Recuperar el orgullo latinoamericano, un legado de José Martí
“El problema de la independencia no era el cambio de formas, sino el cambio de espíritu”, concluyó José Martí al repasar la trayectoria de las repúblicas erigidas en Latinoamérica tras la ruptura política con España.
“¿En qué patria puede tener un hombre más orgullo que en nuestras repúblicas dolorosas de América, levantadas entre las masas mudas de indios, al ruido de pelea del libro con el cirial, sobre los brazos de sangrientos de un centenar de apóstoles?”, señaló el cubano universal, en oposición a quienes entonces miraban al norte.
Una frase martiana aprendida desde los primeros años escolares aún nos convoca: “La historia de América, de los indios acá, ha de enseñarse al dedillo, aunque no se enseñe la de los arcontes de Grecia. Nuestra Grecia es preferible a la Grecia que no es nuestra. Nos es más necesaria”.
Pocos textos logran combinar calidad literaria, sapiencia y convicciones ideológicas como Nuestra América, ensayo escrito por el hombre de La Edad de Oro y publicado inicialmente en la Revista Ilustrada de Nueva York, el primero de enero de 1891:
El deber urgente de nuestra América es enseñarse como es, una en alma e intento, vencedora veloz de un pasado sofocante, manchada sólo con la sangre de abono que arranca a las manos la pelea con las ruinas, y la de las venas que nos dejaron picadas nuestros dueños.”
“La salvación está en crear. Crear es la palabra de pase de esta generación. El vino, de plátano, y si sale agrio ¡es nuestro vino!”, legó el maestro.
El despegue del quehacer intelectual en Latinoamérica, reforzado a partir de los sesenta del siglo pasado, estuvo en correspondencia con estas enseñanzas martianas, con la larga tradición creativa en el área y con la efervescencia desplegada por el subcontinente bajo la impronta de la Revolución Cubana (1959).
La creciente ruptura con los patrones eurocéntricos heredados marcó el rumbo de aquel movimiento que, sin renunciar a la influencia de la producción científica universal, estimula aún el desprendimiento de los esquemas foráneos en el empeño por revalidar las experiencias autóctonas y traspasar los límites del cientificismo occidental.
“Los pueblos han de vivir criticándose, porque la crítica es la salud; pero con un solo pecho y una sola mente…¡Con el fuego del corazón deshelar la América coagulada! ¡Echar, bullendo y rebotando, por las venas, la sangre natural del país!”, exhorta todavía Martí.
Sus palabras en Nuestra América viven: “El desdén del vecino formidable que no la conoce es el peligro mayor de nuestra América; y urge, porque el día de la visita está próximo, que el vecino la conozca, la conozca pronto, para que no la desdeñe.”
En tiempos de globalización neoliberal, estamos abocados a reivindicar la esencia del ser latinoamericano, porque como señaló el Maestro, “los que no tienen fe en su tierra, son hombres de siete meses”.
“Lo que quede de aldea en América ha de despertar. Estos tiempos no son para acostarse con el puntero a la cabeza, sino con las armas de almohada… Trincheras de ideas, valen más que trincheras de piedra”, predicó el apóstol de la independencia cubana y sentenció: “No hay proa que taje una nube de ideas”.
En su opinión, “la incapacidad no está en el país naciente, …sino en los que quieren regir pueblos originales,…con leyes heredadas de cuatro siglos de práctica libre en los Estados Unidos, de diecinueve siglos de monarquía en Francia… Con una frase de Sieyès, no se desestanca la sangre cuajada de la raza india”.
Todas estas razones prueban la capacidad del Maestro para definir los problemas fundamentales de los países del subcontinente, cuyas raíces descansan en factores analizados con mayor detenimiento en el discurso Madre América, pronunciado en la Sociedad Literaria Hispanoamericana, en diciembre de 1889.
En ambos textos, asegura el intelectual cubano Cintio Vitier, el latinoamericano de este siglo encontrará la evaluación, el diagnóstico, y otras pautas para entender problemas arrastrados desde entonces y agravados por la codicia de los poderosos del norte “revuelto y brutal”.
Nuestra América y Madre América deben ser lecturas obligadas en edades tempranas en este continente, porque en ellos están resumidos los principios básicos de lo que puede llevar a la verdadera emancipación latinoamericana: la independencia en el plano de las ideas.
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