El jueves leí en Granma el artículo de Elier Ramírez Cañedo «Volver a Palabras a los intelectuales» y celebro su recuerdo, en el diario de mayor circulación nacional, de aquel debate memorable, en el cual, como en muchos otros momentos, remontó Fidel el escenario planteado por la coyuntura y dejó una reflexión indispensable para todos los tiempos. Sin embargo, a pesar de haber contado el autor con una página entera del diario, y dar elementos sobre la actualidad del acontecimiento, sentí que quedaron cosas por decir. Pienso que de las cosas que un historiador no puede pasar por alto.
En 2011 dediqué unas líneas al 50 aniversario de las Palabras…, a solicitud del semanario chilenoPunto Final. Las busqué ahora, confieso que motivado también por el debate en Segunda cita, y prefiero volver a algo que dije entonces, que intentar hacerlo con otras palabras. Parto del hecho de que fue en aquella intervención de Fidel que quedó plasmada, en una expresión sencilla, inequívoca, una postura que devendría paradigmática. Cimentada en un principio –tal vez sin precedente en la tradición socialista– que previniera, al mismo tiempo, los riesgos de dos excesos extremos: de un lado, el de aplastar las libertades y, del otro, el de tolerarlas en contra del proyecto revolucionario en curso. No obstante, después del debate de 1961 y registrada en la memoria la fórmula de Fidel, hemos podido ver (y sufrir), en la posterioridad, cómo la interpretación burocrática sobre el alcance de las libertades era sometida a otros condicionamientos. Sabemos que solo diez años después, los términos «dentro» y «contra» fueron manipulados muchas veces en referencias arbitrarias para reprimir. El artículo de Elier despacha aquella deformación con siete palabras: «en los años 70 hubo distorsiones y errores». Una reducción incomprensible.
Recuerdo que algunas de las obras cubanas y no cubanas más significativas de aquellos años fueron proscritas y tuvo que correr agua bajo los puentes para que llegaran a manos de los lectores más jóvenes. La creación llegó a experimentar, en todas sus manifestaciones, episodios sombríos que no necesitamos inventariar aquí, vinculados con frecuencia a otras formas de discriminación. La ingeniería de lo que Ambrosio Fornet bautizó como «quinquenio gris» no se implementó contra las Palabras a los intelectuales sino, paradójicamente, a partir de una interpretación distorsionada incompatible con el sentido original de las mismas. En 1996, recordaba Armando Hart que su actuación fundacional en el Ministerio de Cultura, veinte años antes, se orientaba a «aplicar los principios enunciados por Fidel en Palabras a los intelectuales y para desterrar radicalmente las debilidades y los errores que habían surgido en la instrumentación de esa política».
La experiencia del marxismo soviético está cargada de ejemplos de una hermenéutica distrófica del pensamiento revolucionario, concebida para justificar arbitrariedades políticas consumadas o a consumar. También en Cuba, durante muchos años, la crítica de posiciones soviéticas era objeto de una severa descalificación ideológica; poco importaba que fuera justa o no. Hoy esa crítica parece intrascendente, pero los censores vuelven a alzarse, una y otra vez, para obstaculizar el disenso y el debate, ahora en torno a los problemas propios de nuestro socialismo. Como si la clave de la unidad se cifrara en exclusiones. Precisamente cuando más se necesita de la mirada crítica y cuando más inteligencia hemos desarrollado para ello. Y lo más complicado es que el futuro del pensamiento no está exento –no lo estará nunca, ni aquí ni en ninguna latitud– de la recurrencia a estas deformaciones. Es la vertiente más escabrosa de la real batalla de ideas.
Me excuso ante los lectores por esta parrafada tan larga. Fidel nos enseñó entonces, de manera ejemplar, cómo se asocian, por su naturaleza, la vanguardia política y la intelectual. Creo que Elier lo reconoce en el párrafo final de su artículo deGranma. Yo pienso también que desde entonces no han sido pocos los intelectuales cubanos que lo aprendieron y han dado muestra de ello, en la escala de sus entregas vitales. Con vuelos propios y hondo sentido crítico, algunos fallecidos recientemente como Guillermo Rodríguez Rivera, Fernando Martínez y Jorge Ibarra, y otros vivos y en plena madurez creativa, como es el caso de Silvio, cuya lucidez celebro tanto como su talento.
Lamentablemente, a los que hemos vivido este tramo de la revolución cubana nos ha faltado la audacia de someterla al bisturí crítico del análisis histórico. Nuestros historiadores, que no son pocos, se detienen en 1959 como si un muro les impidiera ir más allá. Es una carencia perceptible y las generaciones futuras no nos van a perdonar esas tibiezas. Tal vez ya las de hoy no nos las perdonen.
Lamentablemente, a los que hemos vivido este tramo de la revolución cubana nos ha faltado la audacia de someterla al bisturí crítico del análisis histórico. Nuestros historiadores, que no son pocos, se detienen en 1959 como si un muro les impidiera ir más allá. Es una carencia perceptible y las generaciones futuras no nos van a perdonar esas tibiezas. Tal vez ya las de hoy no nos las perdonen.
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