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Ciudad Blanca, el secreto mejor guardado de la Mosquitia hondureña

Ciudad Blanca, el secreto mejor guardado de la Mosquitia hondureña

La tradición oral indígena centroamericana y algunas crónicas legadas por conquistadores españoles concuerdan en la magnificencia de la otrora Ciudad Blanca, cuyos vestigios guardan múltiples secretos en medio de la selva hondureña.

   Esta mítica urbe es uno de los tesoros mejor escondidos en el sector caribeño de la Mosquitia, en el país centroamericano, una de las regiones más ricas del mundo por la diversidad de su flora y fauna.

   Pese a múltiples intentos de investigadores y aventureros de llegar hasta ella, todavía persiste el misterio acerca del lugar exacto donde estuvo enclavada la Kaha Kamasa o Ciudad Blanca, mencionada por siglos por los indios Pech de Olancho.

   Estos describen la ciudad como un enclave sagrado o centro principal del reino desaparecido de Tlapalan, nombre antiguo de Copán, o como el lugar donde la aurora se origina.

   Cuentan, además, que poseía gigantes columnas de piedra blanca tallada y estaba resguardada por árboles de hasta 75 metros de altura, en una zona pródiga en ríos y húmedos bosques tropicales.

   Para los Pech, la Ciudad Blanca fue creada por el relámpago y el trueno bajo el poder sobrenatural de su dios Wata, quienes depositaron en ella piedras enormes a las cuales les tallaron figuras de animales y seres humanos a escala natural.

   El relato es vinculado por estudiosos de estos temas con los heredados acerca de la riqueza encontrada por los conquistadores españoles en el templo solar inca del Qoricancha, en la ciudad peruana del Cusco, donde destacaban relucientes estatuas de oro puro.

   Las primeras referencias escritas de la existencia de la Ciudad Blanca quedaron en una misiva enviada en 1526 por el conquistador español Hernán Cortes al rey Carlos V, en la cual comparaba la majestuosidad de esa urbe con Tenochtitlán, en México.

   Cortés renunció a avanzar sobre el sitio, identificado por los indígenas como Xucutaco (en idioma nahuat) y Hueitapalan (en maya), debido a lo impenetrable de la selva y esta parece ser la misma razón por la cual sigue hasta ahora sin grandes influencias externas.

   Pese al desarrollo de los medios de transporte y comunicación desde entonces, sigue siendo casi imposible ingresar al lugar por tierra o por los ríos, aseguran conocedores de la región.

   El obispo español Cristóbal de Pedraza expresó en unos apuntes, fechados en 1544, que había atravesado la selva de La Mosquitia y llegado a una montaña desde donde pudo contemplar una ciudad indígena impresionante.

   Pero el hecho que más popularidad otorgó al enigma de Ciudad Blanca fue la publicación en 1939 del libro The City of the Monkey God o La Ciudad del Dios Mono, del explorador estadounidense Teodore Morde.

   Este autor afirmó que había estado en la Ciudad Blanca y que había tomado evidencias de su existencia, pero jamás dio la ubicación so pretexto de evitar la invasión de saqueadores de tesoros al sitio arqueológico.

   Según Morde, luego acusado de ser un agente de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), pirámides y extrañas estatuas erigidas sobre solitarias arenas blancas adornaban el lugar, entre ellas la de un mono, el cual asoció a la deidad hindú Hanuman.

   Una de las interrogantes legadas por el investigador es si esa deidad era un símbolo común entre tan dispares culturas y poseedora del secreto del enclave centroamericano.

   Mitos prevalecientes en la zona, retomados por el estadounidense, concordaban en que la Ciudad Blanca era el lugar secreto de donde salió Kukulkán, el misterioso hombre barbado que guió a los olmecas y a los mayas, emparentado por algunos estudiosos al Quetzalcoatl de los aztecas.

   Morder jamás pudo retornar al sitio como esperaba, al frente de una expedición oficial, y miles de historias fueron tejidas en torno al accidente automovilístico que acabó con su vida y con sus ambiciosos planes.

   Incluso, llegó a hablarse de una conspiración contra él porque como supuesto agente infiltrado de la CIA nunca debió anunciar su hallazgo de 1939 y menos, coordinar acciones posteriores con el Instituto Británico.

   Pero quizás la imposibilidad de que Morde regresara responde también a lo que aseguran los Pech: quien ve la Ciudad de los Antiguos o Wahia-Patatahua nunca volverá a encontrarla, porque este centro sagrado está protegido por los Patatahua, antepasados primitivos de este pueblo.

   Tal vez esto incida igual en el desconocimiento de la ubicación de la ciudad, y de las costumbres de las mujeres y hombres que la habitaron hasta mediados del siglo XVI.

   Este último dato es el único en el cual coinciden los investigadores, aunque tampoco pueden precisar hasta ahora los factores que motivaron el éxodo, descrito por los indígenas como una suerte de castigo de los dioses a ese pueblo por haber perdido el camino.

1 comentario

Roque -

Exelente es uno de los mejores que he leido me sirvio mucho para realizar mi ensayo.