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Letanías para donar sangre a un enfermo en Guatemala

Letanías para donar sangre a un enfermo en Guatemala

Donar sangre para un enfermo en Guatemala, país donde el sistema de salud pública enfrenta la crisis más grave de su historia, es una experiencia tan desgastante como la del cuento interminable de la buena pipa.

La desvelada a partir de las cuatro de la madrugada puede ser apenas el inicio de una vivencia inolvidable para quien solo aspire a servir al urgido de su aporte en ese sentido y de plano se vea a esa hora tan temprana haciendo fila junto a cientos de personas ante la puerta del capitalino Hospital Roosevelt.
El primer reto, alcanzar uno de los apenas 50 turnos que -so pretexto de la falta de personal- son entregados cada día en ese centro asistencial para la diligencia.
No importa que el paciente requiera de más de tres o cuatro entregas de sangre: sus familiares, amigos, parientes o conocidos tendrán que conformarse con los puestos que alcancen al momento de la repartición, en medio de un tumulto humano arrollador y sin mayor organización.
Quizás peor que ese momento es el que sigue, al ver partir o quedar anonadados en un rincón a quienes quedaron fuera de la rifa, con una gran cuota de frustración y dolor.
Por estas y otras razones la angustia es el saldo de decenas de familiares cada día en el Hospital Roosevelt, donde el trato afable de algunas enfermeras y enfermeros poco compensa al ver desterrada la esperanza de aquellos que confiaban en garantizar cuanto antes la ayuda necesaria a un ser allegado.
Si como varios ironizan "en las calles de Guatemala sobra la sangre por tanta violencia común", en ese nosocomio se pierden casi todas las mañanas litros y litros de la que pudiera salvar a muchas guatemaltecas y guatemaltecos de la muerte.
Paralelo a esto resulta tragicómico tener que responder un cuestionario que de tan profundo, aborda aspectos tan naturales como los ligados a la sexualidad de la manera más simplista del mundo, y llega a mover a la risa tanto al entrevistador como al entrevistado.
Al margen de la edad con la cual llegue a esa consulta, antesala de los apenas cinco minutos de aguja en vena y bolsa llenándose con el líquido más colorido de su cuerpo, le preguntarán si tuvo sexo alguna vez en su vida o si conoce el insecto o garrapata transmisor del Mal de Chagas.
Del mismo modo tendrá que dar fe de que su sangre es buena, exactamente con esos términos y como si estuviese frente a un juez que insta a decir "la verdad y sólo la verdad", aunque segundos antes le hayan extraído unos cuantos centímetros cúbicos (cc) de sangre para llevarlos al laboratorio a analizar.
Esta síntesis probablemente sea insuficiente en comparación con todo lo que puede despertar la preocupación al repasar el tema y vincularlo con un contexto como el de Guatemala.
Las irregularidades en el sistema de salud estatal en este país, cuya economía es considerada la más sólida de Centroamérica, marchan aparejadas a una pobreza galopante, que afecta a más del 59,3 por ciento de la población.
Justo los más vulnerables por esa desigualdad social extrema son los que se ven obligados a recurrir a los servicios deficitarios de los hospitales públicos aquejados por la falta de insumos, de fármacos y de alimentos; así como de un personal profesional estable por los recurrentes impagos o pagos retrasados.
Mientras, los anuncios esperanzadores y las promesas de solución van y vienen, tal vez con el propósito de calmar los ánimos de los más inconformes y ganar una tregua que pudiera durar bien poco de no revertirse cuanto antes ese estado de hecho.

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