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Laferriere, monumento al sol

Laferriere, monumento al sol

   Pocas fortalezas militares en el Caribe alcanzaron la majestuosidad de LaFerriere, situada en la cumbre de la montaña conocida como del Gorro del Obispo, en las inmediaciones de la ciudad de Milot, en Haití.

   En áreas de este monumento al sol, que mantiene su hidalguía a pesar de los embates del tiempo, descansan los restos del emperador Henri I, el Napoleón Negro, considerado un loa nacional por los seguidores del vodú.

   Cuentan que el prócer Henri Cristophe fue enterrado en esa zona de pie y mirando al sur, luego de suicidarse con una bala de oro, agobiado por la crisis que atravesaba su improvisada monarquía y por la apoplejía que comenzó a padecer.

   Pero más allá de los vínculos con la trayectoria del héroe de las luchas contra el dominio colonial en esa porción de la isla La Española, Laferriere destaca por sus dotes arquitectónicas y por los misterios que habitan en los muros que sobreviven de su pasado de gloria.  

   La construcción de este monumento, que alcanzó hasta 130 pies de altura por encima de los 915 metros sobre el nivel del mar donde se asentaron sus cimientos, se proyectó bajo el mandato del primer presidente haitiano Jean Jacque Dessalines.

   Una base poco común y orientada hacia el norte magnético distinguió además a este acorazado de piedra, cuyos muros rebasaron los 15 metros de espesor y fueron recubiertos por una amalgama de cal con ceniza de bagazo y sangre de toro.

   Investigaciones históricas aseguran que en su época de máximo esplendor, las gruesas paredes de esta ciudadela- fortificación albergaron hasta 365 cañones de cinco toneladas, capaces de infundir temor a quienes acechaban a sus pobladores y en especial, a los 10 mil soldados apostados en el lugar.

   De 1804 a 1817 se extendió la creación de este exponente de la cultura haitiana, posterior a la independencia de Francia, y en ella dejaron parte de sus vidas alrededor de 200 mil niñas, niños, mujeres y hombres, ancianas y ancianos.

   Estos sufrieron mayores exigencias desde que Cristophe asumió el mando y comenzó a desplegar una estrategia encaminada a convertir a su nación en una de las más adelantas de la época para “envidia de blancos”.  

      Desde que se autoproclamó rey en 1811, el Napoleón Negro ordenó la construcción de seis castillos, ocho palacios y la sólida fortaleza Laferriere, y se rodeó de una singular nobleza integrada por cuatro príncipes, ocho duques, 22 condes, 37 barones y 14 caballeros.

   Otra de las obras más notables que se alzaron en los apenas 14 mil kilómetros que Cristophe tuvo bajo su jurisdicción fue el Sans Souci: el más hermoso edificio residencial de todo este hemisferio, en opinión de sus contemporáneos.

   También destacó la estructura del Belle Rivière, cuyos restos aún despiertan la admiración de quienes logran avistarlos.

   Tanta majestuosidad costó mucho sudor y hasta muertes: durante los casi 13 años que duró la construcción de Laferriere, por ejemplo, la población de esa zona fue obligada a colaborar y reprimida de manera sangrienta cuando desataba alguna protesta por los maltratos de que era objeto.

   Más, a pesar del interés de Cristophe en imitar y superar a la Francia de su tiempo, algunos historiadores insisten en los aspectos comunes del diseño de algunos de estos monumentos con otros erigidos en tierras africanas.

   La historiadora cubana, Mirta Fernández Martínez, establece el paralelo de Laferriere con las murallas que rodearon a Abomey, capital de Dahomey en tiempos del rey de Ghezo.

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