Los encantos de León Viejo
Las Ruinas de León Viejo en Nicaragua (o Imabite, como la llamaban sus pobladores amerindios) dejan un grato sabor al visitante, que atraído por la curiosidad histórica desanda sus distintos rincones ávido de conocimientos.
Piedras y leyendas se juntan en las paredes de las iglesias, conventos, casas principales, plazas públicas y calles de la primera capital de Nicaragua, declarada Patrimonio Histórico de la Humanidad por la Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) en el 2000.
La añeja localidad conserva entre sus atractivos múltiples evidencias de los entresijos de la historia de una de las primeras ciudades que fundaron los conquistadores españoles en el continente americano.
Sólo basta poner un poco en juego la imaginación para suponer cuán agitada debió ser la existencia en ese sitial, en torno al cual giró la vida en este país centroamericano de 1524 a 1610.
Las estructuras erigidas por los colonizadores en la otrora Imabite, sus plazas y callejuelas adoquinadas, guardan disímiles secretos por descubrir acerca de los crímenes y abusos cometidos contra quienes vivieron de forma pacífica antes de ser sometidos por los venidos allende el Atlántico.
Quizás las referencias que más impactan al visitante son las relacionadas con la matanza de 18 amerindios por aperreamiento, suerte de horrible método de tortura traído a estas tierras por los españoles, consistente en dejar que perros hambrientos devoraran a sus víctimas.
Esa carnicería, ordenada por el gobernador Pedrarias Dávila, aconteció el 16 de junio de 1528 en la Plaza Pública y luego de conocer detalles sobre ella pareciera escuchar los gritos y lamentos de aquellos indígenas entre los vestigios arquitectónicos que probablemente ayudaron a erigir.
Pero León Viejo también es una de las mejores evidencias de los enfrentamientos y hasta de las muertes por las intrigas entre quienes se agenciaron el poder, desconociendo el derecho de los pobladores autóctonos de esa región a ejercer su gobierno.
Según guías turísticos asociados al museo histórico de la localidad ni el primer gobernante español en esa demarcación, Francisco Hernández de Córdoba, pudo salvarse de la decapitación bajo el supuesto de haber traicionado a la Corona.
Algo similar ocurrió con Fray Antonio de Valdivieso (1495-1550), discípulo del Obispo Bartolomé de las Casas y como este erigido símbolo de la defensa de algunos católicos de los indígenas americanos frente a los atropellos de los conquistadores.
"Basta ya carnicero! Acaba!", fueron las últimas palabras pronunciadas por el tercer obispo de Nicaragua (1543-1550) a quien, hundiendo una daga repetidas veces, acabó con su vida el 6 de febrero de ese último año por gestionar ante los reyes el cese de los abusos contra la población originaria de la zona.
El conocimiento de estos y otros relatos de la época obra de tal modo en el subconsciente que imprime cierta vitalidad a las 18 estructuras que conservan el mismo trazado desde 1524.
La casa del gobernador y otras familias importantes, la casa de fundición del oro, la catedral, son apenas algunas de las edificaciones que todavía regalan al recién llegado parte de lo ocurrido en los 86 años de León Viejo como capital de Nicaragua.
Ellas pudieron salvarse de la furia del cercano volcán Momotombo, que quizás molesto por tanta sangre y pugnas de poder, castigó al destierro a los moradores de la ciudad con sus explosiones de lava ardiente y los obligó a alejarse a más de 25 kilómetros al Oeste.
Desde entonces la Pompeya de América quedó sepultada por los sedimentos lacustres y arenas de ese cono más de 357 años, hasta que amantes de la arqueología e historiadores promovieron salvarla de la soledad para satisfacción de los nicaragüenses y de buena parte de la humanidad.
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