Cuba-Estados Unidos: Una compra frustrada
“¡Cuba tiene que ser nuestra…Dadnos a Cuba y nuestras posesiones estarán completas!”, demandaba en su editorial del 23 de julio de 1847 el periódico neoyorquino The Sun .
Casi al unísono, en la sede del Congreso de Estados Unidos, varios senadores aclamaban por comprar, invadir o guerrear con tal de concretar las aspiraciones de convertir a la “perla de las Antillas” en una estrella más en la bandera de ese país.
Algunas de las razones que impulsaban semejantes manifestaciones perduran: “Cuba está casi a la vista de la costa de la Florida, se encuentra colocada entre ese Estado y la península de Yucatán y posee el puerto de La Habana que es amplio y profundo y está inexpugnablemente fortificado.Si cayese bajo el dominio de la Gran Bretaña la dominación de esta sobre el Golfo de México sería suprema.”
La rivalidad con la otrora metrópoli, el temor a que otra potencia dominara este importante punto geoestratégico, las implicaciones que ello podría acarrear a su comercio interior y exterior, el presumible efecto sobre la unión de los Estados norteamericanos y la extensión y fertilidad del suelo cubano, también eran consideradas.
Pero la adquisición de este territorio antillano debía concretarse del modo más pacífico posible, sin provocar complicaciones con España o con otras potencias colonialistas europeas, y con el mínimo de esfuerzos posibles, según las aspiraciones de los gobernantes norteños entonces.
Dos elementos corrían a favor de quienes pretendían avanzar hacia el control de Cuba: la progresiva agudización de las contradicciones entre criollos y peninsulares y los ánimos anexionistas de los esclavistas sureños y de algunos cubanos que, hastiados de la restrictiva política colonial española, consideraban más oportuno ingresar a los Estados Confederados del Norte.
Los primeros, ávidos de tierras para extender las plantaciones que nutrían sus reservas de dinero, siempre sobre la base del trabajo esclavo, pero también empeñados en alcanzar la mayoría en el Congreso de la unión para contar con los votos necesarios a los efectos de preservar ese sistema de explotación y contrarrestar el avance del capitalismo hacia esa región.
En cuanto a los cubanos anexionistas- grandes propietarios, juristas e intelectuales de renombre, en su mayoría-, estos optaban por sacrificar la naciente nacionalidad porque consideraban que sumarse a la confederación impulsaría el desarrollo político, económico y social del país y evitaría los desórdenes internos experimentados en las otrora colonias españolas sudamericanas durante los procesos de liberación desatados contra España.
Estos motivos alentaron a Gaspar Betancourt Cisneros (El Lugareño), Joaquín Agüero y Agüero, Fernando de Zayas, Miguel Benavides, José Tomás Betancourt y otros, a crear la Junta Cubana y a recavar la atención de las autoridades estadounidenses en pos de hacer realidad estos proyectos.
A principios de 1848, como recuerda Philip S. Foner en su Historia de Cuba y sus relaciones con Estados Unidos, el órgano de los emigrados cubanos en suelo norteamericano, La Verdad, reclamaba con insistencia negociaciones inmediatas con España para la compra de la isla y recomendaba a los que vivían en ella a lanzarse “a los fuertes, amistosos y protectores brazos de la Unión”.
Tales incitaciones estaban en correspondencia con las sugerencias de algunos asesores gubernamentales, senadores y propietarios estadounidenses de agenciarse a Cuba a través de una negociación de ese tipo, una invasión armada o una guerra contra España.
Descartada la última opción por la inconveniencia de hacerse de un enemigo más ante la fuerza de su principal contraparte, Inglaterra, y obviada la segunda por el desgaste que podía implicar a una economía casi en formación; la mayoría de los implicados apostaban por la compra.
El traspaso pacífico de Cuba a Estados Unidos evitaría el peligro de una insurrección de esclavos o de la liberación de estos por parte de España, daría inmediato dominio sobre el territorio y reduciría la potestad de los anexionistas cubanos para condicionar la unión de la isla con ese país.
