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Francisco de Miranda: precursor de la igualdad de género

Francisco de Miranda: precursor de la igualdad de género

Más allá de sus reconocidos esfuerzos por fomentar la lucha contra el colonialismo español, el venezolano Francisco de Miranda devino precursor de la igualdad de género en Latinoamérica.

El contacto directo con las ideas liberales, a partir de su desempeño como militar en distintos países, despertó su afán por lograr la separación de la metrópoli pero también la aceptación de los derechos de las mujeres.

Cuando apenas el tema era considerado por sus contemporáneos, Mirando las consideró sabias y capaces de aportar más afectivas maneras de ejercer el gobierno que muchos hombres.

Una carta dirigida por este en 1792 al entonces miembro de la Convención Nacional Francesa como delegado de Haití, Alexander Petión, da cuenta de sus opiniones sobre el particular al responder a una solicitud del luego presidente de esa nación caribeña (1803).

“Os recomiendo una cosa sabio legislador: las mujeres. ¿Por qué dentro de un gobierno democrático la mitad de los individuos, las mujeres, no están directas o indirectamente representadas, mientras que sí están sujetas a la misma severidad de las leyes que los hombres hacen a su gusto?”.

“¿Por qué al menos no se les consulta acerca de las leyes que conciernen a ellas más particularmente como son las relacionadas con matrimonio, divorcio, educación de las niñas, etc.?”.

“Le confieso que todas estas cosas me parecen usurpaciones inauditas y muy dignas de consideración por parte de nuestros sabios legisladores”, añadió, a manera de conclusión.

En más de una ocasión, según su carta a Petión, Miranda también alentó a algunos legisladores de América y Europa a tomar en consideración a sus contrapartes femeninas y se quejó de ser desatendido.

Casi todos los hombres enrolados en la política en el período cerraron oídos a las exigencias de las mujeres y cuando menos, se conformaron con reconocer la injusticia cometida contra ellas, se desprende de sus palabras.

Los entendidos reconocen que esta faceta de la actuación revolucionaria de Miranda fue incomprendida incluso por algunos de sus seguidores y en virtud de ello, muchas veces silenciada.

Para algunos historiadores, la visión alcanzada sobre el asunto resultó de la gran cultura y el espíritu libertario desarrollados por este precursor de la independencia de su tierra y de toda Latinoamérica.

Probablemente el posterior maestro de Simón Bolívar supo del drama de Olympes de Gouges, la feminista francesa decapitada por los "revolucionarios" portadores de la filosofía de la "ilustración" por defender los derechos de su sexo.

Quizás también conoció otros casos similares en el ámbito del sangriento proceso encabezado por la burguesía del país galo contra la monarquía absoluta regida por Luis XIV y durante su recorrido por distintos territorios.

Miranda descendía de una antigua familia metropolitana radicada en Venezuela, pero ingresó muy joven a la milicia española y tras renunciar a esta, se enroló como militar en las guerras libradas en su época en Estados Unidos, Francia, y Rusia.

En cada una de esas naciones bebió de las concepciones liberales en boga y también en Inglaterra, donde cobró fama de agitador revolucionario.

Diplomáticos de todo el continente europeo coincidieron en calificarlo de "príncipe de las conspiraciones", más estos estigmas no lograron opacar su influjo sobre personas de su generación y entre los más jóvenes.

Algunos de sus más conocidos discípulos fueron Bolívar, José de San Martín y Bernardo O'Higgins, a quienes organizó en logias libertarias y devinieron en estandartes de la independencia americana.

Las experiencias acumuladas en sus incursiones libertarias por el mundo y una incesante búsqueda de conocimientos a través de la lectura posibilitaron a Miranda alcanzar su ideal transformador, cuya vigencia se renueva en estos días.

Los constantes reclamos de las mujeres, favorecidas con el acceso al sufragio hace menos de una centuria, siguen en el centro del debate y este sector poblacional no fue reivindicado de forma total.

Cuestiones esenciales, relacionadas con el matrimonio, los hijos, la educación para la vida, retribución por su trabajo y otros aspectos continúan siendo demandados en esta parte del mundo por las mujeres.

En un contexto marcado por una cultura machista y adultocéntrica, la subestimación es apenas uno de los problemas que afecta a las latinoamericanas en estos tiempos.

Desde niñas, estas son educadas por lo general bajo patrones que de manera tradicional las hacen sentir víctimas de la sociedad y las impulsan a mantener cierta dependencia con respecto a los varones.

La sujeción de las representantes de este sexo a tales consideraciones también en el mercado laboral explica la desproporción entre profesionales hembras y su presencia en puestos de relevancia dentro de sus empresas o en organizaciones sociales.

Por lo general, las mujeres son mal retribuidas por su trabajo con relación a sus contrapartes y se ven obligas a prostituirse, emigrar o trabajar en labores informales, lo que las hace especialmente vulnerables ante la mortal pandemia desatada en el siglo anterior.

Más de la mitad de las personas aquejadas por ese virus en el mundo son mujeres y en Latinoamérica suman dos de cada tres personas de 15 a 24 años.

En igual medida, las niñas están sujetas a este riesgo en el área: entre los adolescentes de 15 a 19 años, cinco o seis pertenecientes a este sector contraen la enfermedad por cada varón en las regiones más afectadas.

Investigaciones reflejaron que una importante proporción de infecciones se deben a la violencia de género en el hogar, la escuela, centros de trabajo y en otras situaciones sociales.

Aquellas obligadas a tener relaciones sexuales a veces hasta por sus esposos están sujetas al mayor riesgo, pese a lo cual los especialistas insisten en que el grado de vulnerabilidad es igual para todas por su fisiología.

La pobreza es otro de los flagelos que afectan a las mujeres que viven al sur del Río Bravo: la mitad de las mayores de 15 años no tienen ingresos propios, mientras que sólo uno de cada cinco hombres está en esa situación.

Carentes de poder social y con escaso acceso a propiedades de tierra, créditos, dinero en efectivo, servicios sociales, instrucción y empleo, miles de estas terminan sujetas a las redes del comercio sexual.

También en las zonas signadas por una cruda violencia social y por conflictos armados, el abuso sexual es considerado por algunos analistas como un instrumento de guerra y deviene práctica constante contra mujeres y niñas.

Al mismo tiempo, la población femenina en Latinoamérica enfrenta la desarticulación familiar: el 20 por ciento de los hogares en la región tienen una mujer sola al frente, lo cual potencia su pobreza.

Esto se suma a una elevada mortalidad materno infantil, que según la Organización Panamericana de la Salud, creció de manera desproporcionada en el último lustro en Haití, Guatemala, Honduras y Perú.

La desatención de los gobiernos de estos países a semejantes fenómenos y a los acuerdos de Beijin (1995), favorables a la inclusión social de las mujeres y a la erradicación de la discriminación por género, obliga a miles de estas a emigrar cada año.

Tal situación justifica el rescate de las enseñanzas de los próceres latinoamericanos, promotores de la independencia y la unidad entre todas estas naciones, pero también del reconocimiento del papel de sus compañeras de lucha en la forja del destino de estas.

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