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Comercio de esclavos e ironías de la historia en el Caribe

Comercio de esclavos e ironías de la historia en el Caribe

Con nombres tan irónicos como Voltaire, Rousseau, Jesús, Esperanza, Igualdad, Amistad, navegaron en múltiples ocasiones por las aguas del mar Caribe varios de los barcos dedicados al comercio de esclavos en el siglo XVII.

Según relata en Las venas Abiertas de América Latina el escritor uruguayo Eduardo Galeano, fallecido el pasado 13 de abril, incluso el filósofo de la libertad John Locke era accionista de la célebre Real Compañía Africana o Royal Africa Company, en inglés.
Este monopolio negrero, cuyo nombre original fue Company of Royal Adventurers Trading to Africa (Sociedad Real de Aventureros de Comercio con África), vendía en todas las posesiones de Inglaterra en el Caribe a los esclavos capturados en las costas occidentales africanas.
Fuentes históricas aseguran que ese emporio de su época, con sede en Londres, fue fundado por los reyes Carlos II y Jacobo II en los años posteriores a la Restauración inglesa de 1660 y que también llevó su carga humana hacia colonias españolas.
De 1672 a 1689 llegó a traficar cerca de 100 mil esclavos al año y mantuvo ese flujo aproximadamente hasta la supresión formal de la trata de esclavos en 1731, cuando comenzó a dedicarse a comerciar marfil y oro.
Las operaciones de la Royal Africa Company sólo cesaron en 1752, luego de aportar suficiente oro para la acuñación de las monedas llamadas guineas en el Reino Unido y ceder posiciones a la African Company of Merchants, Sociedad Africana de Comerciantes.
Mas este apenas es un pasaje de la historia controversial en torno al trasiego de seres humanos a través de las aguas del que los primeros europeos en pisar tierra en esta parte del mundo llamaron la Mar de los Océanos.
El tráfico de esclavos al Caribe se inició de manera formal el 12 de febrero de 1528 con la aprobación del rey de España y los primeros beneficiarios de esa autorización fueron dos comerciantes alemanes, Henri Ehinger y Jérome Sayler, asegura el historiador cubano José Luciano Franco.
Ambos eran representantes de los Welser, banqueros que dominaban las finanzas de la corona española junto a los Fugger, añade, mientras otros especialistas señalan como pioneros del tráfico de esclavos hacia esta región a los genoveses.
Fueran unos u otros, lo cierto es que a ambos grupos se sumaron con mucha rapidez franceses e ingleses y acabaron con el monopolio ejercido hasta entonces por los mercaderes de Portugal.
Los traficantes de esclavos ingleses irrumpieron en el escenario caribeño de 1562 a 1569, con la llegada de John Hawkins, quien inauguró ese ciclo al cederles a los colonos españoles en Santo Domingo un lote de africanos a cambio de oro, azúcar y cueros.
Con antelación, Hawkins se había erigido en uno de los principales promotores del comercio de contrabando en la región, con el cual era burlado el férreo monopolio comercial impuesto por España a los que habitaban en sus colonias.
La derrota de la Armada Invencible (1588), la decadencia de la Casa de Austria y la ocupación de Jamaica en 1655, dieron riendas sueltas al trasiego de esclavos en el Caribe a manos de los británicos.
Desde entonces, la Isla Tortuga devino refugio favorito de negreros, contrabandistas y piratas, mientras la Company of Royal Adventures disfrutaba del derecho exclusivo de organizar el inhumano comercio desde el Cabo Blanco hasta el de Buena Esperanza.
Pero los beneficios obtenidos en virtud de ese supuesto derecho, en 1661, se redujeron sensiblemente en el contexto de la guerra contra los holandeses, por lo que miembros de la realeza inglesa crearon la Royal African Company en 1672.
Registros legados por ese monopolio dan cuenta de que en apenas nueve años este transportó hacia las colonias españolas, sobre todo a las caribeñas, alrededor de 46 mil 396 esclavos africanos además de los vendidos en las posesiones inglesas.
Algo similar ocurrió en las Antillas Francesas, donde el gobernador de Saint Domingue, Du Casse, alentó a los reyes católicos Luis XIV, de Francia, y a Felipe V, de España, a firmar el Tratado de Asiento de 1701.
Con antelación, el jefe de los piratas del Rey Sol había sido nombrado Caballero de la Orden de San Luis y promovido a almirante de la flota del monarca, quien hasta lo obsequió con sus Memorias del arte de gobernar.
