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Marabuntas, nuevo rostro para el golpismo en Venezuela

Marabuntas, nuevo rostro para el golpismo en Venezuela

 

"Marambunta-Frente de Resistencia Vecinal: Organización de Comandos...Nuestro objetivo es librar a Venezuela de la plaga invasora comunista liderada por Cuba y restablecer los valores democráticos"...reza el anuncio de un grupo supuestamente opositor venezolano, que si bien pareciera estar movido por resortes ideológicos, desde su propio nombre deja claro su esencia criminal.

De hecho, las pandillas más famosas del continente americano son reconocidas como maras por la similitud de sus acciones con las que ejecuta esa colonia de hormigas, que arrasa con todo lo que se encuentra a su paso y representa un doble peligro: el de su propia banda o el de la banda rival.

Eso parece ser lo que pretenden las nuevas asociaciones surgidas en el ámbito del conflicto interno en Venezuela, país cuyo proceso de transformación en beneficio de los menos favorecidos económicamente sigue siendo atacado desde todos los flancos por una reacción interna que vive asustada por perder sus privilegios y apela a toda suerte de mecanismos con tal de defenderlos.

Pero más allá de esos reducidos sectores sociales afectados por los cambios de corte humanista propiciados por el gobierno bolivariano, están las redes tejidas desde el Departamento de Estado de Estados Unidos, que como siempre recurre en estos casos a sus mejores aliados en la lucha contra el progresismo en cualquier país latinoamericano y caribeño.

Alentar a las Marabuntas, aprovechando la veta delincuencial de esos grupos, es uno de los últimos recursos a los cuales apelan en su desespero los enemigos de la revolución bolivariana y con ello prueban su poco aprecio a la vida humana. Sin dudas, parece que tienen asumido que a su enemigo hay que aniquilarlo de cualquier manera y no importa cuánta violencia sea empleada en función de lograrlo.

HISTORIAS DE MARABUNTAS

Hace casi dos décadas las pandillas o maras se convirtieron en una de las organizaciones criminales trasnacionales más exitosas de América Latina al saltar desde su base en Los Ángeles, Estados Unidos, a varios países centroamericanos.

Ello tuvo que ver con la deportación masiva de migrantes desde el país del norte, iniciada en los años noventa bajo el signo de la xenofobia y con el presunto objetivo de acabar con la proliferación de asociaciones criminales en California y otros estados aledaños.

Sólo hacia México Estados Unidos deportó entre 2001 y 2010  779 mil 968 personas, refiere Steven Dudley en su artículo Gangs, deportation and violence in Central America. En el mismo precisa que para Centroamérica retornaron de manera forzada 129 mil 726 criminales convictos, más del 90 por ciento al llamado Triángulo del Norte.

Para que se tenga idea de la envergadura de este fenómeno, que complicó todavía más la situación en estos países empobrecidos, baste observar el caso de Honduras, que con una población similar a la de Haití, recibió alrededor de 44 mil 42 deportados en esa etapa, de acuerdo con datos oficiales.

"Casi cualquier país habría hallado difícil lidiar con esas cantidades. Además, la información que debería pasarse entre gobiernos cuando ocurre una deportación de criminales, no se intercambió", declaró Dudley a la agencia londinense BBC.

Como era de esperarse los gobiernos centroamericanos quedaron con un número enorme de criminales en sus manos y sin ninguna información sobre sus expedientes, ni siquiera a qué pandilla pertenecían.

Lo anterior explica en buena medida -aunque no es el único factor que incidió en ello- por qué las maras se extendieron a partir de esos años por Guatemala, El Salvador y Honduras, como la feroz hormiga migratoria. En la actualidad se dice que estos grupos suman entre sus filas cerca de 100 mil miembros y abarcan hasta el sur de México.

Con su expasión se dispararon los índices de criminalidad en estas naciones y los asesinatos se hicieron casi parte de la cotidianeidad.

