp. Francisco Beristaín y Jorge Vez Chabebe- Moisés o Madrigal, tesorero del 26 de julio en La Habana- y Ribas Canepa, Maximino Bea, Lucas Iruretagoyena y el “Comandante” Guillermo Sardiñasxxix- capellanes del Ejército Rebelde, en la Sierra Maestra, hacia 1958-; demostró que la religión era compatible con el espíritu revolucionario en política, cuestión minimizada a raíz de la dicotomía Iglesia- Estado.

Si desajustado resulta enaltecer con ribetes de leyenda lo que en definitiva fue una prolongación del accionar de un pueblo entero, válido es reconocer que esos representantes del clero y otros tantos que a nivel de parroquias apoyaron la insurrección fueron, tal vez sin proponérselo, precursores del movimiento progresista que cobró vida dentro de la Iglesia Católica en Latinoamérica en los sesenta a través de la vinculación de algunos religiosos a las luchas de sus pueblos y de la estructuración de un nuevo modo de interpretar la palabra de Dios, la Teología de la Liberación.

La inexistencia de un consenso entre los jerarcas eclesiásticos en Cuba frente a la insurrección sólo fue relegada a un segundo plano en febrero de 1958, ante la urgencia de lograr una solución al conflicto nacional. Con ese fin, estos propusieron el “diálogo cívico” entre los políticos tradicionales y las instituciones del país. La “Exhortación del Episcopado”xxx precedió a la creación de una “Comisión de Concordia”, orientada a establecer los contactos pertinentes con los partidos opositores, las fuerzas guerrilleras y el gobiernoxxxi.

El ente logró que la dirigencia del Partido Nacional Revolucionario, del Movimiento de Liberación Revolucionaria, del Partido Revolucionario Cubano (auténtico) y otros- pese a algunos pronunciamientos discordantes-, aceptaran la iniciativa y propusieran el establecimiento de garantías genuinas, la amnistía política y el regreso de los exiliadosxxxii. En cambio, Fidel Castro, líder del Movimiento 26 de Julio, rechazó lo que calificó de “tibieza de los Obispos” y exigió mayores precisiones, a través del noticiero de la emisora radial CMKC, de Santiago de Cuba, el 9 de marzo de 1958.xxxiii

La respuesta dejó entrever el ambiente de inconformidad que avanzaba frente a las posiciones conciliatorias de los prelados y su silencio ante la ilegalidad y los crímenes de la dictadura. Sin embargo, el Episcopado no se dio por aludido y dejó la iniciativa al Conjunto de Instituciones Cubanas, que defendió la solución pacífica de la crisis y propuso sustituir al gobierno por uno provisional, integrado por “prestigiosos ciudadanos”. Representantes de 43 asociaciones religiosas, fraternales, profesionales, cívicas y culturales, firmaron la solicitud, que incluyó varias condiciones a cumplir para revertir la situación, agravada por la guerra. Pero las autoridades evitaron declaraciones oficiales y reforzaron la persecución a los dirigentes de esas agrupaciones.xxxiv

1.3- Imaginario anticomunista en vísperas de 1959

 El modo de expresarse una sociedad en determinada etapa conserva y recrea las determinaciones del pensamiento cotidiano, manteniendo inalterable el sentido primario mas no su significado, que con los días tiende a alejarse o a semejarse distinto del original. Por ser la reiteración lo que marca hábitos y costumbres, la traducción lingüística tiende a erigirse como transmisor de tales rutinas, confiriendo a cada grupo social una identidad específica. Pero la cotidianeidad dista de la pureza, y más bien a partir de ella puede palparse la cultura en la que se inscribe, pues en su andar también se fijan los patrones valorativos predominantes. Esto ocurre porque su ámbito natural es la sociedad civil, refugio de las tradiciones, hábitos, costumbres y conceptos que el grupo dominante proyecta como estereotipo a imitar y que no parecen guardar relación alguna con el Estado o los mecanismos de reproducción y consecución del poder.

La aparente uniformidad que ofrece esta, esconde la ruptura que significa la existencia de diferentes grupos, clases y estratos sociales, cada uno de los cuales genera una refracción valorativa propia, de acuerdo con sus condiciones de vidaxxxv.

Diversos son los factores influyentes en la formación del imaginario de las personasxxxvi, mas pese a los riesgos que implica una generalización, asumimos que en la conformación de un sentimiento anticomunista entre cubanas y cubanos, hacia 1959, incidieron la difusión de las prácticas injustas contra los católicos en los países socialistas de Europa y China, al calor de la “Guerra Fría”xxxvii; la mayoritaria presencia de religiosos españoles, marcados por los acontecimientos de la guerra de 1936 en su país, y por los dogmas de una Iglesia Católica preconciliar; y la Doctrina Social Católica (DSC) difundida en el período.xxxviii

Estos y otros acontecimientos impactaron en el actuar de los católicos y en el de otros sectores poblacionales, que tarde o nunca asimilaron el enrutamiento al socialismo del Gobierno Revolucionario y mucho menos, las medidas que dieron un vuelco radical al panorama nacional en todos los órdenes.

El análisis de estos factores puede contribuir a una valoración más ecuánime de quienes dedicaban loas a las medidas de carácter social decretadas a partir de enero de 1959, al mismo tiempo que censuraban el restablecimiento de los nexos con los países socialistas, facilitándole argumentos justificativos a los enemigos de la Revolución consciente o inconscientemente, según sea el caso a analizar.

1.4-La Iglesia Católica en el epicentro de las transformaciones

 La ausencia de posiciones radicales por parte del Episcopado ante la represión- algo que muchos exigían a finales de 1958-, aceleró la identificación paulatina de los creyentes con el ideal revolucionario, cuestión que cobró impulso de forma progresiva con la adopción inmediata de leyes y decretos democráticos y populares.

El proceder ambiguo de la oficialidad eclesiástica fortaleció los rumores sobre una supuesta simpatía de ella con el batistato e incluso, algunos condenaron tal silencio al compararlo con las valientes posturas asumidas por sus homólogos en Argentina, Colombia y Venezuela, contra las dictaduras militares.

“El cubano se fija mucho en las fotografías de los diarios y juzga por lo que en ellas ve. El recuerdo de la figura del Cardenal junto al Presidente de la República General Batista o de la Primera Dama en actos oficiales, su asistencia a recepciones en el Palacio Presidencial, se les antojan hoy a muchos cubanos, incluso a muchos católicos, manifestaciones de colaboración con el régimen que detestaban...”xxxix

Si tenemos en cuenta esas variables, la criminalidad exhibida por la dictadura y que la Iglesia siempre aspira a “la libertad para celebrar la misa, administrar los sacramentos y, sobre todo, para impartir educación religiosa a los jóvenes [y] conseguir mejores condiciones para cumplir esa misión en los diferentes Estados, cualquiera que sea su matiz”xl, entenderemos en cierta medida porqué la jerarquía eclesiástica saludó el advenimiento de la Revolución tras el último "¡Salud, salud!” de Batista, en Cuba.

Pocas horas después de la fuga de éste, la madrugada del 31 de diciembre de 1959, los espacios de La Habana se redujeron ante la avalancha de barbudos y trajes de verde olivo, incluso recién estrenadosxli. Hombres y mujeres de disímiles sectores y credos prodigaron múltiples muestras de simpatía a los recién llegados, haciendo caso omiso de las diferencias precedentes frente a la superación del estado de terror.

El respaldo al Gobierno Revolucionario constituyó la respuesta de casi el 95 por ciento de la población, cifra de la que se excluyen los elementos más cercanos al poder político, la sacarocracia y otros sectores acaudalados, mayoritariamente ligados al capital estadounidense y permeados de un profundo maniqueísmo hacia el american way of life. Una vuelta a la encuesta realizada por la ACU, en 1954xlii, sugiere que entre los que aplaudieron el triunfo del Ejército Rebelde estaban numerosas personas que reconocían la existencia de Dios, pero que con posterioridad, siguieron derroteros diversos: algunos se marcharon, (1)confiados en un pronto regreso, sujeto a la actuación de Washington ante la Revolución o (2)decididos a no regresar jamás, convencidos del rumbo socialista que seguiría esta. Otros se quedaron: (3) enquistándose para preservar su catolicismo de las influencias turbulentas del proceso o (4) sumándose a la consecución de los proyectos sociales de corte humanista. En este segundo grupo podemos hacer dos distinciones también: (4.1) una parte se alejó progresivamente de la Iglesia, sumergida en las complejas labores de transformación, y (4.2) otra, la más consecuente con su fe, defendió sus convicciones religiosas sin apartarse de la construcción de un modelo más justo de sociedad.

