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La Paz, ciudad sitiada

La Paz, ciudad sitiada

Como los libros, que redimen y calman, los cerros paceños permiten gozar parte de lo espectacular de la naturaleza mientras resguardan a quienes pululan por la capital institucional boliviana.

   Alguien que nació por estos lares contaba que al atravesar en tren las pampas argentinas, comprendió el valor de las majestuosas formaciones pétreas y hasta la ventaja de tenerlas, cual amigas protectoras, en el diario andar.

   Estos cerros casi besan al Sol y tienen la propiedad de mudar de color: por momentos los aprecias similares al barro cocido, otras veces más cercanos al café, y en otras, verdosos o grises.

   Erigidos cerca de cuatro mil metros de altura sobre el nivel del mar, ellos también sirven de soporte a miles de modernas y antiguas construcciones de diseños antojadizos.

   La variedad de estilos distingue a la arquitectura paceña, donde edificaciones contemporáneas de disímiles tamaños confluyen con inmuebles marcados por el uso y el tiempo.

   Bien pudiera pensarse que el cantor se inspiró en La Paz cuando prometió a su amada que le haría una casa “…allá en el cielo”.

   Lo mismo en un recorrido en taxis que desde un piso elevado, una se pregunta cómo es posible que puedan sostenerse tantas armazones de cemento, vigas, y lozas, casi al borde del precipicio.

   Quizás la atrevida forma de construir guarda relación con la herencia incaica -reconocida por su aprovechamiento de espacios para la agricultura y otras labores, incluso en angostas laderas de montañas- o sea un ejemplo de la pericia de los obreros de esta época.

   Lo cierto es que algo se mueve desde El Alto hasta la Zona Sur, pese al empeño de los cerros de la urbe boliviana en mantenerse firmes a despecho de las aguas y de la obra humana.

   Más de 300 ríos atraviesan La Paz. Muchos de ellos bajan desde las altas pendientes por el subsuelo y se encuentran en proceso de profundización, es decir, en movimiento activo de erosión de terrenos.

   Aunque los estudios hidrográficos alertan sobre esta problemática, proliferan construcciones con malos cimientos y sin criterios estructurales, acordes con lo estipulado por el Reglamento de Uso de Suelos y Patrones de Asentamiento.

   Del 45 al 50 por ciento de las capacidades habitacionales paceñas están en laderas y carecen de conexiones a redes de alcantarillado pluvial e higiénico.

   En gran parte de los casos, los ejecutores excavan pozos ciegos como letrinas y a la larga provocan constantes filtraciones, humedad en los suelos y desestabilización de las tierras, según los especialistas.

   Esto acelera el riesgo de deslizamientos, asentamiento del terreno, derrumbes y otros desastres, de manera particular en períodos de intensas lluvias.

   Más, los colosales diseños arquitectónicos se imponen en virtud de la reanimación económica y a tono con ello, la admiración crece al mirar la Torre Czapeck, la Azul, la del Seguro Universitario, y la de la Cámara de Construcción de La Paz, entre otros de considerable envergadura.

   La altura de algunas de estas construcciones compite con los cerros guardianes de la ciudad, donde pueden experimentarse al menos tres de las cuatro estaciones del año en apenas 24 horas.

   En medio del cambio climático, los rayos solares probablemente sean uno de los bienes más disputado en La Paz, por la desidia de quienes implantan nuevos complejos de viviendas u oficinas de negocios sin respetar los límites establecidos para los identificados como conos de sombra.

   Las violaciones reiteradas a la normativa que establece los parámetros de construcción, redundan en la ampliación de estos y por ende, de temperaturas más bajas.

   Tales anomalías atentan contra la larga vida de una de las capitales más bellas de América Latina, por su amplia diversidad arquitectónica y cultural, capaz de atrapar para siempre.

   Porque como afirman algunos, esta ciudad sitiada por cerros es el ombligo del sur del continente y sus pobladores, la bondad teñida de todos los colores humanos posibles.

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