De hecho, en la actualidad Honduras y El Salvador clasifican como los países más violentos del mundo, pese a que viven en supuestas condiciones de paz o sin guerras. El primero, por ejemplo, exhibe una tasa espeluznante de 79 homicidios por cada 100 mil habitantes, según el Observatorio contra la violencia de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras.

Por suerte, las maras no han podido avanzar mucho más allá de la tierra catracha, gracias a la acción coordinada de las autoridades policiales, militares y la ciudadanía en Nicaragua, donde el fenómeno está contenido considerablemente.

"Nicaragua se ha convertido en una especie de escudo inexpugnable para las maras. Hay que analizar qué es lo que está detrás de ese fenómeno, el que Nicaragua sea una barrera de las maras. Gracias a ellos no nos han llegado a Costa Rica", admitió en 2008 el entonces titular de Seguridad Pública, Mario Zamora.

En cambio en otros países de la región las políticas represivas desatadas por anteriores gobiernos contra esas bandas -Mano Dura, Súper Mano Dura, La Escoba, Cero Tolerancia y otras-, llevaron a la cárcel a miles de mareros pero lejos de acabar con esas redes, estas continuaron fortaleciéndose.

Algunos analistas aseguran que las pandillas o maras están en proceso de agotamiento, debido a su aceptación de negociar con las autoridades en los últimos tiempos en El Salvador y Honduras, pero existen múltiples evidencias de que estas son utilizadas por el crimen organizado transnacional y con ello tienen una base de sustento que más bien contribuye a su evolución hacia estructuras más sólidas en el clandestinaje.

No obstante, si la voluntad política se impusiera, y de una vez y por todas los gobiernos centroamericanos actuaran con responsabilidad, pudiera lograrse la desarticulación de esos grupos sociales criminales y su aniquilamiento progresivo.

Seguidores del tema concuerdan en que la solución a esta problemática pasa por la adopción de políticas orientadas a acabar con la exclusión social, caldo de cultivo donde prolifera la tendencia de niños y jóvenes -casi siempre de familias disfuncionales y/o de bajos recursos- a asociarse a esas bandas con la esperanza de garantizarse al menos la subsistencia o sentirse abrigados bajo un concepto distorsionado de hermandad.

La vulnerabilidad que caracteriza a los integrantes de estos grupos es el arma con que cuentan los empeñados en violar el orden establecido, del tipo que sea, con el único propósito de seguir acumulando y/o preservando su capital.

DESTINO, VENEZUELA

Los orígenes de las marabuntas en Venezuela puede que tengan algunos puntos de contacto con esa realidad, pero los factores desencadenantes de las mismas en las últimas semanas están respaldados por intereses más turbios.

Si bien en el país suramericano mucho hizo la revolución para transformar el legado neoliberal, quedan cuestiones por resolver en el orden económico para garantizar la añorada redistribución social equitativa y solucionar los incómodos problemas de abastecimientos que aquejan a casi toda la población. Ello alimenta la inconformidad, que es manejada por los detractores del proceso de cambios iniciado por Hugo Chávez.

La declaración de la Revolución Bolivariana como Revolución Socialista del siglo XXI, tras los acontecimientos del 2002-2003, mostró al mundo la intención de crear una alternativa social, económica y política distinta al neoliberalismo y ese propósito esencial continúa vivo.

Con base en los preceptos chavistas, el gobierno de Nicolás Maduro insiste en continuar el proceso político revolucionario iniciado desde inicios del siglo y sigue desarrollándolo a pesar de los obstáculos que tuvo que enfrentar desde su investidura como mandatario.

Contrario a los vaticinios de la burguesía venezolana y la clase capitalista mundial, la pérdida física del artífice de la revolución no implicó el fin de ese fenómeno político que evolucionó hacia un nacionalismo más radical combinado con elementos socialistas, algo imposible de perdonar para algunos que ahora no reparan en los costos humanos y de todo tipo de alentar a las marabuntas.

 

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