Protagonistas de todo lo “hermoso, desagradable, duro y fuerte que puede ser una Revolución”xliii; los católicos que se montaron en el tren arrollador del primero de enero sortearon por más de dos décadas los desafíos de un proceso de profunda justeza, orientado hacia el comunismo “intrínsecamente perverso”, y tuvieron que defender sus convicciones religiosas ante la áspera crítica contra el “opio del pueblo”, derivado de la expansión del marxismo sovietizado y el desencuentro Iglesia- Estado, alimentado por la hostilidad de la jerarquía católica y el sectarismo de algunos mal llamados revolucionarios.

3.1- Los obispos que asistieron al triunfo de la Revolución

“Convengamos que de entre las muchas cosas que destruyen las revoluciones, algunas quedan bien destruidas. Las revoluciones acaban con rutinas retardatarias, con muchos estilos del “orden” que eran desórdenes, con instituciones que exhibían epítetos brillantes, pero que eran del todo ineficaces, con estados de conciencia que se habían anquilosado y no supieron entender la señal de los tiempos”xliv

La entrada del Ejército Rebelde en La Habana implicó el inicio de un movimiento llamado a barrer con numerosas rutinas que frenaban el desarrollo del país y por ende, no pocos se cuestionaron el desacuerdo de los Obispos con estos cambios. Quienes dirigían la Iglesia Católica en enero de 1959 eran los mismos que desempeñaron el papel de “pastores espirituales” por más de una década en una sociedad estructurada a partir de las diferencias interclasistas, de la cual ellos formaban parte.

Más que el compromiso con los gobiernos liberales, conservadores, auténticos o dictatoriales, estos respondieron siempre a los compromisos preestablecidos con sus “compañeros de sociedad”, garantes del sostén necesario para el ejercicio de sus labores pastorales. Asimilar la radicalidad de las transformaciones que sobrevinieron tal vez sería pedirles demasiado, porque en su mayoría estaban prejuiciados además contra el fantasma del comunismo.

La condición personal de los prelados ejerció una notable influencia en la amalgama de colores que adoptó el abanico de actuaciones de los miembros de la Iglesia ante los sucesos que precedieron al triunfo y después de él.xlv Mons. Martínez Dalmau fue el único de ellos que prefirió alejarse, para evadir cualquier responsabilidad por sus vínculos abiertos con las autoridades batistianas. Este huyó a la capital cuando las tropas de Ernesto (Che) Guevara avanzaron sobre Cienfuegos (diciembre, 1958), y el triunfo lo sorprendió “hospedado” en el palacio cardenalicio. Al ser interpelado por varios jóvenes católicos allí, respondió:

_“Yo me tengo que ir de Cuba, yo he sido como el mercenario y no como el pastor. Me fui ante el peligro porque me asusté y acepté además la oferta de los militares de Batista de traerme para La Habana por mi seguridad física. Yo no tengo cara para volver a Cienfuegos más nunca en mi vida. Sé que yo tengo que irme del país en cuanto pueda y se acabó, pase lo que pase” xlvi.

La vacante dejada por éste en la diócesis cienfueguera fue atenuada con la designación de Mons. Müller Sanmartín, antiguo Obispo Auxiliar del Arzobispo de La Habana. Ese puesto lo asumió Mons. Díaz Cía (Pinar del Río) y Mons. Manuel Rodríguez Rozas, ocupó el dejado por él. Ante la complejidad que adquirió la mitra capitalina, fueron nombrados a su vez dos Obispos Auxiliares: Mons. José Maximino Domínguez y Mons. Eduardo Boza Masvidal- luego rector de la Universidad Santo Tomás Villanueva y expulsado por el Gobierno Revolucionario, acusado de actuar contra él.xlvii

La sagacidad demostraba por el Episcopado frente a los gobiernos anteriores, para sortear las dificultades que pudieran presentarse en el ejercicio de su labor, perdió terreno desde 1959. El proceso transformador implicó un reto para el pensamiento católico en Cuba, pero sobre todo, para quienes se empeñaron en asirse a una DSC conservadora, en crisis a escala universalxlviii.

El ente eclesiástico evitó declaraciones públicas ante la sustitución progresiva de la maquinaria de poder. Sin embargo, una vez más, el Arzobispo de Santiago de Cuba, cuya jurisdicción fue sido la más afectada por la guerra, rompió con esa postura. La participación de Mons. Pérez Serantes en el acto efectuado en el santiaguero Parque Céspedes, para proclamar la victoria de las fuerzas rebeldes, es apreciado como muestra de una posible posición conciliatoria de la jerarquía, pero otra cosa sugiere el mensaje de salutación y concordia transmitido por el prelado.

El documento llamó a las autoridades a tomar en cuenta la importancia de Dios, propiciar que la ciudadanía rindiera culto a este y a que los infantes recibieran una eduación cristiana en el hogar y en la escuela, entre otras cuestionesxlix. Esto no fue más que una nueva manfiestación del empeño de la jerarquía, de revertir el carácter laico del Estado, cuestión defendida hasta el cansancio frente a la Consituyente de 1940l.

La Revolución Cubana removió desde sus cimientos el andemiaje sobre el cual se sutentó la vida republicana y la Iglesia Católica no pudo sustraerse de la zacudida, sólo que la recepción del movimiento fluctuó de diversas maneras en cada una de sus estructuras. Jerarquía, clero y laicado, miraron con ojos disitntos lo que aconteció e, incluso, entre cada uno de esos eslabones las posiciones no fueron homogéneas.liPero ni siquiera la omisión de la polémica frase “Así dios me ayude” en el juramento del Presidente de la República, Manuel Urrutia Lleó, el 3 de enero de 1959, sacó de su política conciliatoria a los principales representantes del catolicismo en el país, en concordancia con el ambiente popular. Por mucho tiempo, estos se desatendieron de los rumores insidiosos acerca de una posible intención anti- religiosa de las autoridades y sólo faltaron a esa estrategia ante el roce de las medidas que afectaron sus intereses de manera directa.lii

3.2- Desencuentros iniciales

 En 1959, el camino que adoptaría el Gobierno Revolucionario era una gran incógnita. Salvo sus principales dirigentes, tal vez, pocos imaginaban el rumbo político que este seguiría y se mostraban escépticos por temor a una asonada de corte dictatorial similar a otras ocurridas en América Latina.

Uno de los temas que alentó las diferencias iniciales entre jerarcas católicos y autoridades fue la condena y ajusticiamiento de los criminales de guerra, culpables de la muerte de más de 20 mil personas durante la dictadura militar. Aunque la campaña mediática contra estos procesos judiciales trató de mostrar a la Revolución Cubana como una reedición de los acontecimientos más tenebrosos de la historia de la humanidad, Mons. Pérez Serantes insistió en que la aplicación de condenas a pena de muerte a unos 400 torturadores no era reprochable ateniéndose a las razones que asistían para elloliii. La Orden de los Caballeros Católicos de Colón secundó al obispo y contribuyó a la “Operación Verdad”, organizada por las autoridades para desmentir las tesis acerca del supuesto “baño de sangre” que ocurría en el país.

El Cardenal y el Obispo Auxiliar de La Habana, sin embargo, mostraron sus diferenciasliv. Tal vez guiados por el rechazo católico a toda forma de violencia- lo que escasamente se manifestó ante los crímenes de la dictadura una década antes- tanto uno como otro condenaron públicamente los fusilamientos. -“Nunca dije que los casos de pena de muerte en Cuba estaban justificados”- aseguró el Cardenal, mediante una carta, al periódico, Tribuna de Miami (abril, 1959) lv.

Uno de los recuentos más ilustrativos de lo que sucedía por esos días, legado por el periodista estadounidense, Richard Pettee, señaló: “miles de personas bien intencionadas han amoldado sus convicciones en una causa común, pero es inevitable que una vez que se levante la tapa vuelvan a la superficie las rivalidades y divergencias de opiniones...”lvi

Casi al unísono de la polémica por los ajusticiamientos contra los criminales de guerra, comenzó el intercambio de opiniones acerca de la posible nacionalización de la enseñanzalvii. Ello respondió a la primera tentativa gubernamental de revertir la situación en el sector, con la declaración de la “Ley Once”, del Ministerio de Educación. Esta implicó la anulación de los títulos académicos emitidos por el Estado desde el 30 de noviembre de 1956 y de las calificaciones o notas de las universidades privadas, casi todas, católicas.

La iniciativa- acogida por quienes tuvieron que abandonar sus estudios ante el cierre de la Universidad de La Habana o al enrolarse en la lucha revolucionaria-, provocó el rechazo de los estudiantes de los centros católicos, que nunca cerraron sus puertas, y despertó la suspicacia del Episcopado.

