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América Latina: vulnerabilidad versus desarrollo

América Latina: vulnerabilidad versus desarrollo
Desde la inserción de las flácidas economías latinoamericanas en el Sistema Mundial de Comercio (SMC), con más de dos siglos de existencia, la exportación de productos primarios fue prioridad y devino mecanismo fortalecedor de ataduras aún vigentes.

Esta realidad trajo consigo que las fluctuaciones en los precios de esos productos a escala global, en las tasas de interés, y en el volumen y dirección de los capitales, condicionaran la situación interna de los países de la región.

La sujeción a tales vaivenes, además, dejó su impronta en los modelos económicos diseñados desde finales del XIX por lo gobiernos latinoamericanos y la mejor expresión de ello es la estrategia de crecimiento hacia fuera o liberalismo económico.

Aunque el modelo liberal latinoamericano distaba del clásico, rindió beneficios y estimuló una aguda transformación social, lo cual despertó falsas expectativas sobre las ventajas de estrechar vínculos con el SMC.

También favoreció el crecimiento de las exportaciones tradicionales y la expansión de otras líneas productivas de escaso valor destinadas al comercio exterior, principalmente en el sector agrominero.

Tal incremento de las ventas respondió a la coyuntura generada a partir del acelerado proceso de concentración y centralización de la producción y la banca que tenía lugar en Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, Alemania y otras naciones capitalistas.

Durante la Primera Guerra Mundial, el diseño primario agroexportador estuvo de pláceme, pero al terminar la conflagración, las desbastadas economías europeas comenzaron a recuperarse y no quedó más opción que trasladar la atención hacia el fomento del mercado intramuros.

Los denominados períodos de vacas gordas y vacas flacas en Cuba, ilustran ese tránsito de la bonanza a la recesión, en el cual se acentuó el carácter monoproductor de la agricultura de la Isla en torno al azúcar.

La extensión del sistema ferroviario, la intensificación de la actividad portuaria, el incremento de las exportaciones y el ascenso del presupuesto estatal en estos países fueron afectados por el cese del conflicto allende el Atlántico.

Otro hecho que marcó la sensibilidad de las economías latinoamericanas frente a las fluctuaciones del mercado externo, fue la crisis de 1929 a 1933, cataclismo que removió los cimientos de las principales economías capitalistas.

La depauperación de los niveles de vida de las masas y, por consiguiente, el apogeo del movimiento obrero y comunista se sumó al afianzamiento de las posiciones del fascismo italiano y del nazismo alemán, lo que marcó ese contexto.

¿Qué sucedió mientras en Latinoamérica? Las economías de sus países, agrarias y monocultoras mayoritariamente y dependientes del capital foráneo, sufrieron sobre sí el impacto de la desestabilización estructural del sistema capitalista.

Si el desempleo rebasó el 75 por ciento de la fuerza de trabajo disponible en las naciones más poderosas y se produjo la acumulación excesiva de sobrantes de la producción, peor se registraron esos indicadores en esta región.

Ello trajo consigo el cuestionamiento teórico metodológico del liberalismo, el reacomodo del keynesianismo a las peculiaridades de los países subdesarrollados y la intensificación de la oposición a la dependencia económica en la región.

Al calor de las nuevas tendencias políticas, el liberalismo fue abandonado, se reajustó la doctrina salvadora del capitalismo a la situación de las economías latinoamericanas y apareció el Modelo de Industrialización Sustitutiva de Importaciones (ISI).

La creación de la Comisión Económica Para América Latina (CEPAL), alternativa más propicia para defender los intereses regionales que el Consejo Económico Social de la OEA (1948), demostró el reconocimiento de Naciones Unidas a esa estrategia.

También la CEPAL justificó la intervención del Estado para ayudar a financiar y proteger las industrias nacionales, por lo cual la reacción del gobierno estadounidense no se hizo esperar.

Harry Truman (1949-1953) articuló una nueva política hacia América Latina, bautizada hacia 1954 por su sucesor, Eisenhower, como Política del Buen Socio.

Esta expresión de las relaciones de Estados Unidos con respecto a Latinoamérica incluiría el denominado Punto Cuarto del discurso inaugural de Truman, que promovió el libre comercio y la inversión privada, banderas contra el ánimo desarrollista en la región.

El modelo ISI prevaleció en América desde los 50 hasta finales de los 70, según algunos estudiosos, y aunque el desarrollo no rebasó los niveles propuestos, motivó que las sociedades latinoamericanas transitaran de rurales a urbanas.

Además, diversificó la estructura productiva e industrial de varios países, sus perfiles exportadores, contribuyó al crecimiento de la clase obrera y a que emergiera cierta clase media, incipiente aún en los años 30’s.

Los detractores del modelo remarcan que, pese a tales beneficios, se mantuvo el peso elevado de productos primarios de bajo nivel de elaboración.

Raúl Prebisch, director general del Instituto Latinoamericano de Planificación Económica y Social de la ONU en Chile y principal teórico del ISI, sostenía que la industrialización interna fomentaría la difusión tecnológica, el empleo y la productividad.

Como consecuencia de todo eso, decía el especialista, se reduciría la vulnerabilidad de la región al sistema económico internacional, partiendo de la convicción de que las políticas económicas internas debían ajustarse para enfrentar la incidencia externa en su crecimiento.

Tales presupuestos sirvieron de base metodológica a la estrategia sustitutiva de importaciones destinada a fortalecer el desarrollo industrial, que promovió la protección de los mercados internos alentando el fomento de las industrias locales.

Hacia finales de los 60, el Modelo ISI comenzó a mostrar síntomas de estrangulamiento, mayormente porque la inaccesibilidad a insumos sólo adquiribles en los países desarrollados terminó por acelerar la dependencia de las economías centrales.

Otra paradoja se reflejó en la urgencia de mercados más amplios para dar salida a los bienes duraderos avanzados producidos y el endeudamiento externo, disimulado en los 70 por las bajas tasas de interés reales y la demanda de exportaciones latinoamericanas.

Confiados en la afluencia de capitales, los gobiernos latinoamericanos alentaron la importación y el movimiento de la deuda externa de largo plazo ascendió de 42,5 mil millones de dólares a 176,4 mil entre 1975 y 1982.

La primera y segunda crisis del petróleo (1973,1979 respectivamente), la crisis del peso mexicano (1994-1995) y la de los tigres asiáticos (1997- 1998), demostraron una vez más la vulnerabilidad permanente de las economías latinoamericanas frente a las variaciones del comercio y las finanzas.

Transcurrida una década, los anuncios de recesión en Estados Unidos desatan los nervios de los empresarios latinoamericanos, porque una vez más el vaivén de la economía del norte incide en la reducción de importaciones, la inestabilidad en las tasas de intercambio, y en la estructuración de estrategias siempre contrarias al desarrollo de las economías sureñas.

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