Yulec, senador por la Florida, fue el primero en proponer la compra de la entonces posesión española en 1845, al presentar un proyecto de resolución sobre el tema ante el Senado norteamericano.
Aunque el plan resultó desestimado por consenso, tres años después apareció una sugerencia similar de mano del director de Democratic Review y autor de la frase del “destino manifiesto”, John L. O´Sullivan.
El autoproclamado “defensor de la esclavitud” contaba con la colaboración de los directivos del periódico neoyorquino The Sun, que contribuyó a avivar la aceptación a los proyectos de compra a través de sus páginas.
Éste y un representante de esa publicación, Moses Yale Beach, visitaron la isla, se reunieron con miembros del poderoso Club de La Habana, lograron el ofrecimiento de 100 millones de fondos por parte de estos para la operación, y aleccionaron al secretario de Estado, James Buchanan, a interceder ante el presidente Polk para lograr su objetivo.
Incluso, O´Sullivan se ofreció a asumir de manera personal y sin retribución económica alguna el sondeo del gobierno español con el fin de descifrar las opiniones al respecto, mientras The Sun redoblaba su campaña propagandística a favor de la propuesta y procuraba granjearle el apoyo de la opinión pública norteamericana.
Periódicos sureños secundaron esos esfuerzos, al pronosticar desde sus páginas “¡Ya tenemos Nuevo México y California! ¡Y tendremos al México viejo y a Cuba!”. Creado el ambiente favorable, y ante el reforzamiento de las pretensiones anexionistas de los cubanos, sería un norteño el que reiteraría la idea en el Senado estadounidenses el 10 de mayo de 1848.
Apenas veinte días después, el presidente propuso a su gabinete iniciar las negociaciones para la compra de la mayor de las Antillas y la responsabilidad de transmitir a las autoridades españolas el proyecto norteamericano recayó en el ministro en Madrid en la época, Romulus M. Sanders.
Para lograr la aceptación de los planes por parte de los ibéricos y evitar cualquier desentendido que mellara las relaciones con ese país europeo, Estados Unidos trazó una estrategia que contempló dobleces, tergiversación de informaciones y hasta la traición a los anexionistas cubanos al punto de entregarlos a las autoridades en la isla.
A pesar de todo eso, las negociaciones terminaron en un rotundo fracaso en virtud de la negativa española a entrar en “ninguna negociación que tenga por objeto el abandono de sus derechos sobre la isla de Cuba y la de Puerto Rico”, como escribiera el 16 de septiembre de 1848 el ministro de Estado, Pedro J. Pidal, al representante de su país en Washington, Calderón de la Barca.
Los intereses creados por España en la denominada llave del golfo eran demasiado fuertes para ceder ante tamaña maniobra, que en época tan temprana ponía al descubierto las intensiones de Estados Unidos sobre este espacio geográfico.
“A nosotros nos satisface que Cuba continúe en la condición de colonia de España. Mientras se encuentre en poder de esta última nación, nada tendremos que temer…Pero no podemos consentir que dicha isla pase a ser una colonia de otra potencia extranjera”, había afirmado Buchanan en 1848.
En correspondencia con esas opiniones, los cambios coyunturales y el fortalecimiento del poderío militar alcanzado medio siglo después, Estados Unidos decidió lanzarse a la conquista de la anhelada posesión y obligar a España a ceder ante sus pretensiones.
Aunque por un precio más elevado- el desvío de hombres, armamentos y de buques militares-, la coyuntura creada a partir de la guerra librada contra España en suelo cubano en 1898 posibilitó arrebatarle la victoria a los mambises y ejercer su hegemonía sobre este importante punto en el espacio caribeño por más de medio siglo.
Por suerte, el año 1959 significó un punto de ruptura en la dominación ejercida a través de ditintos mecanismos desde inicios de la pasada centuria, más siguen inalterables las pretensiones de control sobre Cuba en ciertos círculos de las élites estadounidenses.
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