“¿Será cierto que de espaldas a la mayoría católica abrumadora del pueblo de Cuba se gesta una reforma educacional…? ¿Serán ciertos los rumores de unificación escolar, las amenazas de control estatal excesivo, las exigencias de títulos de capacidad negándose en la práctica la facilidad de obtenerlos; el desconocimiento de los procesos internacionales de equiparación; la negación de los derechos adquiridos y el efecto retroactivo anticonstitucional de leyes que parecen inmediatas?...Afirmamos una vez más que confiamos en el recto criterio de los gobernantes delegados del pueblo de Cuba, pero también exhortamos al mismo pueblo…, que sepa exigir de sus gobernantes que no traspasen los límites de la función educadora del Estado: vigilar, proteger, defender, promover y hasta suplir la iniciativa privada en la enseñanza, pero nunca absorber la enseñanza privada… La Ley Once tiene varios tristes privilegios, el más trágico es el de introducir una profunda división entre los jóvenes cubanos a los 13 días de la liberación nacional”lviii

Mons. Pérez Serantes tampoco cayó en esta coyunturalix, en la que los medios de comunicación avivaron la controversia. Tal fue el caso del periódico, Noticias de Hoy, órgano de los comunistas. Este cuestionó la enseñanza privada e insistió en lo elevado de las cuotas para matricular en los colegios católicos, en especial en la Universidad de Santo Tomás de Villanueva.

Las declaraciones del Episcopado y del prelado de origen vasco sentaron las pautas de uno de los debates más fuertes Iglesia- Estado que, unido a la agudización de las acciones contrarrevolucionarias desde escuelas y universidades privadas, incluyendo las católicas, redundó en la nacionalización de la enseñanza, en junio de 1961. En medio del contrapunteo, cobró fuerza la opinión de que los comunistas influían en la actuación de las autoridades y con tal de ganar consenso contra el laicismo, los Obispos esgrimieron un supuesto papel protagónico de los cristianos en la lucha de liberación nacional e impulsaron la aprobación de una declaración en defensa de la enseñanza privada y de la potestad de los padres de escoger la educación para sus hijos al margen de los intereses estataleslx.

Aunque para la fecha, el Papa Juan XXIII convocó al II Concilio Ecuménico Vaticano, la pronta celebración del Sínodo de Roma y la revisión del Código de Derecho Canónico, era evidente que la dirección católica en Cuba no se adhería a los renovadores aires que soplaban desde Roma.

3.3- Arremetida del fantasma del comunismo

De acuerdo con el imaginario de la época, y aún en gran parte del continente, un movimiento tendiente al nacionalismo de izquierda era identificado como comunista y las medidas adoptadas en favor del pueblo, despertaban los recelos. Fieles al prejuicio, las Asociaciones Católicas manifestaron su desacuerdo con cualquier intento de acercamiento a los países socialista, mientras en el exterior, el Jefe del Estado Mayor del Ejército de EE.UU., el General Maxwell Taylor, declaró que la Revolución podía ser el preludio de una serie de convulsiones en el subcontinente, las cuales podían abrir el camino a los comunistas hacia posiciones de poder en la región. Por extensión, los embajadores estadounidenses en los países caribeños y centroamericanos calificaron al proceso que se gestaba en Cuba de comunista y exigieron acciones enérgicas a su gobierno (El Salvador, 1959). Los seguidores y admiradores de la Revolución en otras partes del área, en tanto, procuraron desterrar el prejuicio, insistiendo en la raigambre martiana y humanista del proyecto.

La Iglesia Católica en Cuba no estaba preparada para asimilar los cambios impulsados bajo la égida revolucionaria, por el vínculo que sostenían sus guías con las clases poseedoras, el origen español de la mayoría de sus representantes, y el apego de estos a los recuerdos de la guerra civil en su país y a una pastoral conservadora. Pese a no ser latifundista por excelencia- como algunas de sus homólogas latinoamericanas-, la posible intervención de sus propiedades, amenazaría su influencia sociallxi. Ello explica también las ambiguas reacciones de la jerarquía, sobre todo frente a una previsible reforma de la enseñanza y ante la primera Ley de Reforma Agraria.

La medida, aprobada el 17 de mayo de 1959, limitó la posesión de tierras de nacionales y extranjeros, entre los que estaba la United Fruit Company, pero el beneficio que supuso para millones de campesinos fue reconocido por Mons. Díaz Cía, quien criticó a sus detractores y llamó a los que siempre habían disfrutado de la holgura a ceder ante los intereses que el bien común requería: “la Reforma Agraria en sus justas intenciones y en su necesaria implantación en nuestra patria se ajusta fundamentalmente al pensamiento de la Iglesia en cuanto a su principio de Justicia Social”, enfatizólxii.

Mons. Martín Villaverde, publicó un artículo en Bohemia, el 5 de julio de 1959, donde reconoció el bien implícito en la reforma del agro, más remarcó el daño que significaba para las minorías afectadaslxiii. Por su parte, Mons. Pérez Serantes rubricó “Las Aclaraciones: La Reforma Agraria y el Arzobispado de Santiago de Cuba”, pronunciamiento final de la jerarquía al respecto, orientado de modo similar a aplaudir la reforma y alertar sobre la velada amenaza “del totalitarismo comunista”.lxiv

La dirección de la Revolución, sin embargo, soslayó este aspecto y más bien, resaltó las manifestaciones de beneplácito con la ley, preludio del desencadenamiento de las acciones descubiertas de EE.UU. contra la Revolución.

En tanto, la deserción del ex Comandante, Pedro Luis Díaz Lanz, jefe de la Fuerza Aérea Rebelde, y sus posteriores acusaciones sobre una infiltración comunista en las altas esferas estatales; la crisis gubernamental generada con la renuncia de Fidel Castro a raíz de similares declaraciones del Presidente, Manuel Urrutia; y la abortada sedición encabezada por el ex Comandante Hubert Matos Benítez, jefe militar del Segundo Distrito, Camagüey; estimularon las campañas tendientes a crear la incertidumbre acerca de la ingerencia de los comunistas en el gobierno.

El I Congreso Católico Nacional, iniciado el 20 de noviembre de 1959, constituyó un momento culminante en ese sentido. Este fue el más importante acontecimiento del catolicismo en Cuba y la única ocasión en que se reunieron los creyentes de forma multitudinaria hasta la visita del Papa Juan Pablo II, en 1998. Aunque en las jornadas preliminares, Obispos y dirigentes laicales aseguraron que la celebración sería apolítica, la posición oficial de la institución eclesiástica ante el fenómeno revolucionario quedó explícita en la frase coreada por los integrantes de las cuatro ramas de la Acción Católica Cubana (ACC): “Justicia social, sí; Comunismo, no”lxv.

Previo a la procesión nocturna, que puso fin al encuentro, estos realizaron una Asamblea en el Stadium Tropical, en la que centraron los análisis en el anticomunismo y en la conciliación clasista, defendieron con vehemencia la propiedad privada y el apoliticismo de la Iglesia, y el derecho del hombre al trabajo y a un salario justo, sin afectar los intereses de las empresas correspondienteslxvi.

“El comunismo y en general todo régimen totalitario socialista, convierte a todos los hombres en desposeídos ya que existe un propietario único, que es el Estado. Un orden social ideal sería aquel que permitiera a todos los hombres en una u otra forma pudiesen en la más plena acepción de la palabra sentirse propietarios.…Queremos pues que toda Cuba siga bien claramente en este día y sepa para siempre que si la Iglesia en todas partes se opone a las ideologías de tipo comunista, no es por defender privilegios injustos, que ella misma no podría aprobar sin negar sus más esenciales principios, sino por mantener la dignidad del hombre… Y nada de abusar de la palabra pueblo. El pueblo no son sólo los obreros y los campesinos. Somos todos. Una nación donde se clasifique los ciudadanos está al borde de la guerra civil..."lxvii

Manuel Fernández Santelices, director del periódico de la rama juvenil de la Juventud Masculina de ACC, admitió que la iniciativa de celebrar un evento de este tipo “era insólita” en el país, “en un momento especialmente delicado de su evolución política, al término del primer año del régimen revolucionario, cuando aún no había definido su contenido ideológico ni marcado claramente su rumbo económico social”lxviii.

Pese al reto, las autoridades brindaron todas las facilidades para la celebración y hasta el Jefe de la Revolución y el presidente, Osvaldo Dorticós Torrado, asistieron a la procesión y misa de clausura en la Plaza Cívica (actual Plaza de la Revolución). Junto a católicos y no católicos, estos escucharon el mensaje del Papa Juan XXIII, quien pidió a todos mantener “respeto mutuos, una actitud interior, un diálogo continuado, un perdón sin distingos, una reconciliación que se ha de construir día a día y hora a hora, sobre las ruinas del egoísmo, de la incomprensión”.

