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Navidades bolivianas, espejo de la diversidad

Las fiestas navideñas bolivianas son el mejor espejo de la diversidad de creencias y de los usos y costumbres entre la ciudad y el campo, en este país andino -amazónico.

Lo que en principio es una festividad católica, implantada por obra de la conquista y colonización española desde la centuria decimosexta, terminó mezclada con credos originarios de estas tierras y trasciende la cristiana Misa de Gallo, al filo de la medianoche entre el 24 y 25 de diciembre.

Mientras en las urbes muchos se ufanan en recrear los nacimientos en templos, comercios, y viviendas, en el campo los infantes fabrican animalitos de barro y los colocan al lado de las tradicionales figuras católicas, con la esperanza de que los rebaños se reproduzcan.

El enorme complejo social que es este país, donde conviven 36 nacionalidades, implica que en comunidades alejadas de los centros urbanos los pobladores ni siquiera se enteren de la Navidad y cuando menos, expresen la criollización de la religión de los colonizadores.

La mercantilización de la celebración -signada por la venta de juguetes, los clásicos arbolitos, guirnaldas y otros, demostrativos del progreso de la globalización neoliberal-, continúa concentrada en las ciudades y de ella todavía escapan los originarios aferrados a sus usos y costumbres.

Si bien Papa Noel pulula por los grandes complejos comerciales urbanos, como signo esperanzador para quienes sueñan con regalos al estilo contemporáneo, el Ekeko o dios de la fortuna, de la abundancia, de la fecundidad y de la alegría, para los aimaras, mantiene su espacio.

También sigue imponiéndose la tradicional picana -sopa de carnes-, aunque algunos aseguran que cede terreno a platos más universales, como parte del juego consumista que avanza igual en la resistente Bolivia.

Bajo el influjo de los medios de comunicación y de la Internet, la festividad navideña derivó en festín de consumo de bienes materiales más que en encarnación de sentimientos religiosos, pese a que cada región defiende algunas de sus peculiaridades alrededor de la fecha.

Los tarijeños campesinos, por ejemplo, disfrutan de los identificados como pasantes: bailes típicos de la región, abundante comida y cantos, mientras agradecen a la Pachamama, en tanto Chuquisaca se torna en centro de bailes y procesiones, bajo el ritmo del autóctono chuntunkis.

La simbiosis cultural tampoco acabó con los buñuelos y chocolatada para los infantes, que aún suma alrededor de la mesa a las familias bolivianas tras la noche navideña, hasta en el alejado departamento del Beni.

Porque a la larga, aunque las navidades en este país son uno de los mejores espejos de su diversidad cultural, constituyen una oportunidad única de reunirse en el hogar, viajar en familia o conocer costumbres de algunos coterráneos.

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