Hasta pronto, monseñor Carlos Manuel de Céspedes
Bien dice la canción que "cuando un amigo se va queda un espacio vacío", pero ese espacio es mayor cuanto más profunda es la huella de quien más allá de todos los adornos con los cuales se le engalana a estas horas supo regalar a una aprendiz de investigadora, inquieta e insistente, lo mejor de sus recuerdos acerca de momentos un poco dificiles en esta tierra y también de los que le llenaron el alma de alegrías.
Con Monseñor, como aprendimos muchas y muchos a decirle incluso antes de ser nombrado Obispo por los jerarcas católicos -de manera tardía y con bastante injustica de por medio-, parte el hombre iluminado por una incalculable sapiencia pero también el ilustrado capaz de mirar más allá de los anteojos con los cuales solían mirar sus contemporáneos dentro y fuera de los predios eclesiásticos.
Con Carlos Manuel de Céspedes García y Menocal cae también una de las últimas ramas del árbol genealógico plantado por quien dio el primer grito por la independencia de esta nación antillana y de los negros sometidos a la barbarie del tronco y el cepo desde los momentos inaugurales de la conquista y colonización europea en este pedacito insular sobre el mar Caribe.
Más igual que en la canción este hombre sabio y noble -cuya partida convoca lo más puro de las memorias que regaló por doquier- dejó un tizón encendido que nunca apagarán ni las aguas del más recio de los ríos.
"Yo he sido sacerdote célibe, y he sido muy feliz", le escuchamos decir alguna vez, pese a sus recelos respecto a tales exigencias dogmáticas de la iglesia a la cual consagró su vida desde que decidió abandonar en el cuarto año la carrera de Derecho.
Descanse en paz Monseñor, usted es de los que pueden hacerlo, y espere nuestra llegada. Nunca nos prive de su bienvenida con esa sonrisa marcada en el rostro que nos acompañará siempre.
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