Pero para el Episcopado, esas jornadas tuvieron otro sentido: "en el Stadium Tropical se proclamó la Doctrina Social de la Iglesia sobre la justicia, la caridad y la confraternidad…Tal contenido doctrinal convertido en norma de vida constituye el único obstáculo insuperable al comunismo…La llamada fue para todos. Para pueblo y gobierno. La hora no es de alarma pero si de vigilancia. No queremos para Cuba las angustias soportadas en Polonia, en Hungría y en otros países donde el comunismo no ha matado la fe, pero la asfixia con sus métodos brutales de gobierno. Que no nos coja descuidados como a otros países infelices...”lxix

En esos días también sesionó el X Congreso de la Central de Trabajadores de Cuba, primer evento de carácter nacional en el cual los miembros del Partido Socialista Popular trataron de desplazar a importantes dirigentes católicos, distinguidos en la lucha contra Batista. Fidel Castro intervino a favor de uno de ellos, David Salvador, pero eso no impidió que los católicos quedaran prácticamente fuera de la dirección sindical. Lo acontecido tuvo su prolongación en las posiciones sectarias de quienes, en nombre de la Revolución, fomentaron la división social y marginación de personas por sus creencias religiosas, orientación sexual, u otras, en etapas posterioreslxx.

Desde que Mon. Arteaga asumió como el primer Cardenal de las Antillas y América Central (febrero, 1947), La Habana devino sede de importantes eventos internacionales de orden religioso y alcanzó el reconocimiento de la comunidad católica regional. Parte de la estrategia desarrollada por el Episcopado estuvo destinada a fortalecer la imagen exterior de la institución con la organización de memorables ceremonias y congresos y con el envío constante de cuantiosas sumas de dinero a Roma, “su nueva casa matriz”, con lo cual alimentó esa imagen de la “Cuba católica” que confundió a muchos en los primeros tiempos del proceso revolucionario.

Esto, unido a la confrontación ideológica acrecentada por la radicalidad de las medidas adoptadas desde la primera Reforma Agraria (1959) hasta la segunda (1964) y el despliegue de un proyecto social tendiente al socialismo, despertó los recelos de los jerarcas católicos en el área por el probable resquebrajamiento de la supuesta hegemonía ideológica de la Iglesia. La introducción y difusión del marxismo y del ateismo, al estilo soviético, sugirieron a muchos la ausencia de espacios alternativos de diálogo entre ambas partes más allá de lo formal y motivaron expresiones encontradas en la región. Por ejemplo, el IV Consejo Episcopal Latinoamericano (Fomeque, Colombia), insistió en "los engaños del comunismo”, "la incompatibilidad del comunismo y el cristianismo" y la "verdadera cara del comunismo", entre otros.

La reacción de los Obispos latinoamericanos ante el fenómeno revolucionario cubano coincidió con la de los sectores de poder en la zona, reflejada en la Declaración de San José (Costa Rica, agosto de 1960), documento que condenó a Cuba de la inestabilidad en el Caribe e implicó su expulsión de la Organización de Estados Americanos. Sólo México se negó a firmar esa resolución, aprobada en la VII Reunión de Consulta de Cancilleres.

Como respuesta a esa acción, atribuida al gobierno estadounidense por las autoridades cubanas, se aprobó la Primera Declaración de La Habana (2 de septiembre de 1960)lxxi, casi al mismo tiempo que Mons. Pérez Serantes denunció las constantes provocaciones contra los católicos. La culpa de tales enfrentamientos, ocurridos por lo general a la salida de los templos o durante los actos litúrgicos, recayó en la membresía del Movimiento Con la Cruz y con la Patrialxxii , aunque otras personas estuvieron enroladas, por el empeño en mostrar su apego a la Revolución.

El enfrentamiento ideológico llegó a su máxima expresión al finalizar el segundo año, en el cual se concretó la unificación de las fuerzas revolucionarias con la creación de la Asociación de Jóvenes Rebeldes (4 de abril), la Federación de Mujeres Cubanas (23 de agosto) y los Comité de Defensa de la Revolución (28 de septiembre). En esta fase, las transformaciones cerrarron con la Ley de Reforma Urbana (14 de octubre de 1960), que eliminó las rentas prohibitivas aumentadas al libre albedrío por los propietarios, favoreció la adquisición de la propiedad a los residentes en las viviendas, anuló los contratos de arrendamiento y subarrendamiento sobre fincas urbanas y expropió, sin indemnización, las cuarterías, casas de vecindad y ciudadelas en beneficio de los inquilinos. Esa disposición granjeó al Gobierno Revolucionario el respaldo de la mayoría de la población urbana, pero afectó de algún modo la economía de la Iglesia, porque cortó una de sus más modestas fuentes de ingreso y en cierta medida, su autonomía.

La radicalidad de esa lesgilación y de otras adoptadas antes, mas los choques fuera de los templos católicos, impulsaron las críticas de la jerarquía, encabezada para entonces por Mons. Boza Masvidal, quien publicitó sus opiniones a través de La Quincena (30 de octubre de 1960). En ese artículo, el Obispo resaltó la similitud entre algunos cambios revolucionarios y la práctica social cristiana, pero insistió en otros aspectos que en su consideración, mellaban los intentos por alcanzar el ideal cristiano.

La nacionalización de las empresas extranjeras y la intervención de las nacionales sentaron las bases para la agudización de la lucha de clases y el desencadenamiento de las agresiones desde territorio norteamericano, en la misma proporción que profundizaron la polarización social, pues latifundistas criollos y representantes de las compañías estadounidenses formaron causa común contra la Revolución. La recuperación de las relaciones con los países socialistas, unido a estas disposiciones, también exacerbó la confrontación, reflejada en la guerra de las pastorales (1960).

El detonante fue la circular Por Dios y por Cuba, de Mons. Pérez Serantes (mayo, 1969), cuyo tono anticomunista poco se distinguió del acuñado en su otra circular Ni traidores ni parias (24 de septiembre), que respondió a quienes buscaban la relación entre los Obispos y la estrategia desestabilizadora fomentada por EE.UU. Mientras la primero catequizó:

“Los campos están ya deslindados entre la Iglesia y sus enemigos...No puede ya decirse que el enemigo está a las puertas, porque en realidad está dentro, hablando fuerte, como quien está situado en propio predio. No en vano, algunos avisados, de percepción más fina andaban ya hace algún tiempo alarmados y cautelosos, disponiéndose a luchar con los que tratan de imponer, sin más ni más, el pesado yugo de la nueva esclavitud!”.lxxiii

La segunda, refrendó: “a los funcionarios de Norteamérica no nos ligan vínculos de sangre, de lengua, de traición, de conciencia o de formación..los funcionarios de Norteamérica no han ejercido ni una sola vez, directa o indirectamente, influencia alguna sobre Nos, como no la han ejercido jamás los falangistas, con los cuales nunca hemos tenido relaciones de ninguna clase...pero no tenemos rubor en decir, y nos parecería cobardía no decirlo, que entre norteamericanos y soviéticos, para nos no cabe vacilar en la elección...Por amor a Cuba estamos dispuestos a que nos llamen contrarrevolucionarios y traidores. Eso sí, siempre diremos: Cuba sí, comunismo, no”lxxiv

Este documento delimitó como ningún otro, tras la Circular Colectiva del Episcopado Cubano (7 de agosto de 1960), la inconformidad de los jerarcas católicos y fue el preludio de decenas de acciones de protestas contra la Iglesia. En el Encuentro Nacional Eclesial, celebrado en 1987, los máximos representantes de la institución admitieron que “a mediados del sesenta, empiezan los obispos a manifestarse contra el giro marxista de la Revolución, a la que habían apoyado públicamente en sus primeras reformas socio- económicas. Esto, unido a la creciente participación de católicos en actividades de oposición a la Revolución y una cierta utilización de la Iglesia por parte de grupos de choque situados frente a las iglesias y conventos, la presentación negativa en los medios de comunicación de figuras e instituciones eclesiásticas, la desaparicióndebido a la unificación estatal de la información- de programas radiales y televisivos católicos, y las presiones sobre líderes laicos, hasta la detención de obispos, sacerdotes y laicos, durante la fracasada invasión de Playa Girón en abril de 1961 y la declaración del carácter socialista de la Revolución” derivó en que “la inmensa mayoría de las religiosas y religiosos dedicados a la enseñanza abandonaran el país…dejando asilos, conventos, hospitales y otras casas religiosas. De los aproximadamente 800 sacerdotes que había, quedaron poco más de 200. Igual número de religiosos quedó de los casi 2000 que trabajan en Cuba…muchas estructuras sobre las que la Iglesia tenía establecida su pastoral- asociaciones, colegios, publicaciones, misiones…- desaparecieron o fueron suprimidas como consecuencia del cambio político- social.”lxxv

En igual medida, la oposición política utilizó los templos para editar propagandas y convirtió a varias organizaciones laicas en estructuras orientadas a disputar la influencia revolucionaria en centros laborales y estudiantiles. Entre mayo y junio de 1959, por ejemplo, surgió el Partido Demócrata Cristiano, liderado por el laico y profesor de la Universidad de Santo Tomás de Villanueva, José Ignacio Rasco, vinculado a los jesuitas y quien nutrió su membresía de las filas de la Agrupación Caballeros de Colón.