Bajo su inspiración, el convenio de 1701 reconoció a la Compañía de Guinea el monopolio de la introducción de mano de obra africana en las colonias españolas en el Caribe y en parte del continente.
Esa suerte de empresa capitalista de primera generación se comprometió a expedir cuatro mil 800 esclavos cada año, durante una década, desde cualquier punto de África occidental, hacia Veracruz, Cumaná, Portobelo, La Habana y Cartagena de Indias.
Como vía para el trasiego de su carga humana hacia el continente, la Compañía de Guinea se sirvió fundamentalmente de las posibilidades geofísicas del istmo de Panamá hasta el Perú.
Sin embargo, la guerra entablada por la sucesión del trono español modificó radicalmente las relaciones de fuerza en Europa y dio a Inglaterra y a sus aliados, Portugal y Holanda, la hegemonía absoluta sobre el comercio negrero en las islas caribeñas, sobre todo en Cuba. El acuerdo de paz firmado en Madrid el 27 de marzo de 1713, y ratificado por uno de los artículos del Tratado de Utrecht, cedió a los ingleses el monopolio del comercio de esclavos en el área por 30 años.
La South Sea Company, también londinense, concentró gran parte de las ventajas de esa licencia comercial y unos de sus representantes, el irlandés Richard O´Farrill, proveniente de la Isla de Monserrat, asumiría la organización de la trata desde la Mayor de las Antillas.
En Santiago de Cuba, segunda ciudad de importancia en la isla, O´Farrill creó un depósito de seres humanos desde donde se organizaron los reenvíos de mano de obra africana hacia México hasta inicios del siglo XVIII.
La excusa para aniquilar la posición privilegiada de la que disfrutaban los traficantes ingleses se gestó en el contexto de la confrontación entre Gran Bretaña y España, en 1740, a partir de lo cual comerciantes cubanos y españoles tomaron las riendas del negocio.
Con la creación de la Real Compañía de Comercio de La Habana, el monopolio del comercio exterior de los territorios más importantes del área y la responsabilidad de proveer de esclavos a los plantadores azucareros criollos, recayó en los tratantes asentados en Cuba.
La jugosa empresa cesó sus funciones en 1799 y el Real Decreto del 23 de enero de 1800 autorizó a los negreros cubanos, dominicanos y puertorriqueños a comprar fuerza de trabajo en las colonias francesas del área.
El progresivo incremento de la demanda de esclavos obligó más tarde a la corona a admitir el libre comercio de seres en las grandes Antillas, lo cual se extendió por Real Decisión el 24 de noviembre de 1791 a los traficantes de Santa Fe, Buenos Aires y Caracas.
Especialistas concuerdan en el papel primordial desempeñado por los mercaderes de esclavos de la Cuba de inicios del XIX, pero reconocen que junto a estos gozaron del infame negocio contrabandistas ingleses, franceses e, incluso, estadounidenses.
Pero con el avance de la Revolución Industrial y de modernos estilos de producción en la etapa premonopolista del capitalismo, cobró fuerza la campaña por la supresión de la trata y de la esclavitud.
Múltiples discursos, emanados principalmente de la cuna del desarrollo científico técnico de entonces, Inglaterra, mezclaron reclamos justos ribeteados de romanticismo para disfrazar los verdaderos intereses económicos de los abolicionistas.
De hecho, aunque la esclavitud quedó abolida en Haití y Santo Domingo tras la primera revolución independentista de América Latina y en 1807 se prohibió armar navíos negreros en las colonias británicas e introducir esclavos, el tráfico de almas continuó un año después.
Al tratar de cuantificar la cantidad de africanos forzados a trabajar en los territorios americanos y caribeños en los tres últimos siglos coloniales, los historiadores aluden a cifras que oscilan de 15 a 18 millones de personas.
Sólo en Cuba, la Casa de Contratación de Sevilla reportó el desembarco de forma legal de 60 mil esclavos de 1512 a 1763, acorde con la expansión de la industria azucarera y del trabajo minero en la zona oriental.
Unos 55 mil viajes de los barcos negreros, marcados por el horror y la insalubridad, trasportaron a cientos de miles de seres humanos arrancados de sus culturas y obligados a asimilarse a nuevos contextos sociopolíticos.
Lo peor de tal inventario es que por cada persona llegada de ese modo al "Nuevo Mundo" murieron de cinco o seis durante la travesía, sin que ello redundara en remordimientos entre particulares y monopolios europeos dedicados al mercadeo de esclavos.

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