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Cosmogonía y práctica del vodú en Haití

Cosmogonía y práctica del vodú en Haití

   El rechazo histórico de la élite haitiana al atraso que para ellos supone el vodú ha condicionado la opinión pública y provocado actitudes de autorrepresión en los adeptos a esa religión popular.

Igual que el creole, lengua materna de los pobladores del territorio caribeño, el vodú resulta una práctica social dominante y, paradójicamente, es mal visto o poco prestigioso en el país.

Conformes con el criterio generalizado, la mayoría de los haitianos prefieren autodenominarse católicos o protestantes y relegar a quienes no han acudido a esas iglesias a bautizarse, calificándolos de caballo o chwal.

La cifra de nacionales que asumen abiertamente ser practicantes del vodú es muy reducida y cuando lo hacen, son rechazados hasta por sus correligionarios, lo cual explica la existencia también de creyentes no practicantes, de practicantes esporádicos y solapados.

Pero la mayoritaria población descendiente de africanos, cuyo concepto de vodú se reduce a uno de sus bailes pese a que intelectuales y medios de comunicación pretenden abarcar con él todos los ritos y rutinas religiosas populares en Haití, sigue apegada a su tradición.

El vodú condiciona la visión del mundo de los haitianos y su relación con lo intemporal, igual que el protestantismo y el catolicismo, aunque a diferencia de esos credos no se fundamenta en normas o valores prefijados por texto alguno.

Los practicantes del verdadero vodú asumen que sirven a un misterio (sévi misté), un loa o a un ángel (zand) y siguen pautas trazadas desde la colonia, cuando numerosos africanos esclavizados se refugiaban en los montes por las noches para desarrollar sus ceremoniales religiosos.

Ese conjunto de espíritus o loa, creados por un Dios supremo, controlan los fenómenos terrestres y pueden poseer espiritualmente a su servidor/a, es decir, se desarrolla una situación de trance calificada por los adeptos como "montar" al creyente, refiriéndose al nombre que recibe aquel el cual es llamado/a chwal, cuyo significado es caballo.

A pesar de que los loa se manifiestan a través de animales o personas comunes, el imaginario popular cree que ellos viven en lugares especiales, como Guinea o Africa, espacio mítico sin una exacta precisión geográfica, bajo las aguas, en las montañas y en los cementerios.

La multiplicidad de los loa determina la variedad de formas de clasificación según su origen, sus virtudes o su poder.

Los atribuidos a la vertiente más ortodoxa del vodú, que prioriza los ritos del antiguo reino de Dahomey, situado en Africa Occidental y hoy conocido como Benin, son africanos y los criollos atañen a la vertiente más común, conocida como Makaya, en la que los líderes son mayoritariamente hombres.

También existe las categorías de Loa Guede y marasa (gemelos): los primeros reflejan el culto a los ancestros, algo común en el ritual del vodú y en todas las religiones de origen africano, y los segundos son considerados espíritus de niños muy exigentes y vengativos.

Peregrinaciones, fiestas patronales (de la Iglesia católica), los sévis o servicios (suerte de ceremonias festivas donde se les brindan sus platos preferidos), constituyen las exigencias más comunes de los espíritus a sus fieles.

Una de las singularidades de esta práctica religiosa es que, a esos numerosos loa, se les atribuyen defectos y virtudes similares a los de los seres humanos y cada uno de ellos tienen sus preferencias alimenticias, de vestuario, colores y hasta de sacrificios.

Ezili es la femeneidad, ideal en belleza, coqueta y extravagante, amante de las prendas y de los licores, mientras Ogún es el militar y las personas a las cuales posee reflejan cierta violencia en sus ademanes y adornos, de allí que siempre vayan acompañados de un machete.

Dambalah cobra forma de serpiente, por lo que los poseídos por ella muestran soberana agilidad para arrastrarse por el suelo y realizan movimientos sinuosos, al mismo tiempo que el viejo sensual y engañador, Legba, camina con un bastón y lleva un saco en su espalda.

Desde el punto de vista simbólico, los loa se revelan como fuerzas de la naturaleza, entre los cuales se incluyen cambios atmosféricos, entre otros y son sincretizados, en muchas ocasiones con reproducciones de estatuas o pinturas que representan santos de la iglesia católica.

Para ser considerado adeptos, los practicantes del vodú tienen que someterse a un ritual de iniciación presidido por una sacerdotisa (mambo) o por un sacerdote (houngan), salvo que desde la niñez haya sido reclamado por un loa.

El ritual de iniciación, extenso y complejo, posibilita a los devotos acceder a diferentes grados de poder y profundidad en la jerarquía del vodú, término que proviene del idioma Fon, hablado en Benin, y significa espíritu o conjunto de espíritus.

Desde la época colonial, y similar a lo ocurrido en el resto de América, la Iglesia católica contribuyó en Haití a la sumisión de los esclavos, por lo que los amos, en pago, prohibieron a los africanos practicar los ritos tradicionales que traían de sus respectivos países.

Después de la independencia, el catolicismo, que había disfrutado de un status de religión dominante, centró sus fuerzas en alimentar la mentalidad sobrenaturalista del campesinado y la imagen diabólica de los credos populares, apoyados por las capas gobernantes.

El desdén hacia el vodú, sustentado en su suerte de causa o consecuencia de la pobreza reinante, es la prolongación al plano de la fe del rechazo a las culturas africanas y sus resultados en el denominado Nuevo Mundo.

El vodú, por otra parte, ha sido considerado por los estudiosos del tema como el motor impulsor que permitió la organización de cientos de africanos y sus descendientes en Haití en los albores del siglo XIX, originándose así la primera guerra contra el dominio colonial en América Latina. Esta gesta ha sido evaluada por la historia moderna de gran trascendencia pues a través de ella se dotó a la humanidad de un nuevo concepto: el de la independencia.