Otras organizaciones contrarrevolucionarias, cuyo núcleo inicial se gestó dentro de la Iglesia, fueron creadas en estos años como el Directorio Revolucionario Estudiantil, articulado por dirigentes de la Juventud Estudiantil Católica y de la Agrupación Católica Universitaria; la Agrupación Médica Anticomunista Católica, la Agrupación Revolucionaria Anticomunista Católica, el Cristianismo Contra Comunistas, la Juventud de Acción Católica Anticomunista, por sólo citar algunas.

El anuncio del carácter socialista de la Revolución (abril, 1961) alentó a la Iglesia institucional regional a sumarse al frente anticomunista diseñado desde Washington, junto a los ejércitos y gobiernos latinoamericanos. En Nicaragua (1962), los Obispos centroamericanos secundaron el proyecto norteño de crear una fuerza militar continental “para acabar con Fidel Castro”, que derivó en la constitución del Consejo de Defensa Centroamericano (CONDECA, 1962)lxxvi.

3.4 El camino inconcluso hacia la unidad

Pese a las acciones desestabilizadoras desplegadas dentro y fuera del territorio, en las que estuvieron enrolados los católicos, los dirigentes estatales atacaron sistemáticamente toda forma de discriminación que atentara contra la unidad e insistieron en no privilegiar credo alguno, algo que de modo paradójico, negaron las Tesis y Resoluciones sobre la Religión, la Iglesia y los Creyentes, aprobadas en el I Congreso del Partido Comunista de Cuba (1975), vigentes todavía.

La guerra sin cuartel contra el “oscurantismo religioso”, anunciada en el pleno constitutivo del PCC (1965) y legitimada por los congresos siguientes, marcó la práctica política en las décadas iniciales. En el caso cubano, una decisión partidista de tal envergadura conformaba un patrón a seguir por las restantes estructuras y se tradujo en asedio cuestionable hacia los seguidores de cualquier religión, pero en especial, hacia los católicos. Testigos de esos años todavía recuerdan las desgarraduras provocadas por el envío de creyentes a campamentos agrícolas junto a marginales y presos comunes; las obligadas planillas o preguntas que tuvieron que responder para acceder a una beca, centro laboral u organización de masas; la oposición descarnada a incluirlos en las nóminas de las organizaciones políticas, entre otroslxxvii.

Al margen de esos errores, causados casi siempre por la incomprensión en niveles intermedios de la verdadera política estatal, la dirección política de la nación procuró sumar a los creyentes a la construcción del socialismo con la búsqueda de soluciones para actuar respecto al fenómeno religioso. La celebración del IV Congreso del PCC (1992), en el cual se modificaron los Estatutos y se eliminaron las ambiguas formulaciones que permitían interpretar la no aceptación de los creyentes en las filas de esa organización política, constituyó un momento trascendental en ese orden.

El encuentro promovió varios cambios constitucionales, como la precisión explícita del carácter laico del Estado, la libertad religiosa en tanto derecho y la no discriminación por razones religiosas. En consonancia, quedó fuera de la ley cualquier impedimenta al ejercicio del culto, con agravantes si el delito es practicado por un funcionario, con lo cual se desterró cualquier posibilidad de abuso de poder.

En 1987, la jerarquía había coincidido en que, “después de las primeras confrontaciones (años 60 y 61) y, gracias a diversos factores…, ha habido una lenta y progresiva distensión en las relaciones Iglesia- Estado. La Iglesia pasó de una aceptación de la realidad del carácter socialista de la Revolución...hasta la coincidencia en los objetivos fundamentales en el campo de la promoción social…Por su parte, el Gobierno Revolucionario da signos de reconocer el valor y vigencia de la Iglesia”lxxviii.

Largo resulta el camino por recorrer, pues este movimiento no se opera de forma homogénea ni acelerada y tropieza con la resistencia al cambio en diferentes niveles de la sociedad, marcados por estereotipos y prejuicios contrarios a esas intenciones unitarias, oxigenadas con motivo de la visita del Papa Juan Pablo II.

La estancia en el país del extinto Karen Wojtyla reforzó la autoridad de la Iglesia local e impulsó la apertura del espacio de los católicos en el contexto nacional, mediante la multiplicación de publicaciones periódicas e instituciones dedicadas a divulgar el accionar católico y el respeto a su DSC, posterior al Concilio Ecuménico Vaticano II.

De forma paralela, la Oficina de Asuntos Religiosos del Comité Central del PCCencargada de las relaciones oficiales con las organizaciones religiosas desde los años sesenta continúa propiciando el acercamiento a instituciones y grupos religiosos nacionales y extranjeros y evidencia el afán por superar distancias.

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i Relacionado con el Concilio Ecuménico Vaticano II, convocado el 25 de enero de 1959 por el Papa Juan 23 y que se extendió hasta 1962

ii Encuentro Nacional sobre sentimientos religiosos en el pueblo de Cuba, Buró de Información de la Agrupación Católica Universitaria, La Habana, 1954. Carlos Manuel De Céspedes- uno de los sacerdotes cubanos más prestigiosos y reconocido por sus posiciones nacionalistas, profesor del Seminario de San Carlos y párroco de San Agustín, Playa, Ciudad de la Habana-, comentó a la autora: “La información sobre la encuesta circuló bastante y se vendió en los kioscos y en toda la Universidad...Fue muy abarcadora, muy ambiciosa...creo que fue hecha con seriedad y con los medios que tenía la Agrupación…creo que la encuesta fue objetiva, tanto en los niveles de la práctica religiosa y algo que tal vez haya sido sorprendente para muchas gentes en la Iglesia también es que se recibieron respuestas de muchos católicos, más o menos practicantes, que iban en contradicción con la doctrina oficial de la Iglesia, digamos en materia de divorcio, matrimonio y cosas de ese tipo. Amén de un nivel de información religiosa bastante bajo en la población media católica, un nivel de escuela primaria no de personas adultas, sobre todo en el campo. Otras encuestas ha realizado la Iglesia, pero ninguna como esa.”

iii Kirk, John M. Frente al volcán la Iglesia católica en Cuba Pre-revolucionaria, Delhousie University Halifax, Nova Scotia, Canadá, 1985. Anexo.

iv Tampoco fue posible hacerlo con esa profundidad, pese al intento de 1957, pues la situación se complicó con la guerra interna. Luego, el desenvolvimiento del conflicto Iglesia- Estado restó espacio.

v “Es preciso aclarar que la palabra católico debe entenderse en todos estos trabajos con un sentido de auto clasificación. Esas cifras comprenden a todos los que dijeron ser católicos. Cuando se analizan las prácticas religiosas y los criterios dogmáticos de tales sujetos, la cifra de verdaderos católicos se reduce notablemente....Por consiguiente, al valorar ese 72,5 por ciento de la población cubana que dijo ser católico, podríamos aplicar la famosa frase de “no son todos los que están, ni están todos los que son”. Varios. Encuentro Nacional sobre sentimientos religiosos en el pueblo de Cuba, op.cit.

vi Al respecto, pueden consultarse los artículos de Carlos Manuel de Céspedes y Aurelio Alonso Tejada, publicados en Revista Temas No 4, 13-22, octubre- diciembre, La Habana, 1995

viiEl Patronato Real, supervisado a través del Consejo de Indias, derivó de seis bulas emitidas por Alejandro VI, prolongación de la Inter Caetera (3.mayo.1493), que concedieron autoridad a los reyes católicos españoles para proponer dignatarios eclesiásticos, determinar los aspectos de la legislación canónica a aplicar en el Nuevo Mundo, percibir los diezmos, sostener a la Iglesia en las colonias y otros.

viii De los 200 sacerdotes diocesanos que oficiaban, sólo 95 eran cubanos, mientras que de los 461 religiosos sacerdotes únicamente 30. De mil 549 religiosas de coro, 441, y de 323 Hijas de la Caridad 115. Kirk, J. M. op. cit La inmensa mayoría de estos provenían de la España franquista, por lo que era enemigos confesos de cualquier tendencia pro-izquierdista de pensamiento. Por ser una prioridad de la Iglesia la educación, mil 661 estaban dedicados a ella en los numerosos colegios, centro y catequesis y, junto a los fundamentos de la Doctrina Social Católica y otros conocimientos, transmitían sus prejuicios al respecto.

