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Honduras: la magia de un atardecer en el Lago de Yojoa

Honduras: la magia de un atardecer en el Lago de Yojoa

Cualquier tarde puede parecer única desde el arqueado Puente del Amor sobre el extenso Lago de Yojoa, que acaricia con sus tranquilas aguas las tierras de parte de los departamentos de Comayagua, Cortés y Santa Bárbara, en la zona centro-occidental de Honduras.

Incluso, poco importa al visitante conmocionado averiguar cualquier dato científico relativo a esa reserva natural de agua, de origen volcánico, cuando su vista choca con la plenitud de un océano interior rodeado por grandes montañas de más de dos mil 600 metros sobre el nivel del mar.

Sin lugar a dudas, poco o nada, la impronta humana dejó huellas que lamentar en esa zona, o al menos eso es lo que desea pensar en ese momento el viajero, obnubilado por la belleza sin par de otra de las grande obras de la Madre Tierra en Centroamérica.

El verde intenso que cubre como manto a las elevaciones en esa región regala su color al inmenso depósito, de una longitud de 16 kilómetros y un ancho aproximado de seis, donde conviven varias familias de peces de agua dulce, plantas acuáticas, y otros ejemplares de la amplia vida silvestre que tiene su hogar en el área.

Dicen los especialistas que el entorno del Lago de Yojoa -Yoco-ha o agua acumulada sobre la tierra, en idioma Maya- debe mucho al clima servido por los parques nacionales aledaños Cerro Azul Meámbar (este) y Montaña de Santa Bárbara (oeste).

Ello favorece la subsistencia de la enorme cantidad de especies de aves en la zona, que de acuerdo con algunas mediciones, representan más del 50 por ciento de las que habitan en toda la extensión de Honduras.

Pero a su vez la mayor reserva de agua dulce con que cuenta este país posee entre sus encantos agregados 13 tipos de humedales diferentes y algunos ecosistemas únicos, como la montaña caliza más grande de la región istmeña, la de Santa Bárbara.

Por todo eso y más, una estancia breve en las cercanías del Lago de Yojoa es suficiente para nunca olvidar que más allá del esmog y de la bullanguera parafernalia publicitaria de las grandes ciudades siempre habrá un lugar donde recuperar las energías para continuar.

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