Cambio social en clave de comunicación
Barrer con los latifundios mediáticos, con el terrorismo implantado por los medios, y democratizar la comunicación y la información, son eslóganes repetidos cuando se habla de la necesidad del cambio social.
Todos parecen estar convencidos de tales urgencias, pero cada quien tiene su propia idea de cómo o para qué debe hacerse.
“Las fisuras en este reclamo colectivo son demasiadas”, afirma el director del Observatorio Latinoamericano en Comunicación y Democracia, Aram Aharonian .
Probablemente, un sinnúmero de participantes en tal polémica desconozca el significado real de lo que implica democratizar la comunicación.
Más allá de poner los medios en manos del Estado, concebido como representante máximo de la nación, esta debe legitimar el derecho a informar y estar informados, así como la responsabilidad mediática de fomentar la formación de la ciudadanía.
La democratización de la comunicación debe frenar, además, la articulación y funcionamiento de los monopolios y oligopolios mediáticos y garantizar que los medios alienten la recuperación de la memoria y de la cultura nacional.
Las reformas o cambios legislativos en este orden, reclamadas por muchos, supondrían una variación relativa desde el Estado y de poco valdrían si ocurrieran sin un previo debate o participación popular eficaz, señala Aharonian.
Para el directivo, el desconocimiento de estas cuestiones y de la opinión pública al refrendar una ley de tal alcance puede arrastrar consigo un costo político enorme a cualquier proceso político progresista.
Una normativa pensada desde arriba, sin consultar a los movimientos sociales populares y a la ciudadanía en general, puede terminar siendo autoritaria y restrictiva de la libertad de expresión y ello implicaría una regresión en los objetivos que deberían orientarla, añade.
Mientras, las producciones enlatadas de las transnacionales de la información norteñas acaparan la atención de los públicos locales, al ser reproducidas por medios de estos países.
De igual modo, crece el divorcio de generaciones enteras con sus costumbres originales y la asimilación al patrón macdonalizado de pensar y desenvolverse en sociedad.
En tiempos de globalización no basta con la voluntad y la sabiduría popular recuerda que de buenas intenciones, está empedrado el camino al infierno.
Es necesario programar modelos de comunicación distintos que acerquen a los desposeídos a los progresos de la ciencia y la técnica, pero no como meros observadores, sino como beneficiarios de sus resultados.
Incluso, aquellos medios autoclasificados de alternativos, siguen centrando sus análisis en el accionar de los gobiernos progresistas y poco espacio dedican a visualizar a los únicos capaces de modificar radicalmente las relaciones de fuerza, los movimientos sociales y el pueblo en general.
La mentada alternatividad no siempre descansa en bases reales. Terminología, informaciones priorizadas, y formas de presentación, suelen ser calcos o acercamientos poco felices a los medios tradicionales y poca relación guardan con los sectores a los cuales dicen representar.
A estos medios surgidos en el fragor del combate por el cambio social más cabría denominarlos libres o independientes, o emitidos desde la ciudadanía, como sugiere el sociólogo belga, Armando Mattelart.
Entre las propuestas comunicativas por el cambio destacan las de las redes de radios comunitarias, acogidas en su afán por legitimarse como mecanismos de presión ante las realidades nacionales.
El acceso y la información son los pilares defendidos por estos medios, que apuestan por la diversidad lingüística, cultural y mediática, en correspondencia con quienes constituyen sus principales receptores: los excluidos o marginados.
“No habrá cambios profundos sin el concurso de los de abajo, organizados en movimientos. Colocar el fondo del análisis en los gobiernos es dejar a un lado nada menos que a la parte decisiva de la realidad, por lo menos desde una mirada antisistémica”, opina el uruguayo Raúl Zibecchi.
La redistribución de las riquezas es una tarea pendiente en esta América Latina lastimada por las secuelas del neoliberalismo y resulta utópico soñar con cambios de fondos sin cumplirla.
Por consiguiente, una de las principales causas de los conflictos sociales continúa en pie y puede erigirse en instrumento de movilización contra los progresistas en el gobierno.
La democracia sólo se salvará en América Latina y el Caribe si se logra democratizar los medios, pero para ello resulta indispensable una remoción radical de los pilares básicos sobre los cuales se sustenta el dominio capitalista, y así allí deben dirigirse las miradas con el concurso de todos.
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