El controversial origen del hombre americano
El interés por despejar la incógnita acerca de la naturaleza del hombre americano despertó desde el instante mismo en que se produjo el choque de los europeos con el Nuevo Mundo, a finales del siglo XV.
Los pioneros de la conquista, inspirados en las enseñanzas de los libros paganos antiguos y en los mitos cristianos relacionados con el surgimiento de la humanidad, donde nada se decía sobre estos, negaron cualquier rasgo humano a los recién hallados.
Pero esas ideas pronto fueron rechazadas y la bula papal del 9 de junio de 1537 admitió que los pobladores de las tierras encontradas allende el Atlántico eran verdaderos seres racionales, dotados de alma.
El problema entonces comenzó a girar alrededor de la procedencia de esos hombres, que muchos europeos de la época relacionaron con pueblos de la antigüedad clásica: egipcios, cananeos, fenicios, griegos, romanos, cartagineses u otros.
Arias Montano, en el siglo XVI, se encargaría de defender la tesis de que los indios americanos eran descendientes de judíos tataranietos de Noé, el constructor del arca salvadora de especies durante el diluvio universal.
Otros imaginaron a los aborígenes miembros o parientes de las 10 tribus de Israel, arrasadas por los asirios en el VII antes de nuestra era (a.n.e.) y supuestamente refugiadas en las extensas tierras encontradas por el almirante genovés Cristóbal Colón (1451-1506) y sus seguidores.
Esa tesis se sostuvo hasta el siglo XIX, junto con otras defensoras del vínculo de los habitantes del Nuevo Mundo con sobrevivientes de una expedición encabezada por el conquistador macedonio Alejandro Magno (356-323 a.n.e.), o de mogoles desaparecidos en 1380 cuando pretendían invadir Japón.
En el siglo de la Ilustración, seudo-científicos interesados en despejar la incógnita ubicaron el origen del hombre americano en la mítica Atlántida, continente supuestamente sumergido 500 mil años antes, o en Mu-Lemuria o en los mormones.
Todavía hoy, pese a los progresos de la ciencia, esa corriente cobra vigencia en los argumentos manejados por quienes consideran la participación de extraterrestres en la fundación de las culturas americanas.
El rigor científico alumbró el debate sobre el tema en 1810, cuando el eminente sabio alemán Alexander von Humboldt (1769-1859) situó la matriz de los ancestros del hemisferio occidental en pueblos asiáticos que atravesaron el estrecho de Behring hacia el norte del continente.
Ya en las postrimerías de esa centuria, aparecieron las llamadas teorías autoctonistas, partidarias de ubicar el nacimiento de la especie humana en diferentes lugares del mundo, pero en épocas diversas.
La opinión más difundida en ese período fue la del paleontólogo argentino Florentino Ameghino (1854-1911), quien postuló en su libro "La antigüedad del hombre de la Plata" que las pampas argentinas eran la cuna de la humanidad.
Para el experto autodidacta, todos los mamíferos -incluyendo su Tetraprothomo argentinus, antecedente directo del hombre actual- eran originarios de Sudamérica, de donde se expandieron por toda la tierra.
El rechazo casi unitario a esa teoría prosperó al comprobarse que los monos americanos pertenecen a una rama muy alejada de los antropoides, lo que descarta cualquier posibilidad de surgimiento de elementos humanoides en este lado del mundo por vía evolutiva.
Pero los estudiosos subestimaban la buena memoria del indio americano: en los Anales de los cakchiqueles aparece parte de la respuesta al problema y también en el Popol Vuh, libro sagrado de los mayas quichés:
"No está bien claro, sin embargo, cómo fue su paso sobre el mar; como si no hubiera mar pasaron hacia este lado; sobre piedras en hilera sobre la arena. Por esa razón fueron llamadas Piedras de Hilera, Arenas arrancadas, nombres que ellos les dieron cuando pasaron entre el mar, habiéndose dividido las aguas cuando pasaron".
Investigaciones ulteriores dieron la razón a los autores anónimos del Popol Vuh y a lo enunciado por Humboldt: el hombre americano es originario de Asia y arribó a estas tierras hace aproximadamente 40 mil años a través del norteño estrecho de Behring.
La plataforma continental que une a la península siberiana de Chukotsky con la península de Seward en Alaska, sumergida hoy apenas 37 metros bajo las aguas, sirvió de vía no sólo para los homo sapiens, sino también para diversas especies de animales.
Por la zona, congelada casi todo el año, aún puede cruzarse de un lugar a otro y, probablemente, fue el punto de partida de quienes se expandieron por el continente americano de norte a sur en diversas oleadas hasta llegar a la Patagonia (9000 a.n.e.).
El hallazgo de los siete restos humanos más antiguos del hemisferio occidental, todos con rasgos del hombre moderno, prueban esa tesis: el hombre-mujer de Tepexpan (México), el cráneo de Punín (Ecuador), los de Fontezuela y Arrecife (Argentina) y los de Lagoa Santa (Brasil).
Para Paul Rivet (1876-1958), antropólogo y etnólogo francés, las sucesivas inmigraciones asiáticas por Behring constituyen el aporte primitivo más antiguo y más importante al poblamiento de América, pero no son el único origen del hombre de estas tierras.
A diferencia de la teoría del origen único de Ales Hrdlicka (1869-1943), geólogo checo nacionalizado estadounidense, el experto galo defendió que en épocas tardías y, de forma secundaria, australianos, polinesios y melanesios u otros intervinieron en ese proceso.
La integración de los melanesios es sugerida por la existencia del gran grupo paleo-americano o de Lagoa Santa (Minas Gerais, Brasil), el quipus andino, similitudes de dialectos, mutilaciones, sangrías, trepanaciones e incrustaciones dentarias.
A esos magníficos navegantes se les atribuye el descubrimiento de la mayoría de las islas del Pacífico, por lo cual no se descarta su llegada a las costas americanas en época tan temprana.
Aunque voces discordantes sugieren continuar las pesquisas sobre el tema antes de concluir, la extraordinaria similitud étnica, cultural, lingüística, de cultivos, costumbres entre los remotos americanos y melanesios-polinesios mueve a considerar con seriedad esa hipótesis.
Las dudas siguen alrededor de la dirección en la cual se produjeron esos contactos, pese a que algunos arriesgaron sus vidas hasta demostrar la posibilidad del cruce del océano Pacífico en balsas o troncos de árboles ahuecados, similares a los creados por esos pueblos.
Tal es el caso de la expedición de la Kon-Tiki, protagonizada en 1947 por etnólogo noruego Thor Heyerdalh desde el Perú hasta el archipiélago de Tuamotú (Polinesia) y la del investigador francés Eric de Bisschop, realizada una década después en sentido inverso hacia Chile.
Algunos especialistas, como el antropólogo portugués Mendes Correia, consideran que los australianos contribuyeron con las tribus más meridionales de Sudamérica, luego de atravesar por la Antártida, el continente helado, en tiempos más favorables.
El suspenso sigue rondando esa aproximación a los posibles orígenes del hombre americano, pero por suerte, las fantásticas teorías de los pioneros de la conquista yacen empolvadas en los archivos desde hace mucho tiempo.
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abel -