ix Compuesta por franciscanos y franciscanas de raza negra, imposibilitados de pertenecer a la Orden Terciaria de San Francisco por su color.

x Un comentario de la época alerta sobre lo que ocurría en muchos de estos colegios: “las escuelas católicas son las más costosas. Todo lo pagan los alumnos. Las niñas y niños que asisten como becados, por ser pobres, son tratados con diferencias humillantes: se les obliga a salir y entrar por puerta distinta de la principal”. Sosa Quesada, Alfonso. ¿Hacia dónde conducen a Cuba el catolicismo y la embriaguez, Editorial Hércules, La Habana, 1954, p. 4

xi Gómez Treto, Raúl. La Iglesia católica durante la construcción del socialismo en Cuba. Tercera edición. CEHILA, La Habana, 1994. p. 22-23. También Sosa Quesada refiere que para muchos constituyó fue una afrenta la construcción de “siete iglesias a pleno lujo” en los predios capitalinos de Miramar y hasta la distante Playa de Santa Fe, resultado de la inversión de un millón de pesos y con “curas que viajan en automóviles propios, todo lo cual ha sido obtenido con la caridad mal entendida de nuestras familias acomodadas y la de la clase media”, mientras numerosos niños andaban descalzos, parasitados y durmiendo algunos de ellos “en un saco de yute, en un cajón o en el suelo”. Sosa Quesada, A. op.cit.

xii Sin embargo, el informe permite comprender la visión que tenía la Iglesia sobre otros grupos sociales y religiosos como el protestantismo, que hacía “un gran esfuerzo para lograr cada día más conquistas en el pueblo cubano”; el espiritismo predominante, considerado “un catolicismo adulterado con diversas prácticas supersticiosas”…”sobre todo entre las personas de color, los campesinos y las clases pobres menos cultas de la población”; la masonería, similar a la de otros países y sin “espíritu de hostilidad agresiva en contra de la Iglesia católica”, pero esforzada “por mantener en alto los errores del indeferentismo religioso, del laicismo estatal y educacional”; y el comunismo, que pese a los tabúes sobre el tema y la ilegalidad decretada por las autoridades, era aceptado por algunos por lo que varios de sus líderes “lucharon por su mejoramiento económico y social...”. Kirk, J. M. op.cit. Anexo

xiii Ibidem.

xiv Entre ellos sobresalía el cardenal e historiador Mons. Eduardo Martínez Dalmau, gran conocedor de Biblia y de Saber y Cultura, asignatura de la cual escribió un texto y otros comentarios de reconocido valor “a tal punto que siendo profesor de cultura por los años 60 aquí en La Habana, en un viaje que di a Bélgica, a la Universidad de Lovaina la católica, pregunté que textos me recomendaban para los alumnos y me respondieron: -“Parece mentira que un cubano me pregunte eso. El mejor texto para los alumnos es el que escribió el antiguo obispo de Cienfuegos que está ahora en Estados Unidos”. De Céspedes, Carlos Manuel. Entrevista concedida a la autora.

xv El primer signo de esa estrategia conciliatoria fue un telegrama de reconocimiento formal al gobierno inconstitucional, dirigido a Batista y rubricado a menos de un mes del golpe por el Cardenal Manuel Arteaga Betancourt. Ver en: Diario de la Marina, 20 de marzo de 1952

xvi Bárcena, filósofo cubano, autor del tratado Redescubrimiento de Dios, donde procuraba establecer la relación entre los avances de la ciencia y sus creencias religiosas, encabezó la “Conspiración del Domingo de Resurrección” (5 de abril de 1953), en la cual participaron numerosos jóvenes, empeñados en avanzar sobre la posta 13 del Campamento Militar de Columbia, en Marianao para derrocar a Batista. Hart Dávalos, Armando. Aldabonazo. Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1997, pp 37-39

xvii Íbidem, p39

xviii “Los trágicos sucesos del domingo pasado han hecho estremecer la ciudadanía toda de un extremo a otro de la Isla. Oriente y sobre todo Santiago, ...han experimentado una sacudida tan violenta e inesperada, tan desgarradora y dura, que ha llenado de dolor los hogares de todos...Pulsada la opinión pública...;hechas las diligencias conducentes, podemos asegurar a nuestro amado pueblo que estos justos anhelos [piedad para los vencidos] se han de ver plenamente cumplidos. Tenemos la promesa personal y formal del Jefe del Ejército de esta Región, y confiamos en su pundonor militar y en su palabra de caballero...”. Pérez Serantes, Mons. Enrique. Pastoral “Paz a los muertos”, 29 de julio de 1953. En La voz de la Iglesia en Cuba, 100 documentos episcopales, Obra nacional de la Buena Prensa, México, D.F., 1995, pp.34-35 También el 30 de julio, el obispo dirigió una misiva al coronel Río Chaviano, jefe del Regimiento No. I Antonio Maceo, a cargo del mando militar de la provincia, ofreciéndose a buscar a los asaltantes fugitivos y agradeciendo las facilidades brindadas por las autoridades para ello: Pérez Serantes, Mons. Enrique “Carta al Coronel Río Chaviano”, 30 de julio de 1953. En la voz de la Iglesia...pp.36-37

xix Miembro de esta comisión fue el periodista fallecido, Juan Emilio Friguls, quien había sido delegado de la Federación de la Juventud de Acción Católica y llevaba la Sección Católica del Diario de la Marina, donde se mantuvo hasta el cierre de la publicación, en 1961. Este señaló a la autora: “Yo no puedo decir que haya ido oficialmente en nombre del laicado...Me llamaron del arzobispado el 28 de julio de 1953...era Raúl del Valle, secretario personal del Cardenal...que por favor, fuera para allá...Me recibió el Cardenal..., que si estaba dispuesto a cualquier gestión, que él ya no tenía edad para ir allá y que eso pertenecía a Mons. Pérez Serantes...Que le habían preguntado a él si quería que yo fuera como mediador y el dijo que sí, con una condición... de que no interviniera nadie del gobierno..., que fuera una cosa eminentemente de la Iglesia y por eso pidió dos laicos, para confirmarlo”.

xx “Y no voy a referirme aquí a los centenares de casos en que grupos de ciudadanos han sido apaleados brutalmente sin distinción de hombres y mujeres, jóvenes o viejos. Todo eso antes del 26 de julio. Después se sabe, ni siquiera el Cardenal Arteaga se libró de actos de esta naturaleza. Todo el mundo sabe que fue víctima de los agentes represivos. Oficialmente afirmaron que era obra de una banda de ladrones. Por una vez dijeron la verdad, ¿qué cosa es este régimen?”. Castro Ruz, Fidel. La Historia me absolverá, Ediciones políticas, Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 1973, p. 137

xxi Hart Dávalos Armando. Op.cit. pp.121-122

xxii Íbidem pp. 198, 199 . Ejemplos: Textos de la Declaración de la FEU a los cuatro días del cuartelazo, la protesta de la Asociación de Estudiantes de Derecho del 28 de marzo de 1952, el Manifiesto del 13 de marzo de José Antonio Echevarria y de otros documentos que claman por que “quiera Dios”, “la voz del pueblo es la voz de Dios”, “con el favor de Dios”, etc.

xxiii “Situarse de espaldas a la solución electoral es aceptar o el ostracismo o la vía conspirativa. El continuismo por elecciones unilaterales significa la guerra civil. Y eso hay que evitarlo de todas maneras, porque los llantos, la sangre y los odios que conlleva no tendrían sino una ridícula compensación, un menguado provecho en el caso de que la revolución triunfara. No se habrán resuelto los problemas fundamentales del país, pero se arrojaría un daño inmenso a la paz ciudadana...Los suspicaces ven en este juego electoral una trampa a la que se quiere atraer a la oposición, dividiéndola y utilizándola para sus fines. Si esta intención macabra existe, será descubierta a tiempo, cuando la oposición fije las condiciones ineludibles y lógicas con que ha de estar asistida una consulta popular...”. editorial ¿Solución en dos etapas?, La Quincena, Editorial, año II, no. 13, La Habana, 22 de julio de 1956, p.34-35

xxiv Figura prominente del catolicismo en el período. Acerca de su pensamiento y de otros personajes que pueden ubicarse en ese listado, consultar Trujillo Lemes, Maximiliano. El pensamiento católico en Cuba entre 1959-1961. Tesis de Maestría, Universidad Central de las Villas Martha Abreu, 8 de marzo de 2000.