Federico Mayor, ex director de la Unesco, al referirse a la relevancia que tuvo para Latinoamerica la independencia haitiana expresó hace cinco años que desde entonces la historia de la humanidad se apoderó de una nueva visión del mundo al quedar demostrada la capacidad de lucha y resistencia del pueblo haitiano contra el colonialismo francés.

A pesar de esta rica historia, en los últimos dos siglos, los sectores de poder haitiano han culpado al vodú del atraso y la pobreza que sufre la nación más depauperada del hemisferio occidental, sin analizar las verdaderas causas que han originado esta situación y de cuya responsabilidad esos mismos grupos no son ajenos.

Tan solo para poner un ejemplo el 60 por ciento de los recursos naturales de Haití se concentran en apenas 10 familias, ademas de haber sido este el país de América Latina y el Caribe que más veces ha sido invadido por tropas extranjeras.

Al respecto el ensayista latinoamericano Eduardo Galeano dijo con motivo de la última intervención de las fuerzas militares de Estados Unidos en Haití: ¿Qué tendrá este país, el primero en conocer los aires de la independencia en este subocontinente, que ha sido objeto de ocho invasiones norteamericanas?

El vodú, en su condición de religión popular de los más necesitados y empobrecidos, puede llegar a haberse constituído, por así decirlo, en un bastión de resistencia ante los embates neocoloniales que ha permitido, al menos, a los haitianos reconocerse en sus raíces históricas.

   Acercarse a la realidad haitiana sugiere una introspección en los misterios del vodú, esa expresión religiosa que inspira indistintamente curiosidad, prejuicios, temor y especulaciones.

El concepto comenzó a delinearse bajo la égida de los colonizadores franceses, quienes identificaron así la fe de los esclavos africanos arrancados de su cultura y obligados a convertirse al catolicismo.

Más ese proceso, similar al desplegado en el continente americano, también reveló sus grietas: pese a prohibiciones y castigos, esas prácticas sobrevivieron hasta nuestros días por la influencia de disímiles factores.

Casi al finalizar el XVIII, Haití, la nación más depauperada del Hemisferio Occidental, clasificaba como una de las más prósperas de la región en virtud del tráfico negrero y de la exportación de azúcar, el oro blanco de entonces.

Para la época, además, los negros esclavos representaban el 85 por ciento de la población en la otrora Saint Domingue, pionera en el ciclo de las guerras de independencia en América.

El establecimiento de extensísimas plantaciones cañeras y de café favoreció una mayor concentración de los seres de origen africano y su aislamiento de otros grupos laborales y poblacionales.

Las agudas diferencias de la sociedad haitiana colonial se prestaron a su vez para la adquisición, preservación y fortalecimiento de culturas y formas de expresión criolla como el idioma creole y la religión vodú.

Es más, contrario a lo sucedido en otras posesiones europeas, los franceses permanecieron en el territorio de modo estable y no propiciaron la estructuración de una élite local separada de la norma metropolitana.

Al ser expulsados, tras la cruenta revolución de esclavos que sacudió al país, dejaron una población cuasi virgen desde el punto de vista cultural y un selecto grupo de mulatos, resultado del mestizaje, que poco pudo occidentalizar al país.

Las costumbres populares alimentadas durante dos siglos se mantuvieron incólumes ante los afanes de los descendientes de esclavas y franceses, por lo cual la población haitiana cuenta hoy con un 95 por ciento de negros esencialmente creolófonos.

El sostenimiento de una economía agrícola semifeudal, la no generalización de una educación prooccidental y cientificista acerca de los fenómenos humanos, el exiguo acceso a las tecnologías de la información y la resistencia cultural, se suman.

La mezcla de esos factores explica no solo la presencia del vodú en el Haití contemporáneo, sino también de otras prácticas culturales individuales a despecho de campañas dirigidas en su contra a partir de 1898, 1935 y 1941.

Hasta 1987, la minúscula élite haitiana procuró impulsar un supuesto progreso nacional arremetiendo contra el vodú, respaldada por el código penal que lo consideraba un delito.

Aunque los estudios sobre el tema coquetean en torno al sincretismo, en sus bases morales y filosóficas, o alrededor de las economías locales y global, el debate continúa procurando despejar su relación con la brujería.

También las peculiaridades socio demográficas de sus practicantes, su influencia en la salud, su aportación a la lucha independentista, su significado antropológico y hasta el aspecto artístico y simbólico de los artefactos ceremoniales.

El concepto vodú, usualmente empleado por intelectuales y medios de comunicación para designar las rutinas religiosas y ritos populares en Haití, es poco manejado por la población.

La mayoritaria “gente de color” hace uso del apelativo para referirse a uno de sus bailes, pero suele desconocer que el término proviene del idioma Fon hablado en Benin, sobre todo en Dahomey, y significa espíritu o conjunto de espíritus.

Los practicantes del verdadero vodú asumen que sirven a un misterio (sévi misté), un loa o a un ángel (zand) y siguen pautas trazadas desde la colonia, cuando varios esclavos se refugiaban en los montes en la noche para el ceremonial.

Para esconder su originalidad y escapar de la represión de sus amos, los ancestros vistieron sus ritos de elementos católicos y araron el camino al sincretismo actual.

Los esclavos provenían de diversas regiones africanas y no pudieron cargar con sus objetos rituales, lo cual descarta al vodú como religión oriunda del continente negro.

Modos gestuales, música, danza y símbolos originales sólo nutrieron lo que se erigió como una religión popular resultante de varios ritos africanos, católicos y animistas.

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