xxv “la falta de unidad entre los dirigentes eclesiásticos fue un rasgo típico del rol político de la Iglesia durante el año anterior a la victoria de Fidel Castro. Al mantener la jerarquía una interpretación claramente contradictoria con respecto a las responsabilidades de los católicos frente a los continuos abusos de Batista (hasta cierto punto su deseo de proteger sus propios intereses), los obispos perdieron la oportunidad de crear una nueva posición de contacto con el pueblo, especialmente dada la contribución de muchos laicos y sacerdotes seglares quienes, al ver la naturaleza del conflicto, ya habían asumido plenamente esos compromisos morales. Para muchos católicos resultó inaceptable que, frente a la represión y el asesinato repetidos (y hay que recordar que murieron 20 000 cubanos en la lucha contra Batista), la jerarquíacon la excepción notable de Pérez Serantes- no emitiera ninguna declaración firme respecto a esa situación”. Kirk, J. M. op.cit. pp. 342

xxvi Kirk, John M., op.cit. También recogida en Historia General de la Iglesia en América latina, tomo IV Caribe, Ediciones Seguema, S.A, Salamanca, España, 1995. pp.340

xxvii La coincidencia de intereses con la tiranía marcó los derroteros por los cuales encaminaron sus pasos estos y sus seguidores con tal de mantener el status quo que los beneficiaba. Pueden insertarse también en esta corriente la mayor parte de los religiosos españoles radicados en Cuba, algunos líderes de la influyente Agrupación Católica Universitaria, administrativos de la Universidad Católica Santo Tomás de Villanueva, hacendados, ganaderos y el núcleo fundamental de la burguesía urbana.

xxviii Casi todos los católicos secundaron a su máximo representante, quien intentó hasta el último momento la reconciliación entre los principales grupos en pugna con tal de allanar el camino hacia una solución negociada sin mayores consecuencias.

xxix Este es el único que suele ser reconocido como tal y al que varios autores dedicaron valiosas obras, porque luego del triunfo de la Revolución, se mantuvo en primera plana, junto al gobierno y formó parte de delegaciones oficiales que recorrieron el mundo, entre otros. Al respecto consultar: Portuondo, Yolanda. Guillermo Sardiñas. El sacerdote comandante. Editorial Cultura Popular, La Habana, 1987.

xxx “Cargados de graves responsabilidades ante Dios y los hombres por nuestra condición de jefes espirituales de nuestro pueblo, sentimos la obligación de tratar por todos los medios a nuestro alcance de que reine la caridad y termine ese triste estado de nuestra Patria…Guiados pues por esos motivos, exhortamos a todos los que hoy militan en campos antagónicos, a que cesen en el uso de la violencia, y a que, puestos los ojos única y exclusivamente en el bien común, busquen cuanto antes las soluciones eficaces que puedan traer de nuevo a nuestra Patria la paz material y moral que tanta falta le hace...”. Exhortación del Episcopado cubano, “En favor de la paz”, 25 de febrero de 1958. En La voz de la Iglesia en Cuba...op.cit. pp. 40-41

xxxi La propuesta es atribuida a Mons. Pérez Serantes, quien procuró validar su posición, más radical que la de sus homólogos: “Yo creo que el documento está bastante claro...Un gobierno de unión nacional debería ser un gobierno distinto. Tendría que ser un nuevo gobierno.(...) Creo que está dicho todo”, Bohemia, Sección En Cuba, La Habana, 16 de marzo de 1958.

xxxii Esto demostró la falsedad de una supuesta ansiedad de los cubanos de participar en la justa electoral y puso en alerta al régimen- pese a la cautela mantenida por los miembros de la Comisión de Concordia, que en ningún momento solicitaron abiertamente la renuncia del dictador-, pues documentos similares contribuyeron a derrocar las dictaduras militares establecidas por Gustavo Rojas Pinilla y Marcos Pérez Jiménez, tras ser emitidos por los Obispos de Colombia y Venezuela, respectivamente. Ibarra Guitart, Jorge Renato, El fracaso de los moderados, Editora Política, La Habana, 2000.pp. 30-34

xxxiii Fidel demandó: “1) que el episcopado debe definir qué se entiende por “Gobierno de Unidad Nacional”, 2) que la alta jerarquía eclesiástica debe aclarar al país si considera posible que algún cubano digno y que se respete a sí mismo, esté dispuesto a sentarse en un Consejo de Ministros presidido por Fulgencio Batista, 3) que esta falta de definición por parte del Episcopado está dando lugar a que la dictadura trate de canalizar su gestión hacia una componenda entreguista y contrarrevolucionaria, 4) que, en consecuencia el Movimiento 26 de julio rechaza de plano todo contacto con la Comisión de Conciliación, 5) que al Movimiento 26 de Julio solo le interesa exponer su pensamiento al pueblo de Cuba, y reitera, por tanto, sus deseos de hacerlo ante una comisión de representantes de la prensa nacional 6) que habiendo transcurrido una semana de nuestro emplazamiento público sin que la misma (...) haya dado respuesta alguna fijamos de plazo hasta el 11 del corriente, para que el tirano diga sin más dilación ni rejuego, si permite o no el tránsito de los periodistas por el territorio que dominan sus tropas, 7) que vencido ese plazo, el Movimiento 26 de Julio hará un pronunciamiento definitivo al país, lanzando las consignas finales de la lucha, 8) que a partir de este instante el pueblo de Cuba entero debe estar alerta y poner en tensión todas sus fuerzas. Las cadenas están al romperse”. Bohemia, sección “En Cuba”, La Habana, 16 de marzo de 1958, p. 7

xxxiv Bush, Luis M. Gobierno Revolucionario: génesis y primeros pasos, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1999, pp.15-16. El cuestionamiento a los propósitos reelectorales y el peligro de una campaña de descrédito por parte de los guerrilleros, motivaron la rápida maniobra del primer ministro, Emilio Núñez Portuondo, quien logró la cancelación de las gestiones de la “Comisión de Concordia” al expresar a la opinión pública que el “gobierno de unidad nacional” estaba reflejado en el gabinete ministerial bajo su mando, cuyo objetivo fundamental no difería de las propuestas del Episcopado. Bohemia, 16 de marzo de 1958, p. 76

xxxv Díaz Castañón, María del Pilar Ideología y Revolución. Cuba 1959-1962. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2001, p.71. En el capítulo 2 de esa obra, la autora realiza un pormenorizado estudio del proceso de formación de la ideología revolucionara y su influencia en el actuar de los cubanos ante los cambios iniciados en 1959.

xxxvi Preferimos el término imaginario, ese conjunto de concepciones no sistematizadas científicamente que suele revelarse en las reacciones ante determinados procesos u acontecimientos que tocan de cerca a los individuos en su desenvolvimiento diario, para expresar la combinación de los tipos de pensamientos teórico, mítico y cotidiano y establecer una diferenciación del pensamiento católico propiamente dicho, con el fin de hacer más comprensible las razones que inclinaron a los católicos y a gran parte de la sociedad cubana de la época a rechazar abiertamente cualquier manifestación pro comunista o comunista.

xxxvii Mientras algunos autores marcan el inicio de esta política en el lanzamiento de las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki, en agosto de 1945, otros lo relacionan con el discurso hostil emitido por Winston Churchill, en la Universidad de Fulton, EEUU., en el año 1946, donde señaló: “De Sttetin, en el Báltico, hasta Trieste, en el Adriático, una cortina metálica ha descendido sobre la mitad del continente europeo. Detrás de esa línea, se hallan todas las capitales de los viejos países de la Europa central y oriental, vale decir, Varsovia, Berlín, Praga, Budapest, Belgrado y Sofía. Todas esas históricas ciudades y sus respectivas poblaciones están sometidas, en una forma u otra, a la influencia de Moscú, sujetas al dominio del Kremlin en alto grado y en proporción siempre creciente. Tan sólo Atenas, con sus glorias inmortales, es dueña de decir sin trabas sus destinos en comicios libres, garantizados por observadores británicos, norteamericanos y franceses”.

xxxviii Soto Mayedo, Isabel. Revolución: un reto para el pensamiento católico en Cuba. Red Latinoamericana de Libertades Laicas. Programa Interdisciplinario de Estudios sobre las Religiones (PIER), El Colegio Mexiquense, A.C., México, 2005

xxxix Lojendio, Juan Pablo. Despacho muy reservado sobre “Actuación de la Iglesia y organizaciones católicas cubanas durante el período revolucionario”, La Habana, 18 de marzo de 1959. En: Manuel de Paz Sánchez, La Iglesia católica y la revolución cubana: Un informe del embajador Lojendio. En Cubanuestra, sábado 20 de abril de 2002, pp.14 www.cubanuestra xl Rodees, Anthony. El Vaticano en la era de los dictadores (1922-1945). Conclusiones, Everes, Barcelona, 1975, p.323-324

xli Nos referimos a los “revolucionarios del 2 de enero”, como calificara la opinión pública entonces a los que procuraron sacar partido del cambio agenciándose méritos ajenos xlii Recordar que en ella constaba que, de los 6 millones de habitantes que tenía Cuba en ese entonces, el 96,5 por ciento aceptaba la existencia de Dios

xliii Piñera, Walfredo, miembro de Acción Católica hasta su desarticulación. Periodista y crítico cinematográfico, miembro del Centro Católico de Orientación Cinematográfica (CCOC), hoy OCIC- Cuba, desde 1946. Crítico de las revistas La Quincena y Cine Guía, que dirigió entre 1960 y 1961. Trabajador del Departamento de Medios Audiovisulaes de la Universidad de La Habana y de su Departamento de Extensión Universitaria hasta 1993, año en que se jubiló. Miembro del Consejo de Redacción de la Revista CEHILA y católico consecuente. Entrevista de la autora.

xliv Biaín, Ignacio, El reverso de las revoluciones, Semanario Católico, La Habana, No. 1195-96, mayo 9-15 de 1954, p. 23

xlv Lojendio, Juan Pablo de. Op.cit. pp.15,16, 17 xlvi “Tras establecerse en Estados Unidos, Martínez Dalmau trabajó como profesor de Saber y Cultura en un seminario de la Florida y escribió varios textos sobre el tema, del cual era un reconocido especialista”. Céspedes, Carlos Manuel, Entrevista concedida a la autora. xlvii Gómez Treto, Raúl. La Iglesia católica durante la construcción del socialismo en Cuba. Tercera edición. CEHILA, La Habana, 1994, pp. 28 y 29

xlviii Recuérdese que para la fecha la Iglesia estaba encabezada por Juan XXIII, el “Papa Rojo”, y primaba en su seno la corriente renovadora que desembocó en el Concilio Ecuménico Vaticano II xlix Pérez Serantes, Enrique. Circular “Vida Nueva”- Arzobispo de Santiago de Cuba-3 de enero de 1959. La voz de la Iglesia en Cuba…op.cit. pp.56-59 l Soto Mayedo, Isabel. Un recorrido ineludible: la Iglesia católica en la Cuba republicana, Capítulo I, de la monografía inédita de la autora sobre el tema objeto de análisis. li Trujillo Lemes, Maximiliano. El pensamiento católico en Cuba entre 1959-1961. ob cit.

lii Bush Rodríguez, Luis M. ob.cit. liii Pérez Serantes, Mons. Enrique “Circular “El justo medio”. La Voz de la Iglesia..op.cit. p.60 liv Tanto en Tribuna de Miami, como en Noticias de Washington aparecieron las opiniones del Cardenal y de Mon. Muller Sanmartín

lv Tribuna de Miami, Florida, sábado abril 25, 1959. No obstante la cifra considerable de juicios realizados en la primera etapa de los Tribunales Revolucionarios, sólo se registraron en La Habana 55 fusilados. Y para 1962, tres de los sancionados a pena de muerte por fusilamiento estaban pendientes de ejecución, 15 permanecían pendientes de apelación, lo cual revela que no habían sido fusilados. Entre junio de 1960 y abril de 1961 abrió la segunda etapa de estos procesos por la proliferación de actos terroristas y sabotajes por parte de la contrarrevolución. Una relación de los condenados entonces refleja que en Santiago de Cuba fueron fusilados 13, en Camagüey tres y en Las Villas sólo 12 por “delitos contra los poderes del Estado o “contra la seguridad colectiva”

lvi Las gestiones de los laicos rindieron sus resultados en marzo, cuando la principal publicación de esa organización fraternal católica internacional, Columbia, reprodujo las opiniones del profesor de la Universidad de Laval, Pettee, Richard Revista Columbia. Washington, Marzo 1959.

lvii Recordar las posiciones de la institución eclesiástica frente a las Constituyentes de 1901 y 1940 y la importancia conferida a la creación de nuevos colegios católicos durante la etapa anterior a la Revolución. Soto Mayedo, Isabel. Un recorrido ineludible: la Iglesia católica en la Cuba republicana, op.cit.

lviii Episcopado de Cuba. Carta Circular al Pueblo de Cuba, La Habana, 18 de febrero de 1959. La voz de la Iglesia en Cuba…op.cit. pp. 70-74 lix Pérez Serantes, Enrique. La Enseñanza Privada, febrero de 1959. La voz de la Iglesia en Cuba...Op.cit. pp.64.69

lx El documento, rubricado por los representantes de las Asociaciones de Padres de Familia de los Colegios Católicos, surgió en una reunión celebrada en el Colegio de Belén (28 de febrero, 1959).

lxi En Cuba, el sustento de la Iglesia provenía de los donativos de los creyentes, de la explotación de sus colegios y en menor medida, del cobro de rentas por el alquiler de viviendas bajo su control. La educación era a su vez el principal mecanismo de reproducción de la fe.

lxii Díaz Cía, Evelio. Diario de la Marina, 30 de mayo de 1959 y pastoral La Iglesia católica y la Nueva Cuba, 31 de mayo de 1959. La voz de la Iglesia en Cuba...Op.cit. p. 77-80

lxiii Martín Villaverde, Alberto. La Reforma Agraria Cubana y la Iglesia católica. La voz de la Iglesia en Cuba...pp. 80-83 lxiv Pérez Serantes, Enrique. Aclaraciones: La Reforma Agraria y el Arzobispado de Santiago de Cuba,. La voz de la Iglesia en Cuba...pp.84-86

lxv Gómez Treto, Raúl. La Iglesia católica durante la construcción del socialismo en Cuba op.cit. lxvi Berges, Juana; Torreira, Ramón y Ramírez, Jorge Antecedentes de la actuales proyecciones sociopolíticas de las jerarquías y élites católicas, Departamento de Estudios Sociorreligiosos, CIPS, La Habana, 1999 (inédito)

lxvii El concepto pueblo en este caso, niega el defendido por Fidel Castro al pronunciar su autodefensa, durante el juicio por el Asalto al Moncada, al englobar en él a los propietarios. Castro, Fidel, La historia me absolverá. Op.cit. P. 59 lxviii Fernández Santelices, Manuel. Religión y Revolución en Cuba. Veinticinco años de lucha ateísta. Saeta Ediciones, Miami, Florida, EE.UU., 1984.

lxix Citado por Bergues, Juana, Berges, Juana; Torreira, Ramón y Ramírez, Jorge Antecedentes de la actuales proyecciones sociopolíticas de las jerarquías y élites católicas. Op.cit.

lxx Fornet, Ambrosio. El quinquenio gris: revisitando el término. Revista Casa de las América, No. 246, La Habana, 2007. Conferencia leída el 30 de enero de 2007 en la Casa de las Américas durante la sesión inaugural del ciclo La política cultural del período revolucionario: Memoria y reflexión, organizado por el Centro Teórico Cultural Criterios, con motivo de la polémica acerca de lo acontecido en estos años

lxxi Cinco documentos, Ediciones Políticas, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1971, p. 115.

lxxii Grupo de laicos católicos liderado por Antonio Pruna y Lula Horstman cuyo fin era defender a ultranzas la Revolución desde posiciones católicas y de enfrentamiento con las asociaciones laicales oficiales y los Obispos. Surgió en los primeros meses de 1960 y ante el escaso apoyo recibido, cedió terreno a otras asociaciones similares Avanzada Radical Cristiana y la Asociación de la Juventud Revolucionaria. La espontaneidad y reducida organización de sus acciones los denuncian como grupos de choque de escasa profundidad. (Fernández Santelices) Para el sociólogo cubano, Juan Clark, autor de Cuba Mito y realidad, esta era una organización manipulada por el Gobierno- fue el último intento de crear una Iglesia nacional. Mientas, otros autores coinciden en que estaba compuesta por comunistas infiltrados en el catolicismo. Lo cierto es que a pesar de su corta duración, mostró la fragmentación de la Iglesia católica en Cuba por la alienación de la jerarquía, proclive a los intereses de los expropiados y contraria a los de la mayoría de los creyentes. l

xxiii Pérez Serantes, Mons. Enrique. La voz de la Iglesia en Cuba....op.cit. p. 107

lxxiv Ibidem. p. 126 lxxv Encuentro Nacional Eclesial Cubano. Documento Final e instrucción pastoral., La Habana, 1987. p. 41

lxxvi Soto Mayedo, Isabel. Visión liberadora desde la Teología en Latinoamérica. Ensayo presentado al X Simposio de Pensamiento Latinoamericano. Universidad Martha Abreu, Las Villas, Cuba. Julio,2006 lxxvii Rauber, Isabel. Con el corazón abierto. Testimonio de la Pastora Clarita Rodes González. Editorial caminos, La Habana, 1996, p. 43 y Suárez Ramos, Raúl. Cuando pasares por las aguas. Editorial Camino, La Habana, 2007 l

xxviii Encuentro Nacional Eclesial Cubano. Documentos Final …